A raíz de las muchas opiniones vertidas últimamente respecto del desempeño del Club Atlético River Plate desde la asunción a la dirección técnica del Sr. Simeone, he de decir – a pesar de mi conocido fanatismo por el conjunto xeneise – que no puedo dejar de resaltar su andanada triunfadora.
Puede optar por criticar a quienes del mismo cuadro riverplatense ahora resaltan la punta del campeonato cuando se hacen llamar a si mismos defensores del fútbol vistoso o paladar negro. No sería la primera vez que critique la hipocresía, en cualquiera de sus formas.
Prefiero defender lo hecho hasta aquí por el otrora aguerrido mediocampista de la selección nacional toda vez que comparto con su dirección técnica la idea principal – a mi modo de ver – detrás del querido deporte del balompié: el fútbol es un resultado.
“¡No!” exclamaran muchos defensores de las letras y el idilio futbolístico, quienes comenzaran a esgrimir por su locuaz y verborrágico estilo las palabras aprendidas de sus maestros falsarios. Evocaran a Holanda del 74, parafrasearan al flaco Menotti, e intentaran citar a Cappa, Córdoba o tantos otros.
Simplemente a ellos podré decirles que desde el fondo de mi corazón desearía que las cosas fueran como ellos dicen. Un mundo maravilloso donde la belleza es mejor que la eficacia y lo hermoso es el ideal a seguir. Pero no. Y creo que ni para ellos eso es posible. Y verán porque…
No se como vive todo el mundo la pasión del fútbol, pero me arriesgo a decir que aquel que lo vive con el interés propio de la actividad, experimenta los partidos con la emoción conveniente al que arriesga algo. Así como no se le puede pedir una sonrisa a al salir el nueve a quien apostó al doble cero en la ruleta, no puede pretenderse de quien alienta a su equipo que piense líricamente en la belleza del juego antes que en la consecución de los objetivos de su conjunto.
Durante los noventa minutos, el hincha vive el partido con sufrimiento. No dispone de uñas prolijas en virtud de la compulsión nerviosa. Tiene inconvenientes con su vecino porque no puede evitar gritar un gol sobre la hora, jugándose el partido en horario de siesta dominical. Termina abrazado a cualquier desconocido de dudosa suerte en la tribuna eufórica de gol. Hay muchos ejemplos.
Por todo esto, el fútbol es un resultado. Se debe ganar. Si o si. Esa necesidad se debe como correlato a lo sufrido y pendiente del hincha tras el alambre. Como justificativo para su inversión pasional. Como aliciente a las pérdidas físicas experimentadas a lo largo de la hora y media de emoción futbolera. Como retribución si se quiere.
Obviamente que jugando lindo hay mas oportunidades en la conquista, pero eso no siempre es así. El mencionado Menotti se ha cansado de fracasar en los últimos treinta años al no revisar su programa de objetivos.
No se pretende justificar a ciertas prácticas antideportivas como se ha visto en alguna ocasión detrás de un alfiler de gancho o un bidón de laxante, pero si se quiere resaltar como con la filosofía vista se puede hacer feliz a mucha gente. Y eso es lo que vale.
Lo ha hecho el Sr. Bianchi conmigo. Lo hace el Sr. Simeone para otros.
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