Entre el madrugón que imponía el dueño de casa por su viaje a la Sierra, y el festín de mi que se hicieron los mosquitos, salí temprano para Buenos Aires. Desayuno reglamentario en la YPF de Canals y a combatir el asfalto.
Como primer pensamiento, entre el sol que me daba justo en la frente y el dolor que provocaban mis mediocres gafas, decidí comprarme un buen par de anteojos de una maldita vez (NdR: volví hace una semana y todavía no lo hice).
Si bien el trayecto fue entretenido en general (la ruta siempre fue de un solo carril, pero el tránsito liviano no sofocó demasiado la cuestión), debo decir que odio a los “Pueblos Ruteros”. Como imaginarán, son aquellas poblaciones que se asientan y crecen a lo largo de la ruta. Conclusión: esta se transforma en una avenida, se debe aminorar la marcha, frenar en los distintos semáforos (¡Por Dios, Venado Tuerto, un mínimo de sincronización, por favor!) y toparse con el Chacarero que te tira su camioneta a paso de hombre sobre la ruta cuando a vos te faltan 200 mts y venís a 120 km/h (¡Pelotudo!).
Musicalmente, el viaje fue un decente random dado por las distintas radios que iba “enganchando”. Nunca sabré el nombre, pero no puedo dejar de mencionar los continuados “Killer Reggaetones” que me regaló aquella estación de Arrecifes. Diez de la matina, meneo al volante.
Atravesando San Antonio de Areco me arrepentí un poco de haber salido tan temprano y no pasar por allí con el timming necesario como para derrapar en la primera parrilla rutera que se me presentara. Aclaro que un buen bife de chorizo jugoso, con fritas, “yelo” y “…de la casa”, hubiese justificado cualquier demora.
Finalmente, me sentí aliviado cuando pisé la autopista en Pilar y el Meriva se deslizó en reforma sobre su carril izquierdo. Una vez llegado, breve reunión familiar, para luego dejarme llevar hasta mí añorado sommiere.
Pienso que superé el trayecto. Que disfruté más de lo que había pensado. Que tuve oportunidad de reflexionar sobre algunos temas y dedicarme más a algunas cuestiones olvidadas. No voy a decir que me encontré a mi mismo, pero sin lugar a dudas que disfruté del viaje y mi compañía.
Como primer pensamiento, entre el sol que me daba justo en la frente y el dolor que provocaban mis mediocres gafas, decidí comprarme un buen par de anteojos de una maldita vez (NdR: volví hace una semana y todavía no lo hice).
Si bien el trayecto fue entretenido en general (la ruta siempre fue de un solo carril, pero el tránsito liviano no sofocó demasiado la cuestión), debo decir que odio a los “Pueblos Ruteros”. Como imaginarán, son aquellas poblaciones que se asientan y crecen a lo largo de la ruta. Conclusión: esta se transforma en una avenida, se debe aminorar la marcha, frenar en los distintos semáforos (¡Por Dios, Venado Tuerto, un mínimo de sincronización, por favor!) y toparse con el Chacarero que te tira su camioneta a paso de hombre sobre la ruta cuando a vos te faltan 200 mts y venís a 120 km/h (¡Pelotudo!).
Musicalmente, el viaje fue un decente random dado por las distintas radios que iba “enganchando”. Nunca sabré el nombre, pero no puedo dejar de mencionar los continuados “Killer Reggaetones” que me regaló aquella estación de Arrecifes. Diez de la matina, meneo al volante.
Atravesando San Antonio de Areco me arrepentí un poco de haber salido tan temprano y no pasar por allí con el timming necesario como para derrapar en la primera parrilla rutera que se me presentara. Aclaro que un buen bife de chorizo jugoso, con fritas, “yelo” y “…de la casa”, hubiese justificado cualquier demora.
Finalmente, me sentí aliviado cuando pisé la autopista en Pilar y el Meriva se deslizó en reforma sobre su carril izquierdo. Una vez llegado, breve reunión familiar, para luego dejarme llevar hasta mí añorado sommiere.
Pienso que superé el trayecto. Que disfruté más de lo que había pensado. Que tuve oportunidad de reflexionar sobre algunos temas y dedicarme más a algunas cuestiones olvidadas. No voy a decir que me encontré a mi mismo, pero sin lugar a dudas que disfruté del viaje y mi compañía.
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