Abriré los ojos y lo sabré…
El frío de las sábanas lisas del costado izquierdo de mi cama me dirán que te fuiste.
Daré vuelta hacia ese lado y mi brazo extendido no encontrará obstáculos para su desplegar.
Sonará el despertador, una y otra vez, y no escucharé el recordatorio sobre la necesidad de mi baño. Mucho menos escucharé la ducha encendida, acusándome por el desperdicio del agua.
Saldré del baño y el silencio del departamento me golpeará de frente, todavía mojado.
La cocina no estará envuelta en olores de pan tostado ni café recién preparado.
Me cambiaré sin opiniones sobre el color de mi corbata ni expresiones sobre lo bonito que estoy.
Tomaré un café bebido y, de salida a la calle, no recibiré abrazo ni beso alguno. Mucho menos recordatorio sobre el perfume faltante.
Será casi de mediodía y no habrá a quien llamar para ver como va su mañana. Tampoco de media tarde.
Seguramente, no iré hasta casa para almorzar, dejándome acompañar por algún entremés de rotisería porteña.
Sobre el final de la tarde, nuevamente el golpe frontal de un departamento vacío, frío y en silencio.
No pelearé sobre el control remoto ni sobre mi apático rostro. No tendré que justificarme con cansancio alguno.
Llegada la hora de la serie favorita, me quedaré con ganas de recordarte tu parecido con el personaje principal. No escucharé tus envidias sobre su pelo o vestuario.
No habrá ganas de preparar cena especial, la que será ocupada por algún pábulo fugaz.
No habrá sillón abrazado, ni selección de película.
No habrá propuesta íntima ni helado repentino. Mucho menos tú espera en aquella cama, todavía vacía.
Solo tendré que calentar su lado derecho, apagar el televisor y volver a sentir que mi brazo izquierdo no encuentra a quien abrazar.
El frío de las sábanas lisas del costado izquierdo de mi cama me dirán que te fuiste.
Daré vuelta hacia ese lado y mi brazo extendido no encontrará obstáculos para su desplegar.
Sonará el despertador, una y otra vez, y no escucharé el recordatorio sobre la necesidad de mi baño. Mucho menos escucharé la ducha encendida, acusándome por el desperdicio del agua.
Saldré del baño y el silencio del departamento me golpeará de frente, todavía mojado.
La cocina no estará envuelta en olores de pan tostado ni café recién preparado.
Me cambiaré sin opiniones sobre el color de mi corbata ni expresiones sobre lo bonito que estoy.
Tomaré un café bebido y, de salida a la calle, no recibiré abrazo ni beso alguno. Mucho menos recordatorio sobre el perfume faltante.
Será casi de mediodía y no habrá a quien llamar para ver como va su mañana. Tampoco de media tarde.
Seguramente, no iré hasta casa para almorzar, dejándome acompañar por algún entremés de rotisería porteña.
Sobre el final de la tarde, nuevamente el golpe frontal de un departamento vacío, frío y en silencio.
No pelearé sobre el control remoto ni sobre mi apático rostro. No tendré que justificarme con cansancio alguno.
Llegada la hora de la serie favorita, me quedaré con ganas de recordarte tu parecido con el personaje principal. No escucharé tus envidias sobre su pelo o vestuario.
No habrá ganas de preparar cena especial, la que será ocupada por algún pábulo fugaz.
No habrá sillón abrazado, ni selección de película.
No habrá propuesta íntima ni helado repentino. Mucho menos tú espera en aquella cama, todavía vacía.
Solo tendré que calentar su lado derecho, apagar el televisor y volver a sentir que mi brazo izquierdo no encuentra a quien abrazar.
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