viernes, 11 de enero de 2008

El Subte (...o una historia común)

Se sentó en el asiento más cercano a la puerta. Hacía calor – siempre hace calor en el subte – por lo que solo quería llegar a su casa y poder sacarse el uniforme del trabajo. Durante dos o tres paradas, Marcos solo se dedicó a mirar a la nada – como hace toda la gente que viaja en subte – y decidir que podría cenar.

En Tribunales se subió ella. Curiosamente, los asientos no estaban todos ocupados – después de 9 de Julio, a esa hora, generalmente es imposible conseguir uno – y se sentó frente a él. Josefina lucía una pollera de esas telas “finitas” – él jamás podría recordar el nombre preciso – color pastel – él diría “clarito” – y una remera blanca que, si bien no dejaba ver mucho, le marcaba la figura.

Rubia, de pelo ondulado y ojos de un verde casi transparente, fueron suficientes para que Marcos se olvide de su cena y deje de mirar a la nada. Le clavó sus ojos y pensó “increíble”.

Josefina tardó un poco más en notar a Marcos. Si bien, por una cuestión de seguridad, no era de mirar – sobre todo en transportes públicos – aquel castaño de pelo corto, traje y facciones duras que la estaba mirando, le llamó la atención.

Cuando Marcos advirtió que ella había dado cuenta de su indiscreción, notó que él estaba con la boca abierta y sin dejar de posar sus ojos sobre ella. Inmediatamente bajó la vista. “¡¡¡Que cagón que soy, por Dios!!!”. Ella advirtió la timidez de Marcos y agradeció en cierta forma que sea así. “Me gusta”, pensó.

De a ratos, Marcos levantaba la mirada para ir descubriendo de a poco sus detalles. Se le fueron revelando, en cuotas, sus piernas, sus manos…el pelo…sus ojos. Pensó que los dedos de sus pies le provocaban deseos de mordérselos. Los creyó la cosa más dulce del mundo. Se convenció finalmente que esa mujer iba a quedar en su mente por varios días.

Enfrente, Josefina también tímida, cada tanto le contestaba las miradas, procurando darle pie a una sonrisa o a algún gesto de accesibilidad. Marcos la hacía sentir tranquila. Tenía en los ojos el reflejo de una personalidad calmada, dulce, inteligente. Se dejó llevar por ese pensamiento.

En Pueyrredón, un par de chicas se pararon en el medio de ellos, y durante unos minutos, ambos sintieron una angustia que los sorprendió. “Se va a ir y no le di chance a que me hable” pensó Josefina. “¿Viste que sos un cagón? Ahora se te va a ir y no le dijiste nada”, pensó él.

En Agüero las chicas consiguieron asiento y al hacerlo, sus miradas se encontraron apuradas. Sin dudarlo, Marcos sonrió. Ella también, bajando la vista. Ahí notó sus dedos sin pintar. Se preocupó por el estado de su pelo – las mujeres siempre acusan a la humedad – y que no estaba maquillada.

Al ver la respuesta de ella, Marcos se sintió en un apuro. “¿Y ahora?”, pensó. “¿Qué carajo hago?”. La angustia se alojó instantáneamente entre su garganta y su pecho. Sus manos transpiraban. Pensó que tenía que decir algo. O hacer un gesto. Cualquier cosa. Pero inteligente. No podía comenzar la charla con aquella divinidad diciendo “¡Que linda que sos!” o algo que lo haga parecer un “chamuyero” – él no lo era -. Se empezó a ahogar en su propio apuro. Estaban en Palermo.

Josefina lo seguía mirando. Se dio cuenta que Marcos subía y bajaba la mirada, nervioso, buscando el siguiente paso. “Decime algo, cualquier cosa”, pensó. Estuvo a punto de preguntarle la hora como para que él se anime luego a algún comentario sobre el calor o lo que sea. Su idea no era irse del subte con él – no era ese tipo de chica -, pero si darle el teléfono o la dirección de mail del trabajo. Cuando estaba a punto de señalarle el reloj – a pesar que el cartel del vagón que indica la hora tiene uno digital de considerable tamaño – la invadió un pensamiento que la hizo retroceder: “¿Y si piensa que soy una atorranta? ¿Y si cree que me puede llevar a la cama así nomás y después no me toma en serio? ¿Y si solo, después, va a querer eso?”.

Cuando estaban saliendo de Olleros, el vagón casi quedó vacío. Solo cinco personas los acompañaban, lo que hizo animar a Marcos. “Quizás en la próxima parada esta gente baje y ante la soledad me anime con algún comentario”, se alentó. Después pensó que la soledad con un hombre desconocido la podría asustar, o peor aún, quizás ella se bajaba en la siguiente estación. Vivió aquel minuto hasta José Hernández con angustia. “¿Y si se baja?...me bajo yo también”, pensó él. “Después camino hasta Congreso, no me importa”. Pero después se imaginó hablándole sobre el hombro, ya caminando por Cabildo y no le gustó la idea que ella piense que la estaban siguiendo, acosando.

Se encontraban llegando a José Hernández y Josefina no amagaba con levantarse. Marcos sintió que era en ese momento o nunca. La boca se le secó inmediatamente y por un instante pensó que iba a tener valor. Tragó saliva y decidió que iba a decir algo sobre el calor – a esa altura ya no le importaba que el comentario fuera inteligente…le bastaba con que fuera un comentario -. Parados sobre la plataforma de la estación, y cuando estaba por abrir la boca, se escuchó el timbre de los altoparlantes decir “Metrovías informa que, por motivos de seguridad, se encuentra cerrada la estación Juramento. Todos los pasajeros deben abandonar la formación. Sepan disculpar las molestias”.

“Naaaaaa ¡La puta que te parió!” dijo Marcos para si. Cuando volvió su rostro, Josefina ya se había levantado y estaba por salir del vagón. Marcos se levantó apurado, lo que lo hizo tropezar con la gente que caminaba por el andén. Buscó con la vista a Josefina y la vio en la mitad de la escalera mecánica. Escuchó que en sus espaldas alguien decía “Parece que en Juramento hay un procedimiento de drogas”. Volvió a maldecir su suerte. “Soy un boludo”, se recriminó después. “Un cagón”, insistió.

Mientras ella terminaba de salir de la estación, ya incorporada sobre Cabildo, pensó “Hubiese bastado un Hola”. El optó por tranquilizarse con un “Después de todo…¿quién se levanta una mina en un subte?”.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

lo loco de esto es que las "josefinas" que nos cruzamos en la vida, siempre pero siempre son angelicales. segui así.

Anónimo dijo...

no, lo loco de esto es que si Josefina hubiera sido la que empezaba alguna conversación, Marcos realmente hubiera pensado que no era tan angelical, sino que seguramente era una atorranta... "porque nadie se levanta una mina en el subte"

Anónimo dijo...

sin duda, si habla, se agrite lo ideal.

El Alemán dijo...

Si, bueno, pero de eso se trata todo esto, no? ¿Porque una mina no puede decirle a un pibe que le gusta sin quedar enganchada con el mote de "atorranta"?
Participaciones femeninas en este comentario, seran agradecidas.

Anónimo dijo...

Ranking de minas por línea.
1) Linea D, me caso con el 80%
2) Linea B, me caso con el 65%
3) Linea A, me caso con el 50%
4) Linea C, me caso con el 30%

No puedo opinar de la E y de la H.

May dijo...

Tarde pero segura.

Tal vez sea una Josefina más que esquiva miradas en los transportes públicos por "seguridad". Pero antes que dejar pasar a un potencial amor porque el salame no se anima, avanzo yo y le tiro mi número arriesgándome a parecer una atorranta.

Que de última, si piensa eso, no debe ser mi amor.

Anónimo dijo...

Me paso... Me paso 2 veces... Me quise matar. Muy buen relato. No creo que una mina por tener mas huevos que marcos fuera a ser una atorranta... de que edades estaremos hablando?...

El flaco fue un gil. Si la mina te sonrie no importa lo que digas. Tenés el si. le sacas el celular o mail (ya no es como en la epoca que pedias el telefono y era re invasivo hoy con internet todo se puede)

Ya lo saben. cuando les pase, que no les gane la verguenza