jueves, 25 de septiembre de 2008

Golpes secos y gritos mudos

Cerré la puerta del ascensor y, cuando estaba por golpear la puerta, sentí el ruido seco a madera y el tronar de vidrios rotos. Escuché un insulto mudo como de quien se tapa la boca. Opté por quedarme en silencio y esperar lo siguiente. Durante cinco minutos creí haber contenido la respiración.

Entre irme y volver a lo que había ido, se me ocurrió pensar que no tenía nada por que sospechar. En definitiva, pudo haber sido un tropezón y un plato roto. Finalmente, toqué el timbre. Abrió la puerta y entré. No había señales extrañas. Solo el olor a velas apagadas. La sesión se desarrolló con normalidad, por lo que a poco de haber empezado me olvidé de mis temores. Pagué la consulta y me fui.

La semana entrante volví a escuchar el mismo ruido, pronto a golpear la puerta. La misma situación, que se resolvió de la misma manera. Temor, espera y normalidad. Lo mismo ocurrió las semanas siguientes. Para la octava sesión ya no me parecían extraños los golpes secos y gritos mudos.

Un día opté por contarle sobre lo que me pasaba segundo antes de golpear su puerta. Me respondió que era curioso que ello suceda, siendo yo su único paciente. Mientras me estaba yendo, me propuso charlarlo la semana siguiente. Cuando asentí con la cabeza, escuché el ascensor afuera que se detenía, y una sombra en movimiento sobre mis espaldas.

No hay comentarios.: