El vaso transpirado dejó una aureola de agua sobre la mesa de nerolite. El humo del cigarrillo nubla la vista cegada de maquillaje. El rouge de sus labios carmesí ha dejado una figura extraña en el pocillo de café sucio. Sus dedos rugosos ya no resaltan por el juego que hace el esmalte. Las pulseras gastadas solo pasan desapercibidas por los colores de su camisa. El pelo atado sobre el techo de su cabeza forma una maraña desordenada que la oscuridad del ambiente no termina de denunciar.
Suena “Desconfío de la vida” en la versión cantada por Vicentino. Termina el cigarrillo, prende otro y le piden un wiskey con soda. Lo cambia por un gin tonic que ni siquiera mira cuando llega. Madura la noche, sabe que sus valores cambian y no se puede perder el tiempo.
El cenicero consume el cigarrillo abandonado y la condensación del trago terminó de mojar el ticket de la cuenta.
Suena “Desconfío de la vida” en la versión cantada por Vicentino. Termina el cigarrillo, prende otro y le piden un wiskey con soda. Lo cambia por un gin tonic que ni siquiera mira cuando llega. Madura la noche, sabe que sus valores cambian y no se puede perder el tiempo.
El cenicero consume el cigarrillo abandonado y la condensación del trago terminó de mojar el ticket de la cuenta.
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