Cancún muestra su reflejo tal cual se puede ver en algún canal de entretenimientos americanos: Yanquis eufóricos, humedad y excesos. La península artificial, construída sobre arena blanca importada, emula un espejo de Las Vegas y no es más que un Bariloche para veinteañeros.
Digamos que supimos arremangar nuestros documentos y jugar a que nuestros cuerpos no pasen las facturas que siempre llegan a nuestros domicilios.
Callemos algunas historias solo para saber que son nuestras. Dejémoslas solo como tesoros de quienes cursaron la aventura para darle un poco de emoción a esta vida laxa de lunes a viernes con horarios de oficina.
Juguemos a que podemos dejarnos llevar por nuestras fantasías y cortar con ataduras que empezaban a anudar nuestras muñecas.
Pensemos que tendremos otras oportunidades - sobre todo en vacas flacas - de mostrarnos tan amigos y juremos que no las desaprovecharemos.
Brindemos - porque eso es lo que hoy hacemos - con el plástico repetible de una barra sobre el agua, con jugos consumibles de nuestra juventud y perseverancia.
Miremos nuestras coyunturas y entendamos diferencias, conociendo desde luego cual es la vieja madera.
Cancún, como dije, es una isla artificial dentro de un poblado azteca, sumiso y moreno. Cancún esta plagado de humedad, yanquis y excesos. También está para probarnos, a veces, de que estamos hechos.
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