Zulma (tenía toda la cara) tomó el pocillo de café y me miró. Lo hizo inquisitivamente. De vuelta el pocillo. De nuevo yo. “Son treinta mangos a la basura”, pensé. “Sos una persona muy indecisa; te cuesta tomar decisiones”, me dijo con su cocoliche árabe – español. “¿Entiendes?”, remató – no era una pregunta tanto como una imposición - como lo haría a lo largo de varios pasajes de nuestra conversación de diez minutos. “Eres una persona emocionalmente inestable a la que le cuesta decidirse, ¿no es así?”, esta vez si me preguntó. “No, la verdad es que no, todo lo contrario”, contradije. “No suelo tomarme mucho tiempo para para tomar mis decisiones, las cuales no tardo en poner en práctica a la brevedad, bien o mal”. Uno abajo Zulma.
“Has tenido una experiencia muy fuerte – retomó - con un familiar en una casa de montaña y ese es tu sueño. Y lo conseguirás. Tendrás una casa parecida”. Volví a contradecirla. Dos a cero desde el vestuario para la vidente.
Después de ese arranque, no se puede esperar mucho más de una persona que te lee la borra del café en un restaurante de comida árabe. Aceptamos con mi vieja la propuesta tal lo indicaba la carta, un poco tentados por una curiosidad alimentada por un ambiente oriental.
En resumidas cuentas, aparentemente, y de acuerdo al capricho de algunas figuras aparecidas en el fondo de una tacita con “café oriental”, mi vida se verá modificada en los próximos meses de la siguiente forma:
(i) Comenzaré a viajar con frecuencia hacia el sur (primero era el exterior, después una zona con mucho agua, hasta que le dije era de la costa de Chubut), a raíz de una propuesta de trabajo – la que estoy esperando según dijo – originada por gente joven.
(ii) Ese amigo por el cual siento dolor, sabe de su error y esta pensando en disculparse a través de un tercero. Allí, según Zulma, no debo anteponer mi acostumbrado orgullo.
(iii) Tengo dudas – nuevo error - ante mi inminente proyecto afectivo. De acuerdo al concejo de la adivina, debo confiar en ella, quien es una buena chica, aunque conviene educarla en mis intereses.
(iv) Alguna vieja conocida se acercará a saber como estoy, “sin propósitos de lucro o afines”.
Sinceramente, no me convenció demasiado el rictus vidente. Sin embargo, “Las brujas no existen, pero que las hay, las hay” dice el dicho y, sin ir mas lejos, otra bruja – galesa esta – me leyó en varias ocasiones las hebras del te – si, si, las hebras del te, aunque cueste creer – y no erró mucho en adivinar diversos fenómenos de mi vida: mi veloz carrera universitaria, mi actual novia, varias de mis experiencias laborales, etc.
Quedan aquí, por tanto, estas líneas de testigo, veedoras de una realidad que, por un rato, descansó en el fondo de una sucia tasa de café. Veremos…
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