martes, 14 de junio de 2011

Noche

Miro y miro entre los pliegues de esta cama gigante, tu pelo que desespera entre mis ojos y me deja ciego con tu olor. Me enrollo entre tus piernas suaves y mágicas para esta noche de invierno. Te abrazo por detrás y vuelvo a embestir ante tu acomodamiento a mis brazos. Pienso en lo que nos estamos perdiendo solo por dormir. Imagino un despertar cargado de emociones y sorpresas, como las que te pedí. Te vuelvo a abrazar un poco más, te beso el hombro dos o tres veces e insisto con oler la suavidad de tu piel. El cuarto oscuro solo vive por el sonido de nuestras respiraciones y los roces del plumón. Te envuelvo con una pierna y ya puedo sentir que te estoy dando el calor que necesito. Feliz, te escucho decir: “Tshtch, ¡déjame dormir!”, mientras de un ligero codazo en el pecho me mandas al otro wing del sommiere.

Anedas

Anécdotas de un tiempo pasado, que no siempre es mejor. Tras las sombras del recuerdo, se divisan memorias de una huella de barro. Las luces de esta noche las empiezan a mostrar, tristes recuerdos olvidados, que transforman estos gestos en una mueca pesada por un presente que no está.


Melodías agridulces de una calle gris azul, vientos de frente en la vereda, y algo de desánimo. “No, no, no puedo creer. No quiero más vivir así. Te dejo por un sendero sin señales. No lo puedo soportar, si vos no queres querer”. El respeto de la imposición se precisa con urgencia en una vía sin retornos. La culpa la condena pero el orgullo siempre impera, aferrándose a estructuras que de hierro le alimentan.


Se percibe su dureza. Siempre fui un mendigo de su amor. Condicionado por esa marcas de fuego y alma, en la piel de un corazón que siempre pidió perdón. Tan cobardes son las líneas como cada enfrentamiento a la realidad. Siempre el mérito fue por un afecto que a cuenta gotas llegó.


Manchas picantes y ardientes en ese vacío de calor. Incomodidad y temor, pero no resignación.