“¡¡¡La concha tuya, Galenso de mierda!!!”. Todavía tengo en el centro de la frente la cara del gordo sudado, viejo, con la camisa celeste abierta, parado - pero casi en cuclillas - con el mate en una mano y apuntándome con una factura rancia.
Los sábados jugábamos el torneo de basket del Valle del Río Chubut. En la ocasión, el rival de turno era el Club Brown de la ciudad de Puerto Madryn. No voy a decir que era el clásico, porque no era así. Pero salían buenos partidos, sobre todo en la cancha de Brown – chiquita, con pisos de parket y pocas gradas de cemento -, con partidos cerrados y con final abierto.
Había jugado al basket desde los 6 años, con lo cual eran 11 años de vernos las caras con los equipos de la zona. Sin embargo, este era uno de los últimos partidos que jugaba en el club. Me esperaba Buenos Aires para estudiar y eso se llevaría toda la atención.
Entrando en calor, sabía que iba a ser una tarde especial. No porque era uno de los últimos partidos. No porque la numero 9 – como siempre - del Independiente de Trelew se estaba despidiendo para siempre de mi sino, simplemente, porque ya había crecido lo suficiente como para “volcar” la pelota en el aro (para los desentendidos, hundir la pelota en el canasto de enceste), cosa que deseaba desde chico y jamás había intentado.
“A ver, Galenso (dicese de los rubios en mis tierras), la volcás?”, me preguntaron. “Psssss”, respondí. Cinco o seis pasos, salto y dejaba el balón en el canasto con una mano. Cinco o seis o seis pasos, y la dejaba con dos. Así dos o tres veces más. Era inminente que ese día iba a poder cumplir el sueño desde que el gran Michael Jordan había "caminado" en el aire para ganar el concurso de volcadas por aquel juego de las estrellas de la NBA en 1988.
El partido fue cerrado. Como siempre. Palo y palo hasta el final. Y la verdad es que esa tarde había tenido un gran juego (no era de lo mejor en la zona aunque si me las arreglé para integrar en un par de ocasiones el seleccionado del Valle del Chubut). No recuerdo cuales fueron mis números ese día pero si que estaba lo suficientemente confiado en que podíamos ganar el partido.
Treinta segundos por jugar. Pase sobre la línea al Cabezón Duarte que nos deja a un punto. 79 a 80. Sale el base de Brown – el 6, no me puedo acordar el nombre pero creo que voy a tener 70 años y voy a seguir teniendo su cara de playmobil castaño en la memoria -, y quiere tranquilizar el partido. Lo apretan para que largue el balón y lo hace, pero con la desgracia – para él – que se la da al grandote de Brown, quien quiere botarla y la misma rebota en su pie derecho. Faltan 20 segundos. Agarra la pelota el "Paga" y me ve ya en la mitad de la cancha, solo, hacia el aro. “Es el momento” pensé. 17 segundos. Me lanza el pase, el cual tomo ya a la altura del área de triple… piqué la pelota una vez…un paso – el derecho, como lo indican los fundamentos -… dos –el izquierdo para que después se eleve el derecho en el salto - …y salto. Pienso: “la aseguro con las dos manos”. 13 segundos. Eso hago. Cuando la pelota alcanzó la altura del aro, intento meterla dentro del canasto. La dejo ahí y me cuelgo del mismo como para darle un contenido emotivo al momento. ¡¡¡Se va a la bosta!!! ¡¡¡Hago mierda el aro y ganamos el partido con una volcada mía!!!
Y es ahí, cuando suelto el aro, que el muy turro pega un tirón volviendo a su posición original y le pega con la parte de atrás a la pelota que todavía estaba por allí. ¡¡¡A la mierda la pelota!!! ¡¡¡¡Nooooo, la puta que lo parió!!!! ¡¡Me quiero matar!! Cuando caigo al piso, trato de buscar el balón, el cual ya estaba en manos del playmobil. 8 segundos. Vuelvo hacia la mitad de la cancha, y los de Brown se pasaban la pelota para evitar nuestra falta. Fue ahí…ahí justamente que miré hacia la tribuna y lo vi al gordo, cagándome la vida, insultándome como si hubiese perdido la final del mundo. Mire de vuelta hacia el campo y la chicharra marcaba el final. Habíamos perdido y había sido mi culpa. Miré de vuelta al gordo chivado quien seguía recordando a mi familia. Lo putié, si, lo putié. Delante de todos. Pero ni siquiera haberme subido a las gradas y boxearlo a él, su mujer, y al boludo del hijo – compañero de equipo – podría haberme sacado la bronca de haber perdido la chance de haber volcado la pelota.
No recuerdo si fue mi último partido o no. No tengo en la memoria uno posterior. Si lo hubo, lo borré completamente. Solo guardo para mí que el último intento para hacer lo que soñé desde los 6 años en este deporte, se fue tras el rebate de un cesto de basket y el grito colérico de un gordo que no tenía nada mejor para hacer un sábado por la tarde.
3 comentarios:
me hizo reir mucho, en serio.
y me hizo recordar mis epocas de jugadora de handball... nunca me putearon asi en la cara, pero creo qe mas de uno lo hizo en secreto.
saludos.-
Que es peor: tener la frustración de nunca haber llegado a volcarla (yo) o haber fracasado rotundamente en el primer intento oficial (vos)?
a veces uno se pregunta como una persona que putea a un pibe de 17 años de esa manera se atrevio alguna vez a tener hijos, no???todavia recuerdo aquella vez en Pto. Madryn cuando me tome los genitales mirando a una vieja que me gritaba desde la tribuna...se lo merecia...white men can`t jump...jaja
HEA
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