Los alemanes del Volga (alemán: Wolgadeutsche o Russlanddeutsche) eran alemanes étnicos que vivían en las cercanías del Volga en la región sur europea de Rusia, alrededor de Saratov y al sur, manteniendo el idioma alemán, la cultura alemana, sus tradiciones e iglesias, todas cristianas: católicos, luteranos, protestantes y menonitas.
Comenzaron a emigrar desde Alemania a Russia en el año 1763, especialmente de las zonas de Hesse, el Palatinado y Baviera, aceptando una invitación de la emperatriz Catalina II de Rusia de afincarse en las tierras del bajo Volga. Allí fundaron en 1764 la primera aldea (Dobrinka) a la que llegaron cinco años más tarde un centenar, totalizando cerca de 30.000 habitantes en esa primera colonización. Al lado oeste del Volga se lo llamó Bergseite (lado montañoso) y al lado este Wiesenseite (lado llano). Así, las colonias se identifican como las que son de la Bergseite o de la Wiesenseite.
Las profesiones de los alemanes asentados en el Volga eran muy diversas, ya que varios de ellos eran farmacéuticos, médicos, abogados, ingenieros, profesores, como así también zapateros, herreros, panaderos, demás artesanos y una mayoría de agricultores que buscaban un lugar de paz para vivir, ya que Alemania estaba padeciendo el largo sufrimiento de las guerras napoleónicas. Sin embargo, al llegar a Rusia fueron obligados a confinarse por completo a las actividades del campo, y sólo unos pocos pudieron dedicarse a su profesión o a vivir de lo que habían estudiado tal como lo deseaban, al mismo tiempo que se les impedía la salida del territorio y debieron jurar fidelidad a su majestad imperial. De esta manera, los alemanes entendieron que sólo vivirían para trabajar, y durante varias generaciones los ancianos murieron sin haber conocido el esparcimiento. Confiaron en que si lograban llevar una vida sumamente austera y podían cumplir con todas las privaciones que se imponían, sus hijos podrían gozar de una mejor condición, lo que les permitiría hacer valer sus derechos.
El riguroso abocamiento al trabajo por parte de los alemanes y su intransigente sentido del deber, hicieron que ni ellos ni sus descendientes se permitieran la ociosidad, como tampoco gozar de comodidades que se basaran en acortar las jornadas de trabajo, y durante muchos años se habían prohibido la celebración de fiestas, con excepción de los ritos religiosos que eran cumplidos con suma adhesión por toda la comunidad.
Como consecuencia de eso, al cumplirse el primer siglo de la colonización alemana en el Volga, las espigas de trigo cubrían una superficie mayor a la de la Suiza actual, y los alemanes del Volga se convirtieron en importantes terratenientes. No obstante, nunca delegaron las tareas rurales, y de esta manera las familias que se encontraban en mejor posición económica continuaron trabajando sus campos para poder enviar a sus hijos a estudiar a universidades de Alemania. Una vez graduados, a muchos les era prohibido regresar de nuevo a Rusia para ver a sus padres y tomar contacto con sus seres más directos, por lo que varias familias se desesperanzaron y creyeron que ya nada podían hacer.
La eficiencia que lograron durante todos sus propios gobiernos, la adhesión total al trabajo, y los contratos de radicación y colonización favorecieron el desarrollo de las colonias y ciudades. A los descendientes de los primeros pobladores les aseguraban quedar exentos "eternamente" de la mayoría de las obligaciones que tenían los propios habitantes de Rusia, incluida la de prestar servicio militar. La alta tasa de natalidad, junto con la continua inmigración, multiplicó notablemente la población alemana en el Volga, al punto que entre 1838 y 1880 sólo la cantidad de aldeas alemanas que se encontraban circundantes al río ascendía a 583. Conservaron con extrema rigurosidad el idioma alemán y el cúmulo de tradiciones heredadas de sus familias y maestros, y no se daban casamientos mixtos entre rusos y alemanes. De esta manera, mantuvieron intacto el legado antropológico y cultural de sus ancestros.
No obstante los logros que habían alcanzado, en 1864 las penurias se agudizaron debido a las pérdidas de los privilegios otorgados por Catalina la Grande. Esto provocó que fuertes contingentes de alemanes comenzaran a emigrar hacia América a partir de 1872. Más tarde, con el advenimiento del comunismo soviético, muchos alemanes fueron perseguidos a causa de su fe cristiana y la gran mayoría fue deportada a gulags y otros campos de concentración en Siberia, lo que derivó prácticamente en su exterminio en masa.
Alentados por la experiencia de estos connacionales, los alemanes que pudieron sobrevivir protagonizarían la última oleada emigratoria. Sus destinos fueron Canadá, Estados Unidos, y más tarde América del Sur con Brasil, Uruguay y Argentina.
Para aquellos alemanes que decidieron quedarse en el Volga, llegaron a tener su propia república (la República Autónoma de los Alemanes del Volga de la Unión Soviética), pero fue en 1941 que por decreto de Stalin, les fue borrada del mapa (Ukase del 28 de agosto de 1941). Absolutamente todo el territorio les fue confiscado, y las viviendas fueron ocupadas por comunistas rusos. Los alemanes del Volga nunca más pudieron regresar a la zona, y los pocos sobrevivientes debieron emigrar como desposeídos.
Luego, en septiembre de 1955, durante el gobierno de Nikita Jrushchov, la Unión Soviética firmó un decreto a través del cual se reconoció públicamente que el trato dado a los alemanes del Volga había sido totalmente infundado, garantizando de esta manera amnistía a los sobrevivientes que quedaran en Rusia. A pesar de ser reconocidos como víctimas, fueron obligados a firmar ciertos trámites en donde renunciaban a todos sus derechos de propiedad y de herencia, y de volver al territorio de su antigua república.
Como consecuencia de la vida impuesta en los campos de concentración, la generación de sobrevivientes de alemanes del Volga que quedó en Rusia creció sin familia y sin escuela. Las familias alemanas fueron diezmadas, los niños que podían producir eran rápidamente obligados a desarrollar trabajos forzados, y se les prohibió la educación. En el marco de estas necesidades, los sobrevivientes se vieron obligados a firmar renuncias que vulneraban aun más su dignidad humana en otros aspectos pero ponían fin a la persecución. A diferencia de otros pueblos víctimas de genocidio, los alemanes del Volga nunca fueron indemnizados.
El 29 de agosto de 1964 un segundo decreto admitía abiertamente la culpa del gobierno soviético de la persecución y genocidio de un pueblo inocente. No obstante eso, ninguno de sus derechos les fue restituído hasta la actualidad.
Volviendo a aquellos que inmigraron, y focalizándonos en los que llegaron a Argentina, lo hicieron merced a una ley del entonces Presidente argentino Nicolás Avellaneda. La primera colonia se estableció en Hinojos, cerca de Olavarría, en la Provincia de Buenos Aires el 5 de enero de 1878 y otros lo hicieron en el departamento entrerriano de Diamante, el 24 de enero del mismo año, fundando General Alvear. Más tarde lo fueron haciendo en el resto de las provincias. La población total de descendientes de alemanes del Volga en la Argentina está estimada en algo más de 1.200.000 habitantes.
Hoy encontramos descendientes de alemanes del Volga en los pueblos que se formaron en base a dichas colonias y en ciudades cercanas a estas. La mayor parte de la población de las ciudades de Crespo en la Provincia de Entre Ríos y Coronel Suárez en la Provincia de Buenos Aires está compuesta por descendientes de alemanes del Volga.
Comenzaron a emigrar desde Alemania a Russia en el año 1763, especialmente de las zonas de Hesse, el Palatinado y Baviera, aceptando una invitación de la emperatriz Catalina II de Rusia de afincarse en las tierras del bajo Volga. Allí fundaron en 1764 la primera aldea (Dobrinka) a la que llegaron cinco años más tarde un centenar, totalizando cerca de 30.000 habitantes en esa primera colonización. Al lado oeste del Volga se lo llamó Bergseite (lado montañoso) y al lado este Wiesenseite (lado llano). Así, las colonias se identifican como las que son de la Bergseite o de la Wiesenseite.
Las profesiones de los alemanes asentados en el Volga eran muy diversas, ya que varios de ellos eran farmacéuticos, médicos, abogados, ingenieros, profesores, como así también zapateros, herreros, panaderos, demás artesanos y una mayoría de agricultores que buscaban un lugar de paz para vivir, ya que Alemania estaba padeciendo el largo sufrimiento de las guerras napoleónicas. Sin embargo, al llegar a Rusia fueron obligados a confinarse por completo a las actividades del campo, y sólo unos pocos pudieron dedicarse a su profesión o a vivir de lo que habían estudiado tal como lo deseaban, al mismo tiempo que se les impedía la salida del territorio y debieron jurar fidelidad a su majestad imperial. De esta manera, los alemanes entendieron que sólo vivirían para trabajar, y durante varias generaciones los ancianos murieron sin haber conocido el esparcimiento. Confiaron en que si lograban llevar una vida sumamente austera y podían cumplir con todas las privaciones que se imponían, sus hijos podrían gozar de una mejor condición, lo que les permitiría hacer valer sus derechos.
El riguroso abocamiento al trabajo por parte de los alemanes y su intransigente sentido del deber, hicieron que ni ellos ni sus descendientes se permitieran la ociosidad, como tampoco gozar de comodidades que se basaran en acortar las jornadas de trabajo, y durante muchos años se habían prohibido la celebración de fiestas, con excepción de los ritos religiosos que eran cumplidos con suma adhesión por toda la comunidad.
Como consecuencia de eso, al cumplirse el primer siglo de la colonización alemana en el Volga, las espigas de trigo cubrían una superficie mayor a la de la Suiza actual, y los alemanes del Volga se convirtieron en importantes terratenientes. No obstante, nunca delegaron las tareas rurales, y de esta manera las familias que se encontraban en mejor posición económica continuaron trabajando sus campos para poder enviar a sus hijos a estudiar a universidades de Alemania. Una vez graduados, a muchos les era prohibido regresar de nuevo a Rusia para ver a sus padres y tomar contacto con sus seres más directos, por lo que varias familias se desesperanzaron y creyeron que ya nada podían hacer.
La eficiencia que lograron durante todos sus propios gobiernos, la adhesión total al trabajo, y los contratos de radicación y colonización favorecieron el desarrollo de las colonias y ciudades. A los descendientes de los primeros pobladores les aseguraban quedar exentos "eternamente" de la mayoría de las obligaciones que tenían los propios habitantes de Rusia, incluida la de prestar servicio militar. La alta tasa de natalidad, junto con la continua inmigración, multiplicó notablemente la población alemana en el Volga, al punto que entre 1838 y 1880 sólo la cantidad de aldeas alemanas que se encontraban circundantes al río ascendía a 583. Conservaron con extrema rigurosidad el idioma alemán y el cúmulo de tradiciones heredadas de sus familias y maestros, y no se daban casamientos mixtos entre rusos y alemanes. De esta manera, mantuvieron intacto el legado antropológico y cultural de sus ancestros.
No obstante los logros que habían alcanzado, en 1864 las penurias se agudizaron debido a las pérdidas de los privilegios otorgados por Catalina la Grande. Esto provocó que fuertes contingentes de alemanes comenzaran a emigrar hacia América a partir de 1872. Más tarde, con el advenimiento del comunismo soviético, muchos alemanes fueron perseguidos a causa de su fe cristiana y la gran mayoría fue deportada a gulags y otros campos de concentración en Siberia, lo que derivó prácticamente en su exterminio en masa.
Alentados por la experiencia de estos connacionales, los alemanes que pudieron sobrevivir protagonizarían la última oleada emigratoria. Sus destinos fueron Canadá, Estados Unidos, y más tarde América del Sur con Brasil, Uruguay y Argentina.
Para aquellos alemanes que decidieron quedarse en el Volga, llegaron a tener su propia república (la República Autónoma de los Alemanes del Volga de la Unión Soviética), pero fue en 1941 que por decreto de Stalin, les fue borrada del mapa (Ukase del 28 de agosto de 1941). Absolutamente todo el territorio les fue confiscado, y las viviendas fueron ocupadas por comunistas rusos. Los alemanes del Volga nunca más pudieron regresar a la zona, y los pocos sobrevivientes debieron emigrar como desposeídos.
Luego, en septiembre de 1955, durante el gobierno de Nikita Jrushchov, la Unión Soviética firmó un decreto a través del cual se reconoció públicamente que el trato dado a los alemanes del Volga había sido totalmente infundado, garantizando de esta manera amnistía a los sobrevivientes que quedaran en Rusia. A pesar de ser reconocidos como víctimas, fueron obligados a firmar ciertos trámites en donde renunciaban a todos sus derechos de propiedad y de herencia, y de volver al territorio de su antigua república.
Como consecuencia de la vida impuesta en los campos de concentración, la generación de sobrevivientes de alemanes del Volga que quedó en Rusia creció sin familia y sin escuela. Las familias alemanas fueron diezmadas, los niños que podían producir eran rápidamente obligados a desarrollar trabajos forzados, y se les prohibió la educación. En el marco de estas necesidades, los sobrevivientes se vieron obligados a firmar renuncias que vulneraban aun más su dignidad humana en otros aspectos pero ponían fin a la persecución. A diferencia de otros pueblos víctimas de genocidio, los alemanes del Volga nunca fueron indemnizados.
El 29 de agosto de 1964 un segundo decreto admitía abiertamente la culpa del gobierno soviético de la persecución y genocidio de un pueblo inocente. No obstante eso, ninguno de sus derechos les fue restituído hasta la actualidad.
Volviendo a aquellos que inmigraron, y focalizándonos en los que llegaron a Argentina, lo hicieron merced a una ley del entonces Presidente argentino Nicolás Avellaneda. La primera colonia se estableció en Hinojos, cerca de Olavarría, en la Provincia de Buenos Aires el 5 de enero de 1878 y otros lo hicieron en el departamento entrerriano de Diamante, el 24 de enero del mismo año, fundando General Alvear. Más tarde lo fueron haciendo en el resto de las provincias. La población total de descendientes de alemanes del Volga en la Argentina está estimada en algo más de 1.200.000 habitantes.
Hoy encontramos descendientes de alemanes del Volga en los pueblos que se formaron en base a dichas colonias y en ciudades cercanas a estas. La mayor parte de la población de las ciudades de Crespo en la Provincia de Entre Ríos y Coronel Suárez en la Provincia de Buenos Aires está compuesta por descendientes de alemanes del Volga.
(Fte: Wikipedia.com)
1 comentario:
Hola! Leí por ahí que sos descendiente de Ana Redel... Me gustaría preguntarte algunas cosas sobre ella, ya que soy nieto de Teodoro Redel, y ando investigando sobre algunos alemanes del volga... Si podés, comunicate conmigo a apoloramirez@hotmail.com. Saludos!
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