El Profe los citó a todos a la Rectoría durante el recreo. “Bueno, muchachos, el miércoles que viene arranca elIintercolegial. Se juega durante tres días en el gimnasio de la 730. Nos tocó en la zona con la 714 y el Nacional”.
El Profe era Sergio Moussef, preceptor del colegio salesiano de la ciudad y, además, profesor de educación física de esos muchachos en la misma institución. El Gordo, como también le decían, era un tipo muy querido por todos los alumnos del colegio. Era un tipo de unos cuarenta años, con varias temporadas en ambos cargos sobre las espaldas, lo que le aportaba un gran manejo de la inconmensurable maza hormonal que representa un colegio secundario mixto.
“A los entrenamientos regulares, le vamos a sumar un par de días más: Lunes y Viernes. El que no pueda porque tiene otras actividades, me avisa, pero espero que estén todos porque quiero trabajar bastantes cosas del equipo”, dijo.
El “equipo” era el seleccionado de Handball juveniles del colegio, tradición de la institución. Si bien el colegio siempre tuvo equipos de Volley y Basket, el Handball el que se preparaba con mayor seriedad y tenía mayor proyección en la zona. El Colegio Padre Juan Muzzio fue, tradicionalmente, un colegio de formación salesiana masculina que, en los últimos años, había sumado señoritas a sus cursos. El Handball era la mayor expresión deportiva de esa casa de formación.
- ¿Y quien va a atajar? – preguntó uno de los chicos. Cristian, no?. La pregunta era porque Julio, el arquero del equipo, se había mudado de ciudad con su familia, y Cristian había sido su suplente durante esos años.
- No, el Flaco – dijo el Profe y señaló con el mentón al pibe menor y desgarbado de tercer año que había ingresado no hace mucho al equipo. Todos lo miraron inmediatamente, sorprendidos, lo que llenó de orgullo y vergüenza al Flaco.
Los entrenamientos se sucedieron en la forma planeada. Esa semana, el Flaco se sintió mejor que nunca. Hubo entrenamientos intensivos para todo el equipo, incluido un entrenamiento especial para los arqueros: ejercicios especiales contra la pared en busca de reflejos; ejercicios físicos intensos, para reforzar la capacidad técnica; fusilamientos con pelota, destinados a quitar el miedo del “pique” de la pelota en el cuerpo.
El masoquismo que supone la posición de arquero es innegable. Pero el Flaco siempre decía que su puesto era el más lindo. “El ánimo del equipo depende del arquero. Si el anda bien, el equipo levanta. Si el arquero se bajonea, no hay rendimiento del equipo que pueda contra ello”.
Sintiendo las palabras escuchadas de su hermano, lo motivaba la alta responsabilidad del puesto, lo que contrasta con las escasas posibilidades de éxito que tiene en su intervención: el delantero generalmente dispara al arco desde poca distancia y con gran violencia, por lo que sus posibilidades de éxito son considerablemente superiores a las del arquero. “Además, el arquero – decía - debe comprometer seriamente su físico, pasible de pelotazos en el rostro, las bolas, el abdomen o las piernas. Así, con pocas chances de éxito, el arquero se las debe ingeniar para superar las estadísticas, con la responsabilidad que implica”.
El día miércoles, comenzó el torneo en la forma pautada. Un momento especial vivió el Flaco cuando el Profe le entregó en el vestuario la camiseta de arquero del equipo con el número uno en la espalda: esa misma camiseta amarilla que le había visto usar a su hermano varios años antes, motivo que lo llevo a decir “arquero” cuando le preguntaron en primer año de que quería jugar en el equipo.
El Colegio Padre Juan no tuvo dificultades para superar con éxito su zona. Cómodos triunfos frente a la 714 y el Nacional, colegios sin mucha tradición en el deporte. El Flaco estuvo a la altura de las circunstancias. El primer partido lo vivió con nervios durante los primeros minutos, conciente de que sus compañeros hubiesen preferido que ataje Cristian, todos compañeros en el mismo curso. Sin embargo, tapado el primer remate, se tranquilizó y atajó bastante bien, ganándose las felicitaciones de todos sus compañeros.
En cuartos de final, jugaron contra el Comercial, uno de los clásicos de siempre. Los del Comercial jugaban bastante bien, aunque generalmente trataban de manejarse un poco más allá del reglamento. El partido, como todos los clásicos con ese colegio, fue áspero. Sobre todo porque el Colegio Padre Juan era el colegio los “conchetos”, de los “curas”, de los nenes bien, de plata (a pesar que la cuota del colegio era de solo $37, una ridiculez). Algunas expulsiones por ambos bandos y muchas fricciones en todas las jugadas. El Flaco tuvo otro buen partido, interviniendo quizás un poco más en la dirección de la defensa, claro esta, envalentonado por los buenos desempeños anteriores. Fue triunfo ajustado para el Padre Juan por dos goles.
En la semifinal, el rival más difícil de toda la vida: la ENET, la escuela técnica de la ciudad. En general, sus equipos eran formados con gente de físicos importantes, el cual lo utilizaban con agresividad. Eran además, muchachos de recursos bajos, gustosos de aporrear a los “nenes bien” de la ciudad. Nuevamente, las acciones se dieron en forma similar al partido contra el Comercial. El Padre Juan solo logró sacar ventaja a partir del talento de sus jugadores, quienes si bien no eran de importancia física, todos disponían de una técnica depurada por años de entrenamiento en el colegio.
El rigor de partido también fue sentido por el Flaco. Era tradicional que el extremo izquierdo de la ENET (Llamandú) dirigiera su primer lanzamiento del partido al rostro del portero, como una forma de amedrentar. En esa ocasión, al ver un rostro juvenil, además del primer remate, el extremo decidió dirigir el segundo al abdomen y el tercero a los testículos. El Profe se quedó tranquilo cuando observó que el Flaco siguió saliendo “armado” y con el rostro en alto al cuarto disparo del puntero.
Ganada la serie, la final del intercolegial sería al otro día, contra el local: la 730. Este colegio no contaba con tradición en el deporte, pero se había manejado como para acceder a la instancia final, beneficiado con una llave ventajosa.
El Rector del colegio local dispuso la celebración de la final para el día viernes, a las 12 hs., resolviendo que todos los alumnos del colegio podían faltar a la última hora de clase, con la condición que asistieran al encuentro. Resultado, el gimnasio era una caldera con más de tres mil personas. Era la oportunidad para obtener el intercolegial y derrotar a “los putitos del Muzzio”.
Desde que entró el equipo, el estadio se transformó en un solo insulto para todos los jugadores visitantes. El clásico uniforme verde del Muzzio se transformó desde ese mismo momento en el fundamento de todos los cantos, los cuales prácticamente se olvidaron de alentar a su propio equipo. El Flaco recibió en forma individual, como todos, algún que otro insulto ("Que lo vengan a ver / que lo vengan a ver / eso no es un arquero / es una puta de cabaret").
Sin misterios, el partido fue ganado de comienzo a fin por el Muzzio. Los de verde estuvieron delante en el marcador todo el partido, sin dudas por su superioridad técnica y dominio de juego, pero por sobre todo gracias al Flaco. Ese día el portero se vistió de titular indiscutido para el seleccionado de Handball del Colegio Padre Juan Muzzio. A su regular y correcto desempeño en el torneo le agregó una actuación soberbia, que no pudo hacer más que madurar el triunfo de los “Curas”.
El Flaco atajó (algunos desviados) doce de los quince penales que le marcaron a su equipo, impidió goles de contrataque en mano a mano con el delantero rival que ingresaba en carrera por el medio del área, salvó pelotas con la punta de sus extremidades, todas extendidas en el aire, provocando rebotes en sus antebrazos, piernas, hombros, etc. Incluso atajó el lanzamiento seguro del “Circulador” quien tomó el mismo rebote que dejó el arquero tras un lanzamiento del armador izquierdo: su pecho sintió el duro golpe del disparo, para la humillación de los tres mil presentes aquel mediodía.
A partir del segundo tiempo, todos los gritos e insultos fueron dirigidos hacia él, concientes que el gran responsable de la fiesta fracasada era ese rubio largo y flaco, de colores brillosos, que atajaba todos y cada uno de los embates de los representantes de su colegio.
Ante el silbato final, todos los abrazos fueron para él.
El Profe era Sergio Moussef, preceptor del colegio salesiano de la ciudad y, además, profesor de educación física de esos muchachos en la misma institución. El Gordo, como también le decían, era un tipo muy querido por todos los alumnos del colegio. Era un tipo de unos cuarenta años, con varias temporadas en ambos cargos sobre las espaldas, lo que le aportaba un gran manejo de la inconmensurable maza hormonal que representa un colegio secundario mixto.
“A los entrenamientos regulares, le vamos a sumar un par de días más: Lunes y Viernes. El que no pueda porque tiene otras actividades, me avisa, pero espero que estén todos porque quiero trabajar bastantes cosas del equipo”, dijo.
El “equipo” era el seleccionado de Handball juveniles del colegio, tradición de la institución. Si bien el colegio siempre tuvo equipos de Volley y Basket, el Handball el que se preparaba con mayor seriedad y tenía mayor proyección en la zona. El Colegio Padre Juan Muzzio fue, tradicionalmente, un colegio de formación salesiana masculina que, en los últimos años, había sumado señoritas a sus cursos. El Handball era la mayor expresión deportiva de esa casa de formación.
- ¿Y quien va a atajar? – preguntó uno de los chicos. Cristian, no?. La pregunta era porque Julio, el arquero del equipo, se había mudado de ciudad con su familia, y Cristian había sido su suplente durante esos años.
- No, el Flaco – dijo el Profe y señaló con el mentón al pibe menor y desgarbado de tercer año que había ingresado no hace mucho al equipo. Todos lo miraron inmediatamente, sorprendidos, lo que llenó de orgullo y vergüenza al Flaco.
Los entrenamientos se sucedieron en la forma planeada. Esa semana, el Flaco se sintió mejor que nunca. Hubo entrenamientos intensivos para todo el equipo, incluido un entrenamiento especial para los arqueros: ejercicios especiales contra la pared en busca de reflejos; ejercicios físicos intensos, para reforzar la capacidad técnica; fusilamientos con pelota, destinados a quitar el miedo del “pique” de la pelota en el cuerpo.
El masoquismo que supone la posición de arquero es innegable. Pero el Flaco siempre decía que su puesto era el más lindo. “El ánimo del equipo depende del arquero. Si el anda bien, el equipo levanta. Si el arquero se bajonea, no hay rendimiento del equipo que pueda contra ello”.
Sintiendo las palabras escuchadas de su hermano, lo motivaba la alta responsabilidad del puesto, lo que contrasta con las escasas posibilidades de éxito que tiene en su intervención: el delantero generalmente dispara al arco desde poca distancia y con gran violencia, por lo que sus posibilidades de éxito son considerablemente superiores a las del arquero. “Además, el arquero – decía - debe comprometer seriamente su físico, pasible de pelotazos en el rostro, las bolas, el abdomen o las piernas. Así, con pocas chances de éxito, el arquero se las debe ingeniar para superar las estadísticas, con la responsabilidad que implica”.
El día miércoles, comenzó el torneo en la forma pautada. Un momento especial vivió el Flaco cuando el Profe le entregó en el vestuario la camiseta de arquero del equipo con el número uno en la espalda: esa misma camiseta amarilla que le había visto usar a su hermano varios años antes, motivo que lo llevo a decir “arquero” cuando le preguntaron en primer año de que quería jugar en el equipo.
El Colegio Padre Juan no tuvo dificultades para superar con éxito su zona. Cómodos triunfos frente a la 714 y el Nacional, colegios sin mucha tradición en el deporte. El Flaco estuvo a la altura de las circunstancias. El primer partido lo vivió con nervios durante los primeros minutos, conciente de que sus compañeros hubiesen preferido que ataje Cristian, todos compañeros en el mismo curso. Sin embargo, tapado el primer remate, se tranquilizó y atajó bastante bien, ganándose las felicitaciones de todos sus compañeros.
En cuartos de final, jugaron contra el Comercial, uno de los clásicos de siempre. Los del Comercial jugaban bastante bien, aunque generalmente trataban de manejarse un poco más allá del reglamento. El partido, como todos los clásicos con ese colegio, fue áspero. Sobre todo porque el Colegio Padre Juan era el colegio los “conchetos”, de los “curas”, de los nenes bien, de plata (a pesar que la cuota del colegio era de solo $37, una ridiculez). Algunas expulsiones por ambos bandos y muchas fricciones en todas las jugadas. El Flaco tuvo otro buen partido, interviniendo quizás un poco más en la dirección de la defensa, claro esta, envalentonado por los buenos desempeños anteriores. Fue triunfo ajustado para el Padre Juan por dos goles.
En la semifinal, el rival más difícil de toda la vida: la ENET, la escuela técnica de la ciudad. En general, sus equipos eran formados con gente de físicos importantes, el cual lo utilizaban con agresividad. Eran además, muchachos de recursos bajos, gustosos de aporrear a los “nenes bien” de la ciudad. Nuevamente, las acciones se dieron en forma similar al partido contra el Comercial. El Padre Juan solo logró sacar ventaja a partir del talento de sus jugadores, quienes si bien no eran de importancia física, todos disponían de una técnica depurada por años de entrenamiento en el colegio.
El rigor de partido también fue sentido por el Flaco. Era tradicional que el extremo izquierdo de la ENET (Llamandú) dirigiera su primer lanzamiento del partido al rostro del portero, como una forma de amedrentar. En esa ocasión, al ver un rostro juvenil, además del primer remate, el extremo decidió dirigir el segundo al abdomen y el tercero a los testículos. El Profe se quedó tranquilo cuando observó que el Flaco siguió saliendo “armado” y con el rostro en alto al cuarto disparo del puntero.
Ganada la serie, la final del intercolegial sería al otro día, contra el local: la 730. Este colegio no contaba con tradición en el deporte, pero se había manejado como para acceder a la instancia final, beneficiado con una llave ventajosa.
El Rector del colegio local dispuso la celebración de la final para el día viernes, a las 12 hs., resolviendo que todos los alumnos del colegio podían faltar a la última hora de clase, con la condición que asistieran al encuentro. Resultado, el gimnasio era una caldera con más de tres mil personas. Era la oportunidad para obtener el intercolegial y derrotar a “los putitos del Muzzio”.
Desde que entró el equipo, el estadio se transformó en un solo insulto para todos los jugadores visitantes. El clásico uniforme verde del Muzzio se transformó desde ese mismo momento en el fundamento de todos los cantos, los cuales prácticamente se olvidaron de alentar a su propio equipo. El Flaco recibió en forma individual, como todos, algún que otro insulto ("Que lo vengan a ver / que lo vengan a ver / eso no es un arquero / es una puta de cabaret").
Sin misterios, el partido fue ganado de comienzo a fin por el Muzzio. Los de verde estuvieron delante en el marcador todo el partido, sin dudas por su superioridad técnica y dominio de juego, pero por sobre todo gracias al Flaco. Ese día el portero se vistió de titular indiscutido para el seleccionado de Handball del Colegio Padre Juan Muzzio. A su regular y correcto desempeño en el torneo le agregó una actuación soberbia, que no pudo hacer más que madurar el triunfo de los “Curas”.
El Flaco atajó (algunos desviados) doce de los quince penales que le marcaron a su equipo, impidió goles de contrataque en mano a mano con el delantero rival que ingresaba en carrera por el medio del área, salvó pelotas con la punta de sus extremidades, todas extendidas en el aire, provocando rebotes en sus antebrazos, piernas, hombros, etc. Incluso atajó el lanzamiento seguro del “Circulador” quien tomó el mismo rebote que dejó el arquero tras un lanzamiento del armador izquierdo: su pecho sintió el duro golpe del disparo, para la humillación de los tres mil presentes aquel mediodía.
A partir del segundo tiempo, todos los gritos e insultos fueron dirigidos hacia él, concientes que el gran responsable de la fiesta fracasada era ese rubio largo y flaco, de colores brillosos, que atajaba todos y cada uno de los embates de los representantes de su colegio.
Ante el silbato final, todos los abrazos fueron para él.
Es probable que, superados casi quince años, nadie recuerde tanto ese día como aquí se evoca. Probablemente, ese partido solo sea un vago recuerdo en una nebulosa, incluida la memoria de los mismos campeones. Sin lugar a dudas, el “Mentón del Profe”, ya en la montonera triunfal en mitad de cancha sobre el rubio portero, debe haber sido olvidada por todos. Solo el Flaco en ese momento lo recordaba. Aún lo hace.
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