jueves, 3 de enero de 2008

Leonardo y Lorena

Leonardo la miró. Volvió a pensar – como lo había hecho antes de desvestirla – que era hermosa. Besó sus labios culposos. Trató de tranquilizarla con la mirada, ya que el pánico se había apropiado de sus facciones.

El frío de la oscura galería del Convento y el olor a incienso había puesto a Lorena nuevamente en su lugar, y con ello, el remordimiento por haber caído en la tentación que suponía para ella el cuerpo de su compañero de clausura.

Leonardo tomó las ropas de Lorena y la ayudó a vestirse, mientras ella trataba de ubicar con la vista la capelina celeste. Leonardo todavía estaba vestido solo con sus medias de fibra color azul marino.

En el movimiento ocular que ella realizaba en busca de túnica, reposó en el miembro de Leonardo, y nuevamente la culpa golpeo su pecho. Se recriminó no haber aguantado la excitación y llevarlo hasta la galería por medio de excusas.

La decisión de dejar los votos ya había sido tomada por ambos hace unas semanas, pero se habían prometido no tener contacto hasta tanto cada uno de ellos dé la noticia a sus superiores. Si bien estaban dispuestos a abandonar la vida religiosa que habían elegido, habían decidido respetar su elección religiosa hasta el día en que hayan renunciado a los mismos.

En ese momento, Leonardo inclinó su cabeza y besó las mejillas de ella, quien ya había recogido su capelina celeste. Susurró un “te amo” en su mejilla y se dio la vuelta para vestirse con la sotana negra. La espalda de Leonardo daba cuentas de la pasión y uñas de Lorena, quien al verlas sintió vergüenza por haberse dejado llevar de aquella forma.

- “Tenes que perdonarme” le imploró al sacerdote, “no fui yo quien te provocó esas lastimaduras”.

- “Espero que estés equivocada”, respondió él a la monja, “ya que es esa mujer a quien quiero entre mis sábanas”.

- Pero vos vas a dejar tus hábitos por quien soy interiormente. Esta parte solo la acabas de conocer.

- Es verdad, pero si de sexo poco conozco, lo he hecho a través de las confesiones de nuestra gente, y si hay algo que veo sanamente, es la pasión de quienes se aman de esa forma.

Lorena arrojó nuevamente su capelina, junto con la túnica que tenía Leonardo entre las manos. Lo tomó de su cuello e hundió su lengua dentro de la boca de su amante. Él la tomó de sus muslos y la hincó sobre sus caderas, mientras pretendía levantarle la falda. Ella se abrazó de su cuello y él le arropó la espalda con sus brazos.

La siguiente mañana ambos pidieron adelantar sus entrevistas con los padres superiores.



(NdA: Dedicado a mi gran amigo "Manzana", quien ha inspirado esta historia con la suya).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy anacrónico... pero de gran creatividad...