miércoles, 1 de octubre de 2008

En la noche

Juan Carlos usa tiradores y se sienta en diagonal al televisor en su sillón marrón percutido. Lleva puestas pantuflas – cuadriculadas – en los mismos tonos. Usa el pelo – sin gomina – para atrás. Su mujer camina de lado a lado en la cocina celeste mientras él espera que termine. Las noticias de las 19 hs llegan desde Córdoba al viejo Telefunken. Escucha el repiqueteo del cocer de la “costeleta” en la parrilla y siente salivar su paladar.

Dispuesta la mesa puntualmente a las 20 hs, se sienta – ahora de frente al televisor – y frota sus manos en señal de autoridad. Observa el plato de “Cabellos de Ángel” humeante delante de él. Toma el salero y lo sacude fuertemente un par de veces sobre el plato, mientras ponen delante de él su copa vacía con un cubito individual, todavía en su cubierta plástica. Rellena la copa de vino Toro y lo baja con un poco de soda.

Comienza a comer sin esperar compañía. Adelanta los labios para acercar la cuchara y emite un sonido ante cada bocado. Como todas las noches, la sopa no contiene ningún tipo de caldo que facilite su cocción: todo ha sido hervido, procesado y colado.

Mientras engulle, su mujer se levanta y se sienta continuamente al compás de la cocción de la carne y el puré. Ella no ingiere líquidos y, cada tanto, se queja de alguna noticia que escucha o de la poca sal que le permite ingerir el médico a su marido. Sin lugar a dudas, el sonido que se escucha en la mesa con mas frecuencia es “Pssst”.

Juan Carlos termina y le retiran el plato. Se frota nuevamente las manos y toma la mitad de su copa de vino. Toma la cuchara y se sirve dos veces el puré recién colocado. Lo prueba y repite el ritual anterior con el salero cuando su mujer se va a buscar la carne.

Su mujer coloca la “chuleta” más grande y jugosa en su plato, provocando la mezcla de la sangre cocida con el puré de papas. Ella toma la sal y la retira de la mesa. Él se queja y le exige su devolución, a pesar del reproche.

La cena transcurre en silencio hasta que cada uno termina su plato – ella ha comido prácticamente nada – y su mujer levanta la mesa. Luego de terminar la fruta que le pusieron delante, él apaga el televisor y vuelve a su sillón marrón. De la calle no se escucha sonido alguno, salvo algún ciclomotor ocasional.

Come alguna gomita de menta o silva algún tango por lo bajo, mientras ella prepara las bolsas de agua caliente. A las 21.45 hs., sin falta, se levanta y se va a dormir. Ella lo sigue, como siempre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eso lo tengo visto, muchas noches de verano en Espartillar...
Abrazo de Gol.

Gus.