viernes, 1 de febrero de 2008

Buenos Aires

Buenos Aires tiene los ojos ciegos. Oscurecidos por las noches de vigilia y combate. Tiene el rostro arrugado y húmedo de tanto ocultarse entre la niebla de sus callejones. Se esconde de las miradas curiosas que la miran cuando camina, o se mueve en algún recóndito rincón de sus guaridas violentas. La tensión por la muerte la llama y ella culposa sale a buscarla. Entre la niebla. En lo oscuro. En el sudor y en sus escondites. Se escapa de quienes la buscan. La persiguen con sus costumbres, con sus tradiciones, ritos y normas. Se quiere liberar. Lo busca. A veces lo hace. Otras solo se arrepiente. Buenos Aires ahora camina trémula por la mañana. Cansada. Asustada y pensativa. Sus callejones la han lastimado otra vez. Tardará en recuperarse. En caminar erguida nuevamente. Lo hará seguramente. Hasta que la noche y sus oscuros retiros vuelvan a llamarla con la voz infame de los que solo quieren lo prohibido.

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