De frente caminaste hacía mi. Curvilínea, toda vestida de negro. Como tus ojos. Como tu pelo. Miraste por una fracción de tiempo imperceptible, salvo para mi. Cuando estabas por subir el primer escalón, te detuviste como para prestar atención a una amiga, dejando muy poco espacio para poder descender el mismo escalón. Las yemas del índice, medio y anular de mi mano derecha se apoyaron en la parte superior de tu brazo izquierdo. Mientras te pedía permiso los dejé bajar suavemente hasta tu codo. Sentí tu escalofrío. “Me llevo tu piel”, pensé, “no te puedo dejar mucho mas”.
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