El baño era pequeño, oscuro, sucio y mojado. Sus azulejos eran de un azul ocre del cual chorreaba la humedad condensada. La única luz estaba oculta tras el durloc de la deficiente separación de cubículos. El piso, regado de un dudoso líquido, también mostraba el deterioro de una construcción golpeada en su revoque. La música retumbaba las paredes, y el grito de los ocasionales ebrios lo incomodaban en su encierro. El humo propio del cigarro y la noche se mezclaban con el calor de aquel recinto enclaustrado.
Salió. Disimuló un poco su transpiración. Saludo a lo lejos un par de conocidos. Se sintió observado al principio, aunque logró pensar lo contrario una vez mimetizado en la muchedumbre. Buscó a su amigo. Lo encontró un poco más allá de la primera columna. Estaba charlando con un par de pichones - como le gusta decir -, siempre con la cerveza en la mano. Se le paró adelante haciéndolo retroceder unos centímetros. Le acercó la boca al oído y le dijo:
“Haber cagado en ese baño y no haberme ido a casa demuestra, sin lugar a dudas, lo mucho que te quiero. Feliz cumpleaños, Pajero”. El otro se rió primero, y lo abrazó después.
3 comentarios:
Imagino al gigante alemán en cuclillas, con los gemelos al borde del calambre, para no apoyar su humanidad en la orina de otros.
Gracias totales!
JAJAJA! POSTA?
La gente que uno se pierde por vivir lejos de la capital...
Y quien te dijo que es verídico? Esta en tercera persona!! Je je je...incomodísimo !!!
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