Vas y miras. Volves y otra vez. Tenes tiempo de pensar. En nada. Y lo haces.
Miras por la ventana y llueve. De arriba a abajo y adentro tuyo también.
Queres volver atras y, lógico, no podes. Tenes algo en la mano que no lo podes jugar.
Parece que el tiempo es para siempre y se va a acabar. Solo vos y tu tiempo para pensar.
A partir de ahí no hay vuelta atras. Ya lo dijiste. Pero puede ser que ande. No sabes.
Esperas algun recreo pero no va a haber. Lo sabes. Queres salir a jugar. Y volver. Sin recordar.
La llegada esta ahí, pero todos siguen corriendo. Salvo vos. Y no queres ser el primero. No otra vez. No esta vez.
La liberación literaria de un sistema de estructuras, para volcar en palabras dislocadas las inspiraciones que quedan afuera de legales rigideces.
lunes, 31 de marzo de 2008
domingo, 30 de marzo de 2008
Testigo
Zulma (tenía toda la cara) tomó el pocillo de café y me miró. Lo hizo inquisitivamente. De vuelta el pocillo. De nuevo yo. “Son treinta mangos a la basura”, pensé. “Sos una persona muy indecisa; te cuesta tomar decisiones”, me dijo con su cocoliche árabe – español. “¿Entiendes?”, remató – no era una pregunta tanto como una imposición - como lo haría a lo largo de varios pasajes de nuestra conversación de diez minutos. “Eres una persona emocionalmente inestable a la que le cuesta decidirse, ¿no es así?”, esta vez si me preguntó. “No, la verdad es que no, todo lo contrario”, contradije. “No suelo tomarme mucho tiempo para para tomar mis decisiones, las cuales no tardo en poner en práctica a la brevedad, bien o mal”. Uno abajo Zulma.
“Has tenido una experiencia muy fuerte – retomó - con un familiar en una casa de montaña y ese es tu sueño. Y lo conseguirás. Tendrás una casa parecida”. Volví a contradecirla. Dos a cero desde el vestuario para la vidente.
Después de ese arranque, no se puede esperar mucho más de una persona que te lee la borra del café en un restaurante de comida árabe. Aceptamos con mi vieja la propuesta tal lo indicaba la carta, un poco tentados por una curiosidad alimentada por un ambiente oriental.
En resumidas cuentas, aparentemente, y de acuerdo al capricho de algunas figuras aparecidas en el fondo de una tacita con “café oriental”, mi vida se verá modificada en los próximos meses de la siguiente forma:
(i) Comenzaré a viajar con frecuencia hacia el sur (primero era el exterior, después una zona con mucho agua, hasta que le dije era de la costa de Chubut), a raíz de una propuesta de trabajo – la que estoy esperando según dijo – originada por gente joven.
(ii) Ese amigo por el cual siento dolor, sabe de su error y esta pensando en disculparse a través de un tercero. Allí, según Zulma, no debo anteponer mi acostumbrado orgullo.
(iii) Tengo dudas – nuevo error - ante mi inminente proyecto afectivo. De acuerdo al concejo de la adivina, debo confiar en ella, quien es una buena chica, aunque conviene educarla en mis intereses.
(iv) Alguna vieja conocida se acercará a saber como estoy, “sin propósitos de lucro o afines”.
Sinceramente, no me convenció demasiado el rictus vidente. Sin embargo, “Las brujas no existen, pero que las hay, las hay” dice el dicho y, sin ir mas lejos, otra bruja – galesa esta – me leyó en varias ocasiones las hebras del te – si, si, las hebras del te, aunque cueste creer – y no erró mucho en adivinar diversos fenómenos de mi vida: mi veloz carrera universitaria, mi actual novia, varias de mis experiencias laborales, etc.
Quedan aquí, por tanto, estas líneas de testigo, veedoras de una realidad que, por un rato, descansó en el fondo de una sucia tasa de café. Veremos…
“Has tenido una experiencia muy fuerte – retomó - con un familiar en una casa de montaña y ese es tu sueño. Y lo conseguirás. Tendrás una casa parecida”. Volví a contradecirla. Dos a cero desde el vestuario para la vidente.
Después de ese arranque, no se puede esperar mucho más de una persona que te lee la borra del café en un restaurante de comida árabe. Aceptamos con mi vieja la propuesta tal lo indicaba la carta, un poco tentados por una curiosidad alimentada por un ambiente oriental.
En resumidas cuentas, aparentemente, y de acuerdo al capricho de algunas figuras aparecidas en el fondo de una tacita con “café oriental”, mi vida se verá modificada en los próximos meses de la siguiente forma:
(i) Comenzaré a viajar con frecuencia hacia el sur (primero era el exterior, después una zona con mucho agua, hasta que le dije era de la costa de Chubut), a raíz de una propuesta de trabajo – la que estoy esperando según dijo – originada por gente joven.
(ii) Ese amigo por el cual siento dolor, sabe de su error y esta pensando en disculparse a través de un tercero. Allí, según Zulma, no debo anteponer mi acostumbrado orgullo.
(iii) Tengo dudas – nuevo error - ante mi inminente proyecto afectivo. De acuerdo al concejo de la adivina, debo confiar en ella, quien es una buena chica, aunque conviene educarla en mis intereses.
(iv) Alguna vieja conocida se acercará a saber como estoy, “sin propósitos de lucro o afines”.
Sinceramente, no me convenció demasiado el rictus vidente. Sin embargo, “Las brujas no existen, pero que las hay, las hay” dice el dicho y, sin ir mas lejos, otra bruja – galesa esta – me leyó en varias ocasiones las hebras del te – si, si, las hebras del te, aunque cueste creer – y no erró mucho en adivinar diversos fenómenos de mi vida: mi veloz carrera universitaria, mi actual novia, varias de mis experiencias laborales, etc.
Quedan aquí, por tanto, estas líneas de testigo, veedoras de una realidad que, por un rato, descansó en el fondo de una sucia tasa de café. Veremos…
jueves, 20 de marzo de 2008
Los mismos errores
La puerta del ascensor se cerró con violencia y The Offspring sonaba bastante fuerte en sus auriculares. Pensó que debía irse de esa habitación para poder calmar sus nervios en la calle, solo, acompañado por su música. “Así es, amiga mía: las cosas son en ambos sentidos y sino no son para ningún lado”. Caminó hasta un cyber y empezó a buscar pasajes para Resistencia. Sabía que era una conducta extrema pero por lo menos quería tener los datos en las gateras.
Volvió al departamento y la encontró con la misma actitud desafiante. “Tendría que haber confirmado los pasajes”, pensó. Volvieron a discutir, ahora con más violencia. Se acordó de la misma escena hace cuatro años cuando pelearon después de haber visto “Alguien tiene que ceder” en el cine. No podía creer la obstinación de ella y la violencia de él. Nadie podía llevarlo hasta semejante punto de ira como ella. Lo mismo sucedía del otro rincón del cuadrilátero.
Se saltearon el almuerzo. La hermana tuvo que hacerse unos sándwiches de Criollitas y queso, ya que no tenía mano para la cocina. Ellos, permanecieron en el living, a veces discutiendo, otras en silencio. Parecía que pasaban horas entre diálogo y diálogo, pero solo eran minutos cargados de tensión.
Se hizo la noche – la hermana volvió a comer lo mismo – y él decidió irse solo a tomar una cerveza. No volvió a dormir. Regresó al mediodía del otro día. Tocó timbre y nadie lo atendió. Fue a la Terminal y tomó el primer colectivo que salía para el Chaco. Llegó a su departamento, tiró todas las flores secas y adornos que había colocado ella y colgó unos carteles viejos de publicidades de cerveza. Ella nunca más lo llamó. Él tampoco. Las cosas ya no iban para ningún lado.
(NdA: inspirado en la letra del tema "Denial, Revisited", The Offspring)
Volvió al departamento y la encontró con la misma actitud desafiante. “Tendría que haber confirmado los pasajes”, pensó. Volvieron a discutir, ahora con más violencia. Se acordó de la misma escena hace cuatro años cuando pelearon después de haber visto “Alguien tiene que ceder” en el cine. No podía creer la obstinación de ella y la violencia de él. Nadie podía llevarlo hasta semejante punto de ira como ella. Lo mismo sucedía del otro rincón del cuadrilátero.
Se saltearon el almuerzo. La hermana tuvo que hacerse unos sándwiches de Criollitas y queso, ya que no tenía mano para la cocina. Ellos, permanecieron en el living, a veces discutiendo, otras en silencio. Parecía que pasaban horas entre diálogo y diálogo, pero solo eran minutos cargados de tensión.
Se hizo la noche – la hermana volvió a comer lo mismo – y él decidió irse solo a tomar una cerveza. No volvió a dormir. Regresó al mediodía del otro día. Tocó timbre y nadie lo atendió. Fue a la Terminal y tomó el primer colectivo que salía para el Chaco. Llegó a su departamento, tiró todas las flores secas y adornos que había colocado ella y colgó unos carteles viejos de publicidades de cerveza. Ella nunca más lo llamó. Él tampoco. Las cosas ya no iban para ningún lado.
(NdA: inspirado en la letra del tema "Denial, Revisited", The Offspring)
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Cuentos
lunes, 17 de marzo de 2008
Lunes de un hombre gris
El hombre del trajecito gris encara la mañana. Corbata azul con pintas blancas. Las ojeras y su rostro pálido le hacen juego. Zapatos sin lustrar, algo gastados y el maletín que le regalaron en una conferencia de seguros marítimos. El lunes siempre lo trata mal, y hoy no es la excepción. El primer día de la semana laboral tiene mezcla de bronca y agotamiento (como los domingos de tristeza y decaimiento), con algo de resignación.
“Por lo menos no esta lloviendo”, se reconforta, mientras intenta que el 17 no le golpee la nuca con el espejo retrovisor. No comprende como, a las 8.50 de la mañana, ya haya olor a Falafel en el puesto de Maipu y Lavalle. Reconoce algunos pungas y los esquiva. Choca con dos o tres personas sin darse cuenta, ni al hacerlo ni después. La peatonal ahora tiene la imagen urbana del despertar violento. Todos corren, con caras pálidas y ojeras tristes. Todos miran para abajo. Nadie sonríe. Tampoco se miran.
El lunes tiene algo de violento y agotador, vuelve a pensar. Tiene ganas de volverse a su casa. No hay fin de semana que lo encuentre renovado. El hombre del trajecito gris termina programando planes que lo agotan más. Pero, piensa, que eso es lo único que lo hace sentir que todavía esta vivo y separado de su atuendo de lunes y su interminable monotonía.
Camina dos cuadras más, llega a 9 de Julio y Buenos Aires ya ruge al ritmo de la furia vehicular. Cruza Cerrito. Saluda al portero. Tercer piso ascensor. Gruñe – saluda al entrar. Se sienta frente al monitor y abre la página de La Nación, como siempre, pensando en lo que falta para el fin de semana.
“Por lo menos no esta lloviendo”, se reconforta, mientras intenta que el 17 no le golpee la nuca con el espejo retrovisor. No comprende como, a las 8.50 de la mañana, ya haya olor a Falafel en el puesto de Maipu y Lavalle. Reconoce algunos pungas y los esquiva. Choca con dos o tres personas sin darse cuenta, ni al hacerlo ni después. La peatonal ahora tiene la imagen urbana del despertar violento. Todos corren, con caras pálidas y ojeras tristes. Todos miran para abajo. Nadie sonríe. Tampoco se miran.
El lunes tiene algo de violento y agotador, vuelve a pensar. Tiene ganas de volverse a su casa. No hay fin de semana que lo encuentre renovado. El hombre del trajecito gris termina programando planes que lo agotan más. Pero, piensa, que eso es lo único que lo hace sentir que todavía esta vivo y separado de su atuendo de lunes y su interminable monotonía.
Camina dos cuadras más, llega a 9 de Julio y Buenos Aires ya ruge al ritmo de la furia vehicular. Cruza Cerrito. Saluda al portero. Tercer piso ascensor. Gruñe – saluda al entrar. Se sienta frente al monitor y abre la página de La Nación, como siempre, pensando en lo que falta para el fin de semana.
domingo, 16 de marzo de 2008
El Salto
El año pasado gané una pelota de fútbol en un casamiento. La novia había arrojado el ramo, de espaldas a sus amigas, para que alguna de esas chicas solteras tenga la esperanza de imitarla algún día. Luego, el novio, para darle un toque original al momento, hizo lo propio con un balón de "fobal". Nike. Blanco. Brillante. Con la famosa pipeta en negro. Hermoso. En aquella oportunidad, tuve un momento de gran lucidez para mi condición en esos momentos. "Mido 1,92 mts", pensé. "no hay chance que no sea mío". Los jóvenes asistentes al evento, se agruparon como monos, a unos tres o cuatro metros de la espalda del novio. Se empujaban, sudados, apretados. Sonrientes pero codiciosos. Parecía que la única forma de ganar el esférico balón era meterse en el medio, dar algunos codazos, poner el culo duro y tratar de saltar mas que los demás.
Contrariamente al ideal para vencer, me alejé un poco de la manada hormonal. En verdad, no parecía tener mayores chances, parado un poco al costado, ligeramente adelantado de todos ellos y con las manos en el bolsillo. Incluso creo haber puesto cara de superación del tipo "no vale la pena el esfuerzo". Alguna sonrisa de costado, como para "acompañar" el momento.
Marianito miró para atrás, preguntó si estaban listos y comenzó a arrojar el balón...
Las manos salieron de ms bolsillos. Un paso (con la derecha), otro paso (con la izquierda), salto vertical con la mano extendida en alto. Basquétbolisticamente, calculo que la imagen pudo haberse comparado con un alley-up ...
Cuando caí al piso, asegurando la pelota con ambas manos, miré a los atónitos festejantes. Asombro. Bronca. Alguna puteada. Me di vuelta, sonriente, y me fui hasta mi mesa, escuchando alguno que pedía que se anule mi recepción y se repitiera el juego.
Cuando vino Marianito a comentarme del enojo de sus amigos, me reí un poco aunque comprendí que mi maniobra no había sido del todo justa para con ellos: nunca les di la chance de competir. "Mala leche", me justifique ante ellos. "Calculo que no volveré a hacerlo de nuevo", traté de mediar.
Ayer se casó el Poli. La novia tiró el ramo, como siempre, y él trató de ser original como Marianito. Nada mas que esta vez era un Johnny Walker, etiqueta roja (la caja vacía obvio)...
Calculo que cuando empiece el frío de otoño, lo sacaré de su preciosa envoltura para convidarle unos hielos, tanto al gran Juancito Caminador, como a esa idea de haber estado otra vez un segundo adelante de toda la monada transpirada.
Contrariamente al ideal para vencer, me alejé un poco de la manada hormonal. En verdad, no parecía tener mayores chances, parado un poco al costado, ligeramente adelantado de todos ellos y con las manos en el bolsillo. Incluso creo haber puesto cara de superación del tipo "no vale la pena el esfuerzo". Alguna sonrisa de costado, como para "acompañar" el momento.
Marianito miró para atrás, preguntó si estaban listos y comenzó a arrojar el balón...
Las manos salieron de ms bolsillos. Un paso (con la derecha), otro paso (con la izquierda), salto vertical con la mano extendida en alto. Basquétbolisticamente, calculo que la imagen pudo haberse comparado con un alley-up ...
Cuando caí al piso, asegurando la pelota con ambas manos, miré a los atónitos festejantes. Asombro. Bronca. Alguna puteada. Me di vuelta, sonriente, y me fui hasta mi mesa, escuchando alguno que pedía que se anule mi recepción y se repitiera el juego.
Cuando vino Marianito a comentarme del enojo de sus amigos, me reí un poco aunque comprendí que mi maniobra no había sido del todo justa para con ellos: nunca les di la chance de competir. "Mala leche", me justifique ante ellos. "Calculo que no volveré a hacerlo de nuevo", traté de mediar.
Ayer se casó el Poli. La novia tiró el ramo, como siempre, y él trató de ser original como Marianito. Nada mas que esta vez era un Johnny Walker, etiqueta roja (la caja vacía obvio)...
Calculo que cuando empiece el frío de otoño, lo sacaré de su preciosa envoltura para convidarle unos hielos, tanto al gran Juancito Caminador, como a esa idea de haber estado otra vez un segundo adelante de toda la monada transpirada.
martes, 11 de marzo de 2008
viernes, 7 de marzo de 2008
La Volcada
“¡¡¡La concha tuya, Galenso de mierda!!!”. Todavía tengo en el centro de la frente la cara del gordo sudado, viejo, con la camisa celeste abierta, parado - pero casi en cuclillas - con el mate en una mano y apuntándome con una factura rancia.
Los sábados jugábamos el torneo de basket del Valle del Río Chubut. En la ocasión, el rival de turno era el Club Brown de la ciudad de Puerto Madryn. No voy a decir que era el clásico, porque no era así. Pero salían buenos partidos, sobre todo en la cancha de Brown – chiquita, con pisos de parket y pocas gradas de cemento -, con partidos cerrados y con final abierto.
Había jugado al basket desde los 6 años, con lo cual eran 11 años de vernos las caras con los equipos de la zona. Sin embargo, este era uno de los últimos partidos que jugaba en el club. Me esperaba Buenos Aires para estudiar y eso se llevaría toda la atención.
Entrando en calor, sabía que iba a ser una tarde especial. No porque era uno de los últimos partidos. No porque la numero 9 – como siempre - del Independiente de Trelew se estaba despidiendo para siempre de mi sino, simplemente, porque ya había crecido lo suficiente como para “volcar” la pelota en el aro (para los desentendidos, hundir la pelota en el canasto de enceste), cosa que deseaba desde chico y jamás había intentado.
“A ver, Galenso (dicese de los rubios en mis tierras), la volcás?”, me preguntaron. “Psssss”, respondí. Cinco o seis pasos, salto y dejaba el balón en el canasto con una mano. Cinco o seis o seis pasos, y la dejaba con dos. Así dos o tres veces más. Era inminente que ese día iba a poder cumplir el sueño desde que el gran Michael Jordan había "caminado" en el aire para ganar el concurso de volcadas por aquel juego de las estrellas de la NBA en 1988.
El partido fue cerrado. Como siempre. Palo y palo hasta el final. Y la verdad es que esa tarde había tenido un gran juego (no era de lo mejor en la zona aunque si me las arreglé para integrar en un par de ocasiones el seleccionado del Valle del Chubut). No recuerdo cuales fueron mis números ese día pero si que estaba lo suficientemente confiado en que podíamos ganar el partido.
Treinta segundos por jugar. Pase sobre la línea al Cabezón Duarte que nos deja a un punto. 79 a 80. Sale el base de Brown – el 6, no me puedo acordar el nombre pero creo que voy a tener 70 años y voy a seguir teniendo su cara de playmobil castaño en la memoria -, y quiere tranquilizar el partido. Lo apretan para que largue el balón y lo hace, pero con la desgracia – para él – que se la da al grandote de Brown, quien quiere botarla y la misma rebota en su pie derecho. Faltan 20 segundos. Agarra la pelota el "Paga" y me ve ya en la mitad de la cancha, solo, hacia el aro. “Es el momento” pensé. 17 segundos. Me lanza el pase, el cual tomo ya a la altura del área de triple… piqué la pelota una vez…un paso – el derecho, como lo indican los fundamentos -… dos –el izquierdo para que después se eleve el derecho en el salto - …y salto. Pienso: “la aseguro con las dos manos”. 13 segundos. Eso hago. Cuando la pelota alcanzó la altura del aro, intento meterla dentro del canasto. La dejo ahí y me cuelgo del mismo como para darle un contenido emotivo al momento. ¡¡¡Se va a la bosta!!! ¡¡¡Hago mierda el aro y ganamos el partido con una volcada mía!!!
Y es ahí, cuando suelto el aro, que el muy turro pega un tirón volviendo a su posición original y le pega con la parte de atrás a la pelota que todavía estaba por allí. ¡¡¡A la mierda la pelota!!! ¡¡¡¡Nooooo, la puta que lo parió!!!! ¡¡Me quiero matar!! Cuando caigo al piso, trato de buscar el balón, el cual ya estaba en manos del playmobil. 8 segundos. Vuelvo hacia la mitad de la cancha, y los de Brown se pasaban la pelota para evitar nuestra falta. Fue ahí…ahí justamente que miré hacia la tribuna y lo vi al gordo, cagándome la vida, insultándome como si hubiese perdido la final del mundo. Mire de vuelta hacia el campo y la chicharra marcaba el final. Habíamos perdido y había sido mi culpa. Miré de vuelta al gordo chivado quien seguía recordando a mi familia. Lo putié, si, lo putié. Delante de todos. Pero ni siquiera haberme subido a las gradas y boxearlo a él, su mujer, y al boludo del hijo – compañero de equipo – podría haberme sacado la bronca de haber perdido la chance de haber volcado la pelota.
No recuerdo si fue mi último partido o no. No tengo en la memoria uno posterior. Si lo hubo, lo borré completamente. Solo guardo para mí que el último intento para hacer lo que soñé desde los 6 años en este deporte, se fue tras el rebate de un cesto de basket y el grito colérico de un gordo que no tenía nada mejor para hacer un sábado por la tarde.
Los sábados jugábamos el torneo de basket del Valle del Río Chubut. En la ocasión, el rival de turno era el Club Brown de la ciudad de Puerto Madryn. No voy a decir que era el clásico, porque no era así. Pero salían buenos partidos, sobre todo en la cancha de Brown – chiquita, con pisos de parket y pocas gradas de cemento -, con partidos cerrados y con final abierto.
Había jugado al basket desde los 6 años, con lo cual eran 11 años de vernos las caras con los equipos de la zona. Sin embargo, este era uno de los últimos partidos que jugaba en el club. Me esperaba Buenos Aires para estudiar y eso se llevaría toda la atención.
Entrando en calor, sabía que iba a ser una tarde especial. No porque era uno de los últimos partidos. No porque la numero 9 – como siempre - del Independiente de Trelew se estaba despidiendo para siempre de mi sino, simplemente, porque ya había crecido lo suficiente como para “volcar” la pelota en el aro (para los desentendidos, hundir la pelota en el canasto de enceste), cosa que deseaba desde chico y jamás había intentado.
“A ver, Galenso (dicese de los rubios en mis tierras), la volcás?”, me preguntaron. “Psssss”, respondí. Cinco o seis pasos, salto y dejaba el balón en el canasto con una mano. Cinco o seis o seis pasos, y la dejaba con dos. Así dos o tres veces más. Era inminente que ese día iba a poder cumplir el sueño desde que el gran Michael Jordan había "caminado" en el aire para ganar el concurso de volcadas por aquel juego de las estrellas de la NBA en 1988.
El partido fue cerrado. Como siempre. Palo y palo hasta el final. Y la verdad es que esa tarde había tenido un gran juego (no era de lo mejor en la zona aunque si me las arreglé para integrar en un par de ocasiones el seleccionado del Valle del Chubut). No recuerdo cuales fueron mis números ese día pero si que estaba lo suficientemente confiado en que podíamos ganar el partido.
Treinta segundos por jugar. Pase sobre la línea al Cabezón Duarte que nos deja a un punto. 79 a 80. Sale el base de Brown – el 6, no me puedo acordar el nombre pero creo que voy a tener 70 años y voy a seguir teniendo su cara de playmobil castaño en la memoria -, y quiere tranquilizar el partido. Lo apretan para que largue el balón y lo hace, pero con la desgracia – para él – que se la da al grandote de Brown, quien quiere botarla y la misma rebota en su pie derecho. Faltan 20 segundos. Agarra la pelota el "Paga" y me ve ya en la mitad de la cancha, solo, hacia el aro. “Es el momento” pensé. 17 segundos. Me lanza el pase, el cual tomo ya a la altura del área de triple… piqué la pelota una vez…un paso – el derecho, como lo indican los fundamentos -… dos –el izquierdo para que después se eleve el derecho en el salto - …y salto. Pienso: “la aseguro con las dos manos”. 13 segundos. Eso hago. Cuando la pelota alcanzó la altura del aro, intento meterla dentro del canasto. La dejo ahí y me cuelgo del mismo como para darle un contenido emotivo al momento. ¡¡¡Se va a la bosta!!! ¡¡¡Hago mierda el aro y ganamos el partido con una volcada mía!!!
Y es ahí, cuando suelto el aro, que el muy turro pega un tirón volviendo a su posición original y le pega con la parte de atrás a la pelota que todavía estaba por allí. ¡¡¡A la mierda la pelota!!! ¡¡¡¡Nooooo, la puta que lo parió!!!! ¡¡Me quiero matar!! Cuando caigo al piso, trato de buscar el balón, el cual ya estaba en manos del playmobil. 8 segundos. Vuelvo hacia la mitad de la cancha, y los de Brown se pasaban la pelota para evitar nuestra falta. Fue ahí…ahí justamente que miré hacia la tribuna y lo vi al gordo, cagándome la vida, insultándome como si hubiese perdido la final del mundo. Mire de vuelta hacia el campo y la chicharra marcaba el final. Habíamos perdido y había sido mi culpa. Miré de vuelta al gordo chivado quien seguía recordando a mi familia. Lo putié, si, lo putié. Delante de todos. Pero ni siquiera haberme subido a las gradas y boxearlo a él, su mujer, y al boludo del hijo – compañero de equipo – podría haberme sacado la bronca de haber perdido la chance de haber volcado la pelota.
No recuerdo si fue mi último partido o no. No tengo en la memoria uno posterior. Si lo hubo, lo borré completamente. Solo guardo para mí que el último intento para hacer lo que soñé desde los 6 años en este deporte, se fue tras el rebate de un cesto de basket y el grito colérico de un gordo que no tenía nada mejor para hacer un sábado por la tarde.
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miércoles, 5 de marzo de 2008
Subte
Suelo dejar ideas en el celular cuando se me ocurre algo para escribir en el blog. Escuché esto que había grabado dentro del subte, algún día de semana de mil grados y me pareció gracioso:
“Caminando como ovejas, transpirados, deprimidos…¿Como viene la mano acá?...con olor…la puta madre, le erré a la salida…vuelvo…jejeje…bueno, subte, oscuridad, calor…olor…¡Pará, la puta que te parió flaco!…pelotudo…gente con cara de nada…sola…sigo sin enganchar como mierda salir de acá. ¿Para que carajo tome el subte, Dios? …No me voy más…Bueno, olor, ya lo dije. Calor…también”.
Por lo menos, después, cuando la escalera mecánica me estaba escupiendo al infierno de Diagonal Norte, una brisa de aire (y ese especie de túnel a la superficie tipo manga de fútbol) dio en la tecla con la ignota bandita que sonaba muy bien en el ipod.
“Caminando como ovejas, transpirados, deprimidos…¿Como viene la mano acá?...con olor…la puta madre, le erré a la salida…vuelvo…jejeje…bueno, subte, oscuridad, calor…olor…¡Pará, la puta que te parió flaco!…pelotudo…gente con cara de nada…sola…sigo sin enganchar como mierda salir de acá. ¿Para que carajo tome el subte, Dios? …No me voy más…Bueno, olor, ya lo dije. Calor…también”.
Por lo menos, después, cuando la escalera mecánica me estaba escupiendo al infierno de Diagonal Norte, una brisa de aire (y ese especie de túnel a la superficie tipo manga de fútbol) dio en la tecla con la ignota bandita que sonaba muy bien en el ipod.
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Pensamientos y misceláneas
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