viernes, 29 de junio de 2007

Fausto

Fausto es un tipo grande. Físicamente. Tiene arriba de un metro noventa y más de cien kilos encima. Es un tipo serio y de gesto adusto. Sus facciones muestran que se trata de alguien complicado para tratar. Su sangre irlandesa y vasca, no es una buena combinación para quienes lo provocan de alguna forma.

Él, como el resto, cree que no es fácil de aguantarlo en una pelea ocasional. Y es por ello que Fausto cuando tiene algún altercado deja en claro desde un principio con su fuerte carácter que es capaz de tomar provecho de sus características. Amedrenta con su mirada torva y su grandeza corporal. Y siempre le dió resultado. ¿Cómo no se la iba a dar con semejante porte? ¡¡¡¡Si era un ropero!!!!. Quizás por eso ha tenido nada más que dos peleas en su vida. Grandes. Bataholas. Y siempre fueron porque algún amigo empezó una gresca sin estar él cerca para evitar que pase a mayores. Le fue bien en esas peleas. Dió más de lo que recibió. Mucho más.

Sin embargo, la semana pasada Fausto caminaba por el centro de Buenos Aires. Gente. Ruido y demasiada exasperación para ser un viernes al mediodía. Pero bueno, era Buenos Aires. “Un quilombo en motoneta”, como le gusta decir. Caminaba por Rivadavia, a unos pasos de Callao. Tenía que ir a reunirse con alguien a la vuelta del Congreso. Era importante, tenían que darle una plata por un trabajito que había hecho en la computadora. Estaba llegando tarde porque le habían cerrado el subte. 48 piqueteros habían incendiado la línea A en protesta por la rebaja de salarios a unos trabajadores de Arequipa, en el culo de Bolivia. “¿A quien carajo le importa eso? ¿Por qué carajo no se pondrán a laburar como yo?”, decía Fausto, aunque no le preocupaba tanto ya que todo el mundo se había acostumbrado a cosas así.

En eso, pasa por al lado de un tipo. Treinta y cinco años, pelo negro peinado para atrás con gomina, medio largo. Metro setenta y cinco, ochenta como máximo. No, no tanto quizás. De elegante sport. Pantalón, camisa y saco. Sin embargo parecía abogado, pero de esos que se le cae la cara de garcas, y que defienden a quien se choreo el fondo de la “Colecta mas por menos” de Caritas, o al pibe que con el “Super Tunning” levantó por los aires a cuatro viejas en alguna avenida.

Sin darse cuenta, Fausto al pasar por al lado del morocho le roza la muñeca donde llevaba el reloj. Un toque imperceptible. Nada…Un instante después, Fausto sintió como que le metían una zancadilla, también sensible…Se da vuelta y le pregunta a quien acababa de pasar por al lado: “¿Me acabas de meter la traba?”. El “Garca” lo mira con cara de loquito desafiante, y no dice nada. Fausto entendía menos: “Perdoname flaco, ¿me acabas de meter la traba?”, insiste. Del otro lado lo mismo. Nada.

Ahí Fausto se dió cuenta que se estaba a punto de cagar a trompadas en la puerta del Congreso con un flaco más chico que él, pero con SU famosa cara de loco amenazante. “¡¡¡Epa, me esta midiendo!!! Y si me tira una, me la pone”, pensó. Retrocedió un paso. Tuvo una sensación nerviosa. Estaba estupefacto. No podía creer que le estara pasando eso. Un viernes, al mediodía, en plena calle, con un enfermo así. Pero menos podía creer, o lo que más le traumaba en ese instante era que esa "cara de vasco-irlandés a punto de comerse el hígado de alguien" le estaba fallando. Más aún, sabía incluso que estaba poniendo cara de temor, o por lo menos que se le notaba que estaba tragando salida. De golpe el otro tipo se dió vuelta y siguió caminando. Su orgullo le pidió a Fausto que tire un resoplido – risa del tipo “¡¡Anda!! sos un enfermito…”, y siguió caminando a la par del loquito para no quedar tan cobarde y para ver si la sangre le volvía a hervir.

Así siguieron durante treinta metros. En esa caminata llegaron a la puerta del café al que tenía que entrar Fausto. Eran varios escalones. Los subió a todos ellos sin dejar de posar su vista sobre el otro flaco que a todo esto había sacado el celular. Al advertir que Fausto subía la escalera lo miró, y detuvo su paso. Más cara de malo todavía. La sangre del grandote vasco - irlandés tuvo su momento más gélido del día. Incluso se le hizo un nudo en la garganta. Para pasar el momento, Fausto lo miro con sorna, y dándole vuelta la cara le dijo “Estas enfermo, flaco…” y se metió en el bar pensando “Que cagón que soy”, sabiendo que nunca más iba a poder sostenerle a alguien su mirada torva.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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