lunes, 29 de septiembre de 2008

Franela

La lluvia cae sobre el parabrisas del Renault 12 blanco. La humedad ha empañado los vidrios y la situación no se resuelve pasando una franela. El aire acondicionado no fue incluido en este base del 89. La única opción es abrir la ventanilla delantera derecha, aunque el asiento reciba unas cuantas gotas.

El Polaco Goyeneche arrastra su voz rugosa en la estrofa final de “Garúa” y le da un acompañamiento perfecto a este comienzo de semana. Las luces coloradas y amarillas de los autos de adelante titilan incesantes en la autopista embotellada.

Las heridas de un fin de semana agitado se resienten cuando más duelen, pasando facturas que cuestionan el paso del tiempo y los excesos cometidos. Va a ser una semana larga, máxime si recién estamos en Septiembre.

Las gotas siguen golpeando el parabrisas, quizás con un poco más de violencia, y la franela sigue sin ser la solución al problema.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Poker

Uno en la vida aspira a estar tranquilo”, me decía. “La valentía en estos casos esta en darse cuenta cuando las cosas precisan de una decisión y se actúa en consecuencia…soportando las consecuencias”. Asentí. Como si yo no estuviera, prosiguió: “Uno puede hacer concesiones, tener paciencia…también uno puede armar estrategias, jugar con la mente del otro y anticiparse”. Intenté tomar un sorbo de café pero todavía estaba muy caliente. “Pero uno en la vida quiere estar tranquilo”, reiteró, contestándose a si mismo. “La vida no es un poker donde uno tenga que andar descuajeringándose el cerebro todo el día. En definitiva, si las condiciones no se presentan agradables, es un problema de cambiar las condiciones y no que nos empiecen a agradar las condiciones, no?”. Como supe que era una pregunta retórica o que nuevamente la autoproclamaba, ni me molesté en sacar la vista del pocillo de café. “Lo importante es poder probar, animarse y, en definitiva, decidir. Nadie esta acorralado hasta que se da por vencido y si algo hemos aprendido de nuestros errores, es que la puerta se cierra cuando uno acepta” dijo, sin darse cuenta que me había quemado la lengua como un boludo.

Quedamos en silencio unos minutos hasta que pasó por la calle una morocha bastante buena que generó el comentario grosero de mi compañero.

Desconfío de la vida

El vaso transpirado dejó una aureola de agua sobre la mesa de nerolite. El humo del cigarrillo nubla la vista cegada de maquillaje. El rouge de sus labios carmesí ha dejado una figura extraña en el pocillo de café sucio. Sus dedos rugosos ya no resaltan por el juego que hace el esmalte. Las pulseras gastadas solo pasan desapercibidas por los colores de su camisa. El pelo atado sobre el techo de su cabeza forma una maraña desordenada que la oscuridad del ambiente no termina de denunciar.
Suena “Desconfío de la vida” en la versión cantada por Vicentino. Termina el cigarrillo, prende otro y le piden un wiskey con soda. Lo cambia por un gin tonic que ni siquiera mira cuando llega. Madura la noche, sabe que sus valores cambian y no se puede perder el tiempo.
El cenicero consume el cigarrillo abandonado y la condensación del trago terminó de mojar el ticket de la cuenta.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Golpes secos y gritos mudos

Cerré la puerta del ascensor y, cuando estaba por golpear la puerta, sentí el ruido seco a madera y el tronar de vidrios rotos. Escuché un insulto mudo como de quien se tapa la boca. Opté por quedarme en silencio y esperar lo siguiente. Durante cinco minutos creí haber contenido la respiración.

Entre irme y volver a lo que había ido, se me ocurrió pensar que no tenía nada por que sospechar. En definitiva, pudo haber sido un tropezón y un plato roto. Finalmente, toqué el timbre. Abrió la puerta y entré. No había señales extrañas. Solo el olor a velas apagadas. La sesión se desarrolló con normalidad, por lo que a poco de haber empezado me olvidé de mis temores. Pagué la consulta y me fui.

La semana entrante volví a escuchar el mismo ruido, pronto a golpear la puerta. La misma situación, que se resolvió de la misma manera. Temor, espera y normalidad. Lo mismo ocurrió las semanas siguientes. Para la octava sesión ya no me parecían extraños los golpes secos y gritos mudos.

Un día opté por contarle sobre lo que me pasaba segundo antes de golpear su puerta. Me respondió que era curioso que ello suceda, siendo yo su único paciente. Mientras me estaba yendo, me propuso charlarlo la semana siguiente. Cuando asentí con la cabeza, escuché el ascensor afuera que se detenía, y una sombra en movimiento sobre mis espaldas.

Golazo

"Avanza el número once por la izquierda del campo. Amaga el pase al centro de la cancha para luego tirarla larga, esperando enfrentar por fin al número 2. El 5 rival, sin embargo, lo empareja en su agitada carrera y le tira su metro noventa encima. Con un alarido enfermizo, el volante pretende la compasión del colegiado, quien levanta sus manos en aprobación del quite legítimo. El once masculla, en el suelo, la bronca y frustración de su obra robada.

El 5 gira con el balón, amaga el pase a la izquierda, y toca al 8 de su equipo. Este, volante de gran precisión, analiza como primera opción el cambio de frente. Empero, por el rabillo del ojo, ve la figura blanca en carrera del número 5, quien buscaba la descarga. Toque al volante central, dejando desairado al lateral izquierdo del oponente, quien ya había lanzado su fuste violento.

El 5, con un ligero toque a la derecha, elude al homónimo rival, levanta la cabeza y observa como el 9 se ofrece de pivote para la escalada ofensiva. Toca el 5 y va.

El 9 siente al seis rival en su espalda y consigue rodearlo de un movimiento. La pelota, sin embargo, sintió la presión de la marca y se adelanta más de lo debido. El dos contrincante se abre en vuelo horizontal, con sus piernas en tijeras para cortar la arremetida blanca. Casi desahuciado, el 9 piensa en obtener un foul como mejor opción. No obstante, el grito del 5, volando sobre su derecha, le hace cambiar de opinión. “Va a doler”, piensa.

La punta de su botín izquierdo, corona un pase al vacío hermoso, que se ve acompañado por el grito de dolor ante la patada anticipada.

Loca carrera del número 5, ya adelantado sobre la última zaga rival. El arquero arroja su anatomía sobre el balón, no antes del estiletazo del pie derecho del volante, en pase a la red. El 5 se arrodilla, golpea su pecho un par de veces, piensa en su mujer, y espera el abrazo de sus compañeros".

martes, 23 de septiembre de 2008

Diálogo de sordos

Algo le pasaba indudablemente. Ella no acreditaba otra posibilidad. Claudio lo negaba y proponía un diálogo feliz.
Ella, no obstante, no estaba convencida, incluso ante su insistencia. Los diálogos correctos pero cortantes del viernes y sábado. El silencio hasta el domingo a la tarde. ¿Que otra explicación podría haber a su ausencia?
Él rogaba que eviten la discusión. Estaba cansado de hacerlo. Había estado tranquilo todo el fin de semana y quería seguir así.
Marisa
no. Transformó la charla en discusión y ésta en pelea. Claudio perdió la paciencia y le rogó que se dé cuenta que las cosas no eran como ella siempre quería. A veces tenía que hacerle caso.
Ella siguió preguntando por falta de amor, infidelidades y otras desventuras.
Él solo quería que le dejen de romper las pelotas y de dirigir la vida.
Ella al día de hoy todavía no se dió cuenta que el problema era de ella, y aún trata de averiguar si él se fue finalmente con otra “minita”.
Él la extraña. Pero esta más tranquilo.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Abrir los ojos

Abriré los ojos y lo sabré…
El frío de las sábanas lisas del costado izquierdo de mi cama me dirán que te fuiste.
Daré vuelta hacia ese lado y mi brazo extendido no encontrará obstáculos para su desplegar.
Sonará el despertador, una y otra vez, y no escucharé el recordatorio sobre la necesidad de mi baño. Mucho menos escucharé la ducha encendida, acusándome por el desperdicio del agua.
Saldré del baño y el silencio del departamento me golpeará de frente, todavía mojado.
La cocina no estará envuelta en olores de pan tostado ni café recién preparado.
Me cambiaré sin opiniones sobre el color de mi corbata ni expresiones sobre lo bonito que estoy.
Tomaré un café bebido y, de salida a la calle, no recibiré abrazo ni beso alguno. Mucho menos recordatorio sobre el perfume faltante.
Será casi de mediodía y no habrá a quien llamar para ver como va su mañana. Tampoco de media tarde.
Seguramente, no iré hasta casa para almorzar, dejándome acompañar por algún entremés de rotisería porteña.
Sobre el final de la tarde, nuevamente el golpe frontal de un departamento vacío, frío y en silencio.
No pelearé sobre el control remoto ni sobre mi apático rostro. No tendré que justificarme con cansancio alguno.
Llegada la hora de la serie favorita, me quedaré con ganas de recordarte tu parecido con el personaje principal. No escucharé tus envidias sobre su pelo o vestuario.
No habrá ganas de preparar cena especial, la que será ocupada por algún pábulo fugaz.
No habrá sillón abrazado, ni selección de película.
No habrá propuesta íntima ni helado repentino. Mucho menos tú espera en aquella cama, todavía vacía.
Solo tendré que calentar su lado derecho, apagar el televisor y volver a sentir que mi brazo izquierdo no encuentra a quien abrazar.