domingo, 4 de noviembre de 2007

Perdón Ana

Es la una treinta de un domingo de sol. Estoy en casa y tengo que estudiar para el postgrado. Rindo el jueves. De fondo juega Nalbandian la final del Master de Paris.

Pensando acerca del almuerzo, se me ocurrió hacer pollo a la parrigas. Éste se trata de un adminículo culinario, consistente en una especie de olla, que permite el ingreso de la llama directa por dentro formando una suerte de vacío. En ella, las cocciones resultan secas y crocantes. Fue un regalo de mi abuela Ana, la mejor cocinera que yo he conocido.

Ana es la madre de mi mamá. Hace un poco más de dos años que nos dejó. Una persona bondadosa y sacrificada. Es inevitable para mí recordarla en ciertos momentos, aunque sea mínimos como un pollo a la parrigas o un café con leche de filtro.

Cuando recuerdo a Ana siempre me quedo con un sabor agridulce en la garganta. Tengo hermosos recuerdos de jugar a sus pies con autitos de plástico, mientras ella cocinaba o acompañarla al gallinero a recoger huevos para el mediodía o hasta el fondo del patio para que cuelgue la ropa. Ella me daba una bolsa de agua caliente para que introduzca en la cama fría del campo. También jugaba a ocultarse la boca sin sus dientes postizos. Extraño mucho a mi abuela.

Pero también siento la impotencia de haber perdido ese avión para el 9 de Julio, quince días antes de su muerte, que me impidió verla por última vez. Todavía me reprocho aquel sueño pesado y sufro como puñales cuando se me hacen chistes sobre ese olvido. Nadie repara, quizás, en la culpa que me recuerda aquel hecho. Desearía tanto pedirle perdón.

De igual manera, aunque no en forma de reproche personal, siento con pesar el congestionamiento de transporte aéreo y terrestre que no me permitió viajar para aquel fin de Julio del 2005, y darle a Anita un último adiós. Cada tanto descargo con lágrimas estos dolores, al visitar su lápida en el coqueto cementerio de Trelew o al ver una crujiente parrigas. Ojalá pudiera decirle adiós.

Ana se va a llamar mi primera hija, como se lo prometí en vida. Espero que con esto mi abuela sienta mi amor por ella, que la extraño, mis disculpas y despedida. También poder yo perdonarme las heridas.

1 comentario:

Paulita dijo...

que lindo poder honrar de esa forma a una abuela, y que ella se entere!
pero no es bueno vivir con culpas, un último chau no agrega ni borra todooooos lo momentos hermosos que seguramente viviste con tu abuela!
muy lindo blog señor leguleyo, muy lindo!