miércoles, 22 de abril de 2009

Tus deseos son órdenes

Hoy me levanté con una calma pesada en el pecho. Sentí que había un aire especial en mis pulmones. Mi saliva tuvo un gusto distinto y mis pasos sintieron la ansiedad de un tropiezo. Recordé con los lujos del detalle uno de los sueños que había tenido. Un anciano de cuerpo marchito, se me acercó con la bondad de un abuelo. El fondo blanco de sus pasos me dio paz. Sus ojos claros me expresaron dulcemente el amor de sus palabras. Se acercó a mi pecho, dándose fuerza con su bastón gastado e intentó levantar su boca hasta la proximidad de mi oreja. Cuando me incliné levemente, apoyó su mano izquierda sobre mi antebrazo derecho. La sentí calida y amistosa. Con voz baja pero firme me dijo: “Voy a casarme; a tener cuatro hijos, un lindo auto y una casa con vista al mar. Voy a soñarlo y a vivirlo, como me aconsejaron. Voy a hacerlo todo porque así lo quiero y propongo. Voy a jugar el deporte que siempre quise, hasta que mi cuerpo ya no pueda hacerlo. Aprenderé el idioma de mi familia, aunque tenga que intentarlo mil veces. Voy a recibir un salario merecido, justo en el límite de mis pretensiones y, además, otras sumas vivas por mi ingenio. Voy a disfrutar de ese mar de verano por el resto de mis días, en todos ellos. Voy a dejar atrás este calor sofocante y peinaré mis pelos contra el viento del sur. Por que así lo quiero, así lo sueño y vivo. Así me lo aconsejaron. Pedro, Ana, Jazmín y Mateo, uds. que están viniendo, sepan que los estamos esperando con los brazos abiertos y los sueños despiertos. Sepan que aquí vendrán, a pesar de todo. La felicidad no puede estar más allá de todo eso. Tus deseos son órdenes”. Desapareció en su manto de paz blanca dejándo conmigo la claridad del futuro conocido.

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