miércoles, 6 de febrero de 2008

Triste mirada

Ella caminaba despacio. Como siempre. O por lo menos desde hace algunos años. El andador no le permitía hacer más que pasos de diez centímetros cada uno. La cabellera mustia, apretada con un rodete y el vestido a flores que en alguna ocasión fueron coloridas, terminaban de pintar la triste imagen. A su alrededor, Buenos Aires se debatía entre el ruido y el apuro. La señora no alcanzó llamar la atención con esa sonrisa maternal a la rubia en ciclistas y walkman puestos. Pensó la anciana que la fresca señorita iba a comprender que le hacía acordar a sus años en los cuales el viento era su motor, y los límites solo imaginables. No le prestó tampoco demasiada atención el hombre de traje oscuro, de robusto porte y andar seguro cuando la señora lo miró recordando los pretendientes que podrían emularlo. Si reparó en ella el muchacho de casi veinteaños que de un resoplido la espetó para que libere la calzada. “A ver señora…”. Al pasar, no tuvo ningún problema en manotearle del bolso un paquete de papel madera conteniendo la compra que había salido a hacer a la mercería de la esquina. Media hora después llegó a su casa. Se sentó en el living y, como todas las noches, se quedó esperando que la vengan a buscar desde aquel lugar donde habitan quienes la recuerdan.

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