Matías tiene once años y me pide jugar a la pelota en la rambla de la playa. Claro, Tomas no duda en querer sumarse al plan. En definitiva, no escapa a la regla del hermano menor. En el sur del país, una de las peores playas de la Argentina (que nos ha ofrecido – no obstante – los mejores momentos de nuestra juventud), nos regala una tarde de poco viento y marea alta. “Mete gol entra” y “Futbol Tenis” llenan los minutos de esta tarde de Octubre. En ambos juegos, Toto hace las veces de árbitro, alcanza pelotas y agresor de su tío (solo cuando Matías deja de estar frente al marcador).
No dentro de mucho tiempo Matías va a ser adolescente. Cada tanto se acordará que tiene un tío viviendo a pocas cuadras de su casa al cual pedirle que le tire unos mangos para salir o le preste el auto un fin de semana (imagino que eso no puede ser peor a que me pida el quincho para hacer un asado con sus treinta compañeros del club).
No se si en ese momento me pondré contento y orgulloso de ver a mi sobrino mayor creciendo y haciendo las atorreantadas que hacia yo a esa edad o extrañaré sus gritos en aquella tarde de primavera. Seguramente, Toto y yo lo seguiremos esperando en la rambla de la playa.
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