martes, 19 de mayo de 2009

Orgullo y soledad

Finalmente he entendido algo – me dijo el viejo mirándome desde abajo, levantando mínimamente su cabeza. Se frotaba las manos, a pesar de usar unos viejos y sucios guantes de lana que, por el tiempo, habían pasado a ser morados. Estoy cansado de la soledad de este camastro. Me he visto dormirme frente a la ventana más de una vez, esperando que se vean doblar por aquella esquina las luces de un auto que me venga a buscar. Ahora sé que es tarde y no podré remediar mi situación.
La silla de ruedas, en ese momento, estaba posicionada en paralelo a la cama, con el respaldo sobre la pared color celeste. El anciano dejó de frotarse y necesitó empujar las ruedas cuatro veces para llegarse hasta la ventana de siempre, pasatiempo preferido para esperar la muerte.
He estado equivocado, y vea usted joven que recién hoy termino de darme cuenta. Y lo hago en este cuarto solitario de un albergue rancio, como sus ocupantes. Sepa escuchar mi consejo – dijo enderezando la silla levemente en mi dirección, mientras yo tendía la cama – y advierta que hay sabiduría en mi palabras.
Me detuve un momento para esperar que empiece a hablar así podía continuar con mis tareas. Ya era cerca del mediodía, faltaban solo dos horas para mi cambio de turno. Tenía que terminar de acomodar todo el segundo piso. Lo miré y el viejo continuó: En la vida uno tiene que ser feliz. Siempre y sin excepción. Hay muy pocas obligaciones que son mas importantes que eso y comprenderá con el tiempo que su cumplimiento también lo hace feliz. Sepa que para pelearse esta la vida. Comprenda, que ahora puede, que la familia es lo más importante. Afuera de eso, no hay más. Yo no lo entendí y así lo estoy pagando. Peleado con todos y contra nadie en particular. Peleado conmigo mismo ahora por no haber entendido lo importante.
Dejó de hablar. Miró la ventana y junto sus manos nuevamente.
Cuando terminé de acomodar el cuarto, fui en busca del escobillón y me dirigí hacia la puerta. Estando por cruzar el umbral, retomó: la vida son sentimientos y emociones, nada más. Es sentirse bien con uno mismo y con los que lo quieren. El resto son anécdotas que el mismo tiempo se encargará de borrar. Si hay algo que lo incomoda o lo pone nervioso, va por mal camino. La vida es plenitud. La vida es felicidad. El orgullo solo se lleva bien con la soledad, y no es una amiga que le guste tener. Conserve su alma y su familia. Nada más. Sépalo que tiene tiempo. Después no diga que no fue avisado.
Le dije que si con la cabeza y cerré la puerta.
Me hubiese olvidado pronto de todo ello sino hubiese encontrado la habitación vacía, la mañana siguiente, en mi turno de limpieza.

2 comentarios:

El Alemán dijo...

Este cuento trata de algo sobre lo cual vengo pensando hace varios meses. Creo que es bueno darse cuenta a tiempo de las cosas que uno quiere y lo que vale la pena. Muchas veces no coinciden.

Natalio Ruiz dijo...

Lindo cuento. Aristóteles comienza su Ética diciendo lo mismo que el viejo: el hombre busca su felicidad. Después se separan en algunas cuestiones...

Respetos.

Natalio