sábado, 31 de mayo de 2008

El Palmera

“Maldito coche negro”, “Amor de papel”, Cachumba, Jean Carlos y otros. En lo del Ruso (como tantas otras veces) estamos en una previa violenta (hice fajitas regado con buen vino) y suena el cuarteto motivador. No puedo evitar pensar en el Palmera.
Sus ojos cerrados, las rodillas flexionadas en un movimiento de caderas, con la bailarina de turno en una covacha de mala muerte. El fernet en una mano y la Negra en la otra. Transpirando. Moviendo. Ganando.
Hace un año y pico que se volvió a sus pagos de la Docta. Hace un año y pico que me falta algo acá al costado izquierdo del pecho.
Entiendo el motivo: La Nati, la paz, y alejarse del humo de la calle porteña y la locura del gran estudio contable. Pero acá quedamos nosotros, un poco güachos, un poco tristes.
En Noviembre será cuestión de tirarte al cielo y pedir que cada tanto la vida nos deje verte. En Noviembre, estaremos felices por tu casamiento. Y por vos también. Que tanto hoy como desde hace un año y medio te extrañamos, queriendo lo mejor para vos.
Esperemos, también, que esa noche te veamos con los ojos cerrados, las rodillas flexionadas en un movimiento de caderas, fernet en la mano, transpirando, moviendo, ganando.

lunes, 26 de mayo de 2008

Mujeres Milicia

"Ya lo dije muchas veces: junto a las mujeres, la vida es una milicia; una milicia que debiera ser obligatoria para la juventud, pues completa la educación y forma el carácter; por ellas triunfamos de nuestras debilidades y, lo que es mas importante, aprendemos a cuidar el detalle personal, a tender la cama, a preparar el té".

Adolfo Bioy Casares.
“Todas las mujeres son iguales”.

jueves, 22 de mayo de 2008

Molesto

Jugué con el reflejo del sol en mi reloj sobre tu cara, sabiendo que te molesta. Me divierte fastidiarte cuando estas absorta en tus cosas, sobre todo cuando tengo ganas de ti. Sin embargo, amo verte concentrada en otras cosas. Ambigüedades sobre como uno puede amar extremos.
Acaricié tu cuello con los dedos pulgar e índice, en forma de “L”, hacia arriba y abajo. Vi cerrar tus ojos y perder tu apunte por un instante. Deseé que lo apoyes, definitivamente, sobre la mesa ratona del living. Besé tus mejillas para ver si lo conseguía. Me rendí cuando tus ojos verdes volvieron a abrirse.
Me entretuve con los pelos rubios detrás de tus oídos por un momento. Sentí tu piel de gallina en mis yemas. Vi como tus hombros se tiraban hacia atrás.
Quise empezar un masaje pero te levantaste cuando la pava hizo su ruido de hervor. Volviste con tu té de las cuatro y media. Te acomodaste en el sillón, pero ya sobre el otro extremo. El apunte volvió a llevarse tu atención.
Besé tu frente y salí a caminar. Me fui pensando cuanto te falta para rendir la última materia.

martes, 20 de mayo de 2008

Amor a primera vista (no molestes...)

Fue amor a primera vista. Sin duda. No es la primera vez que me pasa, pero si la primera vez que termina en mi cama. Esa noche fue única. Decidimos dejarnos llevar y a los dos días ya se había traído sus cosas.
Al comienzo, solo fueron celos sobre mis amigos y se mostró algo molesta con ciertas mañas (propias de las mujeres, pensé). Cuando empezó por corregir mis dicciones o a cuestionarme con moralinas seudo-psicológicas no pensé que fuera tan grave. Después de todo, no existe el amor perfecto.
Pero al mes, cuando ya se sentía comoda en la casa, desarrolló su más alto y perfeccionado sentido para hinchar las pelotas. El solo sentir que entraba al departamento, era un golpe en la paciencia.
Hace una semana que cambié la llave y hoy tengo turno con mi analista para ver que hay detrás de mi obsesión por el amor a primera vista.

viernes, 16 de mayo de 2008

Caminata

Se miraron en la esquina. Él bien vestido. Ella mejor. Él disimuló que no estaba interesado – a pesar que todos los tipos que están esperando el semáforo junto a ellos no paraban de mirarle el culo – poniéndose los auriculares del mp3. Ella lo miró y se quedó parada a pesar que el semáforo ya les había dado verde.
Él caminó un par de cuadras, pensando que el disco que había puesto iba realmente bien con la mañana y su estado de ánimo. Sin embargo, puso el volumen muy bajo ya que todavía le duraba un poco el mal humor vespertino. Se olvidó de ella.
Llegó a una avenida y otra vez el semáforo lo detuvo. Miró hacia su izquierda y la vio, quien justo estaba volviendo su cabeza para el frente. Él se detuvo un poco mas a mirarla (dio un paso para atrás para poder hacerlo mejor y no ser tan obvio). Se dio cuenta que ya no estaban acompañados como en el otro semáforo. Se puso a pensar que carajo le podía decir a las 9 de la mañana en una esquina perdida de Buenos Aires.
Como si ese ella pudiese oler ese pensamiento, dejó de mirarlo – histérica - y comenzó a caminar ni bien puesto el semáforo en verde. El se quedó pensando lo que le pudo haber dicho.
A mitad de cuadra, él ya la había alcanzado y sobrepasado. Decidió cruzar a mitad de cuadra. Se había hinchado las pelotas de hacerse mala sangre por algo que no iba a ocurrir.
Llegó a la esquina y dobló a la derecha. Caminó una cuadra más y dobló a la izquierda. La música seguía baja pero él ya pensaba en las dos o tres cosas del laburo que tenía que hacer esa mañana.
Paró en un kiosco a comprar cigarrillos. Cuando terminó de pedirle al kioskero los Camel Box, vio como pasaba ella atrás de él. Cuando se encontraron en la siguiente esquina con semáforo, ella sacó un celular y marcó un número. El bajó el volumen del mp3.
Hola, Cande. Eli. Si…Bien. Estoy en Rosario. Acabo de salir de la entrevista…Mas o menos… Si. Me dijeron que me llaman…Y, no se. Calculo que en una semana, mas o menos”. Luz verde. Comenzaron a caminar. El mas despacio de lo acostumbrado y ella uno o dos pasos atrás de él.
Y, ahora? No se… Estoy caminando, yendo para el Río que me dijeron que es muy lindo… ¿Chicos? Y, no se, no pude ver mucho, pero lo que vi hasta ahora me ha gustado bastante – sonrió -…jajaja…Buenos, después te cuento…Ahora no puedo decirte nada. No, nada…Si…Tengo que hacer tiempo hasta las 6 de la tarde… Si. A esa hora…En Chevallier…Y, no se. Serán más o menos tres horas por autopista. Si queres, cuando llegue a casa te llamo y salimos a comer algo…No, no creo que lo llame. No tengo ganas de seguir dándole tiempo…. Okay. Okay… Dale, nena. Te mando un besote”. Colgó.
Hola Enrique, si, mirá: no voy a poder ir hoy. Me surgió algo y me tengo que quedar a resolverlo – la miró y sonrió -…Calculo que a la seis de la tarde…Bueno, lo vemos el lunes…Si. No se como voy a encararlo todavía pero no te hagas problema….Después te cuento. …No, no se… No me esperes mejor…Chau”.
Colgó, mientras se paraba delante de ella. Sonrieron.

lunes, 12 de mayo de 2008

Alemanes del Volga




Los alemanes del Volga (alemán: Wolgadeutsche o Russlanddeutsche) eran alemanes étnicos que vivían en las cercanías del Volga en la región sur europea de Rusia, alrededor de Saratov y al sur, manteniendo el idioma alemán, la cultura alemana, sus tradiciones e iglesias, todas cristianas: católicos, luteranos, protestantes y menonitas.

Comenzaron a emigrar desde Alemania a Russia en el año 1763, especialmente de las zonas de Hesse, el Palatinado y Baviera, aceptando una invitación de la emperatriz Catalina II de Rusia de afincarse en las tierras del bajo Volga. Allí fundaron en 1764 la primera aldea (Dobrinka) a la que llegaron cinco años más tarde un centenar, totalizando cerca de 30.000 habitantes en esa primera colonización. Al lado oeste del Volga se lo llamó Bergseite (lado montañoso) y al lado este Wiesenseite (lado llano). Así, las colonias se identifican como las que son de la Bergseite o de la Wiesenseite.

Las profesiones de los alemanes asentados en el Volga eran muy diversas, ya que varios de ellos eran farmacéuticos, médicos, abogados, ingenieros, profesores, como así también zapateros, herreros, panaderos, demás artesanos y una mayoría de agricultores que buscaban un lugar de paz para vivir, ya que Alemania estaba padeciendo el largo sufrimiento de las guerras napoleónicas. Sin embargo, al llegar a Rusia fueron obligados a confinarse por completo a las actividades del campo, y sólo unos pocos pudieron dedicarse a su profesión o a vivir de lo que habían estudiado tal como lo deseaban, al mismo tiempo que se les impedía la salida del territorio y debieron jurar fidelidad a su majestad imperial. De esta manera, los alemanes entendieron que sólo vivirían para trabajar, y durante varias generaciones los ancianos murieron sin haber conocido el esparcimiento. Confiaron en que si lograban llevar una vida sumamente austera y podían cumplir con todas las privaciones que se imponían, sus hijos podrían gozar de una mejor condición, lo que les permitiría hacer valer sus derechos.

El riguroso abocamiento al trabajo por parte de los alemanes y su intransigente sentido del deber, hicieron que ni ellos ni sus descendientes se permitieran la ociosidad, como tampoco gozar de comodidades que se basaran en acortar las jornadas de trabajo, y durante muchos años se habían prohibido la celebración de fiestas, con excepción de los ritos religiosos que eran cumplidos con suma adhesión por toda la comunidad.

Como consecuencia de eso, al cumplirse el primer siglo de la colonización alemana en el Volga, las espigas de trigo cubrían una superficie mayor a la de la Suiza actual, y los alemanes del Volga se convirtieron en importantes terratenientes. No obstante, nunca delegaron las tareas rurales, y de esta manera las familias que se encontraban en mejor posición económica continuaron trabajando sus campos para poder enviar a sus hijos a estudiar a universidades de Alemania. Una vez graduados, a muchos les era prohibido regresar de nuevo a Rusia para ver a sus padres y tomar contacto con sus seres más directos, por lo que varias familias se desesperanzaron y creyeron que ya nada podían hacer.

La eficiencia que lograron durante todos sus propios gobiernos, la adhesión total al trabajo, y los contratos de radicación y colonización favorecieron el desarrollo de las colonias y ciudades. A los descendientes de los primeros pobladores les aseguraban quedar exentos "eternamente" de la mayoría de las obligaciones que tenían los propios habitantes de Rusia, incluida la de prestar servicio militar. La alta tasa de natalidad, junto con la continua inmigración, multiplicó notablemente la población alemana en el Volga, al punto que entre 1838 y 1880 sólo la cantidad de aldeas alemanas que se encontraban circundantes al río ascendía a 583. Conservaron con extrema rigurosidad el idioma alemán y el cúmulo de tradiciones heredadas de sus familias y maestros, y no se daban casamientos mixtos entre rusos y alemanes. De esta manera, mantuvieron intacto el legado antropológico y cultural de sus ancestros.

No obstante los logros que habían alcanzado, en 1864 las penurias se agudizaron debido a las pérdidas de los privilegios otorgados por Catalina la Grande. Esto provocó que fuertes contingentes de alemanes comenzaran a emigrar hacia América a partir de 1872. Más tarde, con el advenimiento del comunismo soviético, muchos alemanes fueron perseguidos a causa de su fe cristiana y la gran mayoría fue deportada a gulags y otros campos de concentración en Siberia, lo que derivó prácticamente en su exterminio en masa.

Alentados por la experiencia de estos connacionales, los alemanes que pudieron sobrevivir protagonizarían la última oleada emigratoria. Sus destinos fueron Canadá, Estados Unidos, y más tarde América del Sur con Brasil, Uruguay y Argentina.

Para aquellos alemanes que decidieron quedarse en el Volga, llegaron a tener su propia república (la República Autónoma de los Alemanes del Volga de la Unión Soviética), pero fue en 1941 que por decreto de Stalin, les fue borrada del mapa (Ukase del 28 de agosto de 1941). Absolutamente todo el territorio les fue confiscado, y las viviendas fueron ocupadas por comunistas rusos. Los alemanes del Volga nunca más pudieron regresar a la zona, y los pocos sobrevivientes debieron emigrar como desposeídos.

Luego, en septiembre de 1955, durante el gobierno de Nikita Jrushchov, la Unión Soviética firmó un decreto a través del cual se reconoció públicamente que el trato dado a los alemanes del Volga había sido totalmente infundado, garantizando de esta manera amnistía a los sobrevivientes que quedaran en Rusia. A pesar de ser reconocidos como víctimas, fueron obligados a firmar ciertos trámites en donde renunciaban a todos sus derechos de propiedad y de herencia, y de volver al territorio de su antigua república.

Como consecuencia de la vida impuesta en los campos de concentración, la generación de sobrevivientes de alemanes del Volga que quedó en Rusia creció sin familia y sin escuela. Las familias alemanas fueron diezmadas, los niños que podían producir eran rápidamente obligados a desarrollar trabajos forzados, y se les prohibió la educación. En el marco de estas necesidades, los sobrevivientes se vieron obligados a firmar renuncias que vulneraban aun más su dignidad humana en otros aspectos pero ponían fin a la persecución. A diferencia de otros pueblos víctimas de genocidio, los alemanes del Volga nunca fueron indemnizados.

El 29 de agosto de 1964 un segundo decreto admitía abiertamente la culpa del gobierno soviético de la persecución y genocidio de un pueblo inocente. No obstante eso, ninguno de sus derechos les fue restituído hasta la actualidad.

Volviendo a aquellos que inmigraron, y focalizándonos en los que llegaron a Argentina, lo hicieron merced a una ley del entonces Presidente argentino Nicolás Avellaneda. La primera colonia se estableció en Hinojos, cerca de Olavarría, en la Provincia de Buenos Aires el 5 de enero de 1878 y otros lo hicieron en el departamento entrerriano de Diamante, el 24 de enero del mismo año, fundando General Alvear. Más tarde lo fueron haciendo en el resto de las provincias. La población total de descendientes de alemanes del Volga en la Argentina está estimada en algo más de 1.200.000 habitantes.

Hoy encontramos descendientes de alemanes del Volga en los pueblos que se formaron en base a dichas colonias y en ciudades cercanas a estas. La mayor parte de la población de las ciudades de Crespo en la Provincia de Entre Ríos y Coronel Suárez en la Provincia de Buenos Aires está compuesta por descendientes de alemanes del Volga.
(Fte: Wikipedia.com)

domingo, 4 de mayo de 2008

Cada domingo (Superclásico)

Hay que tener ganas de complicarse la vida de esta manera, eh? De por si, ya tiene sus bemoles y luchas como para, encima, andar agregándole motivos de preocupación. Es como si uno, de una forma masoquista, disfrute del nervio y la tensión. Estar preocupándose por motivos – unos lo sabe, concientemente – vanos (Este Palacio no le hace un gol ni al arco iris).
Crisis cardíacas, taquicardias, uñas masacradas, caída del cabello, etc., se dan lugar como consecuencia del balompié. ¿Y que necesidad hay? Ninguna (Pero fue full Bassi, fue full...¡¡¡la reputa que te parió!!!).
Esta crispación nerviosa tiene su pico periódicamente en partidos importantes: desenlaces de campeonato, instancias finales de copas y clásicos rivales. Y para un hincha xeneise – como el suscriptor – ¿qué partido más importante que el “Superclásico” frente a River Plate? Ninguno (Ay que dormidito que esta Román hoy, che. ¡Vamos carajo que hay que ganar!)
Allí es cuando este sufrimiento asciende a su cumbre. Uno podría recostarse en la acostumbrada paternidad para sentirse un poco más tranquilo que el rival, pero no. No es así. Uno termina sufriendo como un condenado. Faltando una semana para el match, uno ya empieza a sumar temperatura (Y encima yo me vengo a sentar en este bar lleno de gallinas. ¿Quién carajo me mando?) y llega al partido pretendiendo sentarse tranquilo y relajado a disfrutar del espectáculo, esperando que "sus" muchachos hagan un buen papel. Trantando de convencerse que esto no es la muerte de nadie y que se puede ganar y perder, con iguales posibilidades. Pero no, empieza el partido y ya, con el primer lateral cedido, las piernas se empiezan a mover, la mesa empieza a sentir los golpes de puño y "Gerlo, muerto, ¡¡¡¡sos horrible!!!!!".
Pasan los minutos y uno se putea a uno mismo por ser tan fanático y hacer depender a sus emociones de un juego, eso, simplemente un juego. Y por si fuera poco, ese juego no depende de uno, de su destreza, talento y pericia. Depende de once tipos que ni saben de mi sufrimiento, mis uñas y mis nervios (Ahi "ta", Battaglia...¡¡¡¡goooooooooooooooooollllll!!!!!! Vamos carajo ahora, vamos que los matamos. Termino abrazado con el viejo de la mesa de al lago, con el mozo que largo la bandeja a la mierda. "Ole ole, ole ole ola, que las gallinas no nos ganan nunca mas").
Y es así siempre. Cada domingo...y es una linda forma de complicarse la vida.

viernes, 2 de mayo de 2008

Almagro melancolía

La pared repleta de estantes hasta el techo – alto, muy alto – no impedía, de cualquier manera, que se puedan ver las paredes celestes, húmedas, descascaradas e imperfectas (¿Cómo estarán las paredes del Almacén de Ramos Generales de Don Enrique en Espartillar, Provincia de Buenos Aires?). Varias botellas viejas, sucias, de ginebra Bolls y otras bebidas daban la imagen perfecta (como las que me regaló el abuelo, no?).
Sobre el mostrador, una caja registradora por lo menos cincuentenaria (también tenía una, mucho mas cuidada). Un par de guitarras criollas y el cantante de voz grave. “Uno”, “Azulejo” y otros se fueron dando a medida que se consumía el vaso de fernet (Siempre con su radio vieja escuchando los tangos que sonaban desde LU2, Radio Bahía Blanca, mientras detrás, la abuela hacía la comida).
Esquina melancolía en Almagro para la parada en la noche que algún bohemio del grupo pensó apropiado.
Algunos personajes acompañaban la pequeña sala: el barman de pelos heavies - la conexión con el presente, supongo-, las parejitas que movían los labios al compás del juglar de turno y las mesas completas de botellas – nuevas y vacías – en un ambiente turbio por el humo del cigarrillo permitido (Supongo que hoy estará cargado de tierra, cubiertos en sus muebles con sábanas blancas y telas de arañas por cada rincón del salón).
Entre copla y copla, el replique de los asistentes era incesante, aunque veíase interrumpido rápidamente en cuanto aquella voz marcaba el comienzo de una nueva melodía.
Fue una sensación instantánea. Casi como tropezarse con uno mismo. Con la infancia perdida y los recuerdos felices. Almagro y su viejo bar, repleto de botellas rancias, me hizo confundir por un momento y esperar que detrás de aquella barra raída aparezca el abuelo Enrique, enfundando en su gamulan enorme, su gorra gris, bigotes gruesos y porte inmenso.