lunes, 6 de agosto de 2007

Jorge, tampones y sus motos...

Me llamo Jorge, tengo 32 años. Vivo solo en Balvanera, junto con mis tres plantas y dos televisores. Pero vivo solo. Hace un tiempo ya, desde que se fue el Peluca a vivir a otro barrio, atraído por su nuevo trabajo.

Laburo todo el día en la fábrica de tampones de mi viejo. Si, una fábrica de tampones. Leyeron bien. Es una empresa de barrio. Abastece a varios mercados de la zona, sobre todo coreanos, atraidos por nuestros bajos precios. Por obvias razones, evitare nombrar la marca, pero adelantaré que dentro de nuestros altos costos y bajos precios, nos arreglamos para ofrecer un producto que puede contener el temita lo suficiente como para "galgear" la cosa cuando esta pasando el temblor.

Estoy en inspección de calidad. Es risueño - lo se - imaginarse como una persona del sexo masculino comprueba la calidad de un tampón, salvo introduciendoselo por el fondo. Y tampoco vayan a creer que tenemos un equipo de señoritas predispuestas - e indispuestas - al "testeo tamponiano", por asi decirlo. Pero no. No se debe pensar mal. Existen pruebas. De resistencia, de absorción, calidad del material, etc. Yo me encargo de procurar que esas pruebas se hagan, para luego mandarlas al estudio de análisis que terceriza ese servicio. A veces me doy cuenta yo, por los resultados, si falta mas algodón o se va a deshilachar al primer síntoma femenino. Pero en general, los mandos al laboratorio ya que les pagamos un abono mensual, y no me quiero andar haciendo responsable si algo sale mal. Tampoco es cuestión de cargar sobre las espaldas las infecciones de unas cuantas vecinas - nuestro "sector" son las señoras grandes, de esas con ruleros y vestiditos de flores - que usaron una partida sin inspeccionar.

En realidad me recibí de Diseñador Gráfico hace cuatro años. Pero nunca tuve la oportunidad de trabajar en lo que me gusta. El viejo hace cinco años estaba hasta las pelotas con el tema de la crisis y necesitaba gente que le de una mano. Siempre fui bastante pelotudo para el trabajo. Nunca me gustó demasiado el esfuerzo de la constancia. Pero bueno, el viejo me pidió que lo ayudara, y ya no daba pedirle guita para ponerle nafta a la moto e invitarla a la negrita del momento a comer en el diente libre de Belgrano y Jujuy. Asi fue que entré.

La cosa es que el tiempo fue pasando, la empresa mejorando levemente - después de todo, a "Andrés" no lo perturba la economía - y llegó un momento en el que ya estaba con un sueldo lindo y aprendiendo el negocio familiar. Que iba a hacer? ponerme a buscar trabajo para diseñar significaba empezar de cero, y la verdad es que tampoco mi curricula podía impresionar demasiado: pasando los 30, sin experiencia en ese mercado, calificaciones muy por debajo de lo aceptable, y por que no decirlo, una presencia que hace recordar a Silvio Soldan constreñido.

En fin, el tema es que, como decía en el comienzo, vivo solo hace un tiempo ya. Algo así como cuatro años. Un día vino el impresentable del Peluca y me dijo que se iba, que esto y que lo otro. La verdad es que no me importo demasiado, ya que a veces me hinchaba un poco las pelotas, asì que tome su ida como una buena chance para probar la vivienda solitaria. Andar en sogan por la casa, llegar y poner el programa de tele que uno quiera, que no te despierten de la siesta porque se fueron a bañar, etc.

Pero lo extraño al guacho. ¿La verdad? no ando nunca en pelotas porque me da frío, en la tele nunca hay nada y termino haciendo zapping como un pelotudo buscando algo que se que no voy a encontrar, y jamás duermo la siesta. Gran tipo. Un amigo el Pelu.

Pero bue, todo esto no es acerca del Peluca y esta declaración cuasi maricona acerca del compañero de depto. Mucho menos una disertación de la calidad tamponiana. Se trata, en realidad, de la soledad. De llegar a tu casa y que este fría. Que estes hecho poronga de andar testeando tampones y te tengas que poner a hervir unos fideos. Llegar en invierno y que la casa este fría. Mucho mas la cama. Todo eso.

En momentos de tristeza como este, siento que la vida se escurre entre los dedos, sin saber hacia donde vamos. Creo que un poco de eso habló el indio solari al decir que "hay caballos que/ se vuelven potros/ sin galopar". Llegas a tu casa y no sabes muy bien para que llegas, solo pensando que tenes que comer, dormir, bañarte y volver a trabajar. En ese orden. Todos los días...

No se, todo esto me pone algo mal. Algo triste. Me gustaría ser un poco mas religioso, ya que hay gente que pone a Dios como respuesta a esa suerte de pregunta del "para que carajo es todo esto?". Pero, por mas que entienda que pueden tener razón, no consigo mover las ganas para aquel lado. Todo bien con eso, pero la vida tiene que estar buena aca también me parece.

Por otro lado, quizás - pienso -, la vida se trata de buscar y perseguir aquellas cosas que a uno le gustan. No solo cosas, eh? expectativas, proyectos...sueños. Encontrár esa motivación en ir alcanzando metas y viviendo la vida en esa búsqueda. Pero los sueños se acaban o se cumplen. Se forman otros.

Lo mismo con las cosas. Me acuerdo que estaba recontra caliente con la moto que tengo. Pero mal, eh. Llego un punto en que era mi obseción. Compraba revistas de motos y no me alcanzaba ni para comprar una bicicleta. Ahi esta ahora...un poco mas la dejo en la calle sin candado, esperando comprar un autito chico, y así dejar de mojarme como un reverendo pelotudo cuando llueve. Eso de que las minas se suben solas a las motos es mentira. No se quien lo inventó. Jose Yamaha seguro. "Las motos cogen solas" me dijeron. Que se vayan a cagar. La moto garchara todo lo que quiera, pero yo, lo que es yo, veo lo mismo que veia cuando no tenía moto. En fin. No es de motos que hablo...

Hablo de que las cosas se alcanzan y se van las ganas y uno quiero algo mas....y siempre mas. Es una "zanangoria", como decía Minguito, que te ponen adelante y uno no alcanza nunca. Y así se puede ir la vida.

No se. Quizás se trate de formar una familia. Conseguir alguien decente y meterle para adelante. Buscar la parejita y verlos irse de a uno, de a poco, para al fin morir pensando que se deja algo de vida en este mundo. Quizás sea eso. No se. Por el momento, no tengo expectativas de conseguirlo. A la negrita del diente libre no la veo hace rato. Me parece que se calentó en la última gripe que se agarro. Moto de mierda.

En fin. Son las doce de la noche y me tengo que ir a dormir. Mañana tengo que ir a buscar los resultados de una nueva linea de tampones extra absorventes. Voy temprano porque se que el viejo va a querer los índices para primera hora de la mañana, y sino los tengo me va a romper las pelotas todo el día.

No dije que ester era un cuento feliz, tampoco que era para reirse. En definitiva, te dije que estaba triste...Nos vemos. Espero que la cama no este tan fria.

viernes, 3 de agosto de 2007

Gracias Negro...

La pena del valor ajeno, a veces, se mide con su ausencia.

Recién ahora me puse seriamente a completar tus obras. "Tengo que empezar a leer Fontanarrosa", me decía siempre. Tuve que esperar que Mendieta se ponga a llorar en la última página de la Viva, para ir hasta el kiosco y adquirir "La Mesa de los Galanes".

No solo ahora tengo el remordimiento por haber empezado cuando te fuiste, sino también el reproche de haber tardado tanto en hacerlo. Juro que nunca me recontra cague tanto de la risa leyendo algo. Excelente.

Ahora bien, quiero dejar un último pensamiento, antes de pasar, como homenaje, a la transcripción de un cuento del maestro rosarino: ¿Pueden leer las mujeres a Fontanarrosa? No pretendo ser machista con esto. Simplemente, ¿lograran comprender cabalmente al Canalla humorista de la misma forma en que lo hace un tipo bastante simplón como yo? Al perderme en los párrafos que transitan en relatos y cuentos acerca del placer de levantarse a una mina, o la pasión que se vive en un partido de fútbol, me hace sentir privilegiado por pertenecer a esa mitad del mundo que puede comprender lo que nos recuerda el autor.

Se me hace la misma imagen cuando pienso, a la inversa, el placer para las minas de ver "Sex and the City" o leer la Cosmopolitan, cuando en una nota dice "Como entender el estado de animo de tu novio, a través de sus cejas" o "Si me como un guiso, ¿soy mala persona?" y cosas por el estilo, incluyendo disertaciones filosoficas acerca de los hombres y las tetas, o la mucosa vaginal y la guerra del Golfo.

Es así que puedo, y cada vez mas convencido, decir que Fontanarrosa escribió para nosotros. El relato del día perfecto, incluyendo el levante a una diosa sueca en una playa brasilera, o lo que siente un tipo que decide no ver el partido del club de sus amores contra el clásico rival, etc.
Para hacer Justicia con el finado amigo, debo decir que hay ciertos relatos que son unisex. El Negro escribió sobre otras cuestiones además de minas y de fútbol. Pero ello no me hace perder el nucleo de mi reflexión: El Negro supo poner en palabras ajustadas ciertos estados masculinos. Aún en aquellos relatos, su mirada era afín a nosotros y a nuestros pareceres.

Gracias por ello. Un abrazo, te voy a extrañar, sobre todo cuando por mi tardía iniciativa, haya terminado de leer tu colección.



VIEJO CON ARBOL.
A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplen del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un Árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí­, debajo de ese Árbol, solía ubicarse el viejo.

Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.

Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.

Ojo con la vía alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.

”No pasan trenes, casi” tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.

¿No vino la hinchada? ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo. ¿No vino la barra brava?

Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.

”La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá” bromeaba alguno.

”Por ahí­ es amigo del referí”dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.

Y ahí­, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí­, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha casi a desgano, aprovechando para desperezarse cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.

El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.

“¿Está¡ escuchando a Central Córdoba, maestro?”medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.

”No” sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado. “Música” ­dijo después, mirándolo de nuevo.

“Algún tanguito?”probó el Soda.

”Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.

El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.

”Pero le gusta el fútbol” le dijo”. Por lo que veo.

El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.

”Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte” dictaminó después. “Muy emparentado”.

El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.

”Mire usted nuestro arquero”efectivamente el viejo señal a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra”. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales” se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba. “Bueno... Eso, eso es la escultura...”

El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.

“Vea usted”el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un corner. “el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así­... Bueno... Eso, eso es la pintura.

Y estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.

“Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...

El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero solo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.

“Y escuche usted, escuche usted...” lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válidoâ”... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí­... Bueno... Eso, eso es la música...

El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.

“Y vea usted a ese delantero... ” señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado”... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

El Soda se tomó la cabeza.

“¿Qué cobrás?” balbuceó indignado.

“¿Cobró penal?” abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha. “¿Qué cobrás?” gritó después, desaforado”. “Qué cobrás, referí­ y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.

“...¿Y eso?” se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.

“Y eso...” vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra”...Eso es el fútbol.