El malón hediondo, excitado y sudoroso corrió por los pasillos de la casa buscando la puerta de salida. Corrieron tropezándose entre si, yendo hacia la luz del final del corredor. Una de ellas – la rubia - miró para atrás pero la tapó el cuerpo de otra de las chicas. Un revoleo de brazos, pitos y tetas probaban todas las puertas que encontraban a su paso. Carteles de “ocupado” en todas ellas confirmaron la cerrazón en sus picaportes. La masa amorfa, enquilombada, siguió corriendo por el pasillo con paredes de humedad condensada de colorado. Cuando doblaron en la esquina del pasillo, uno de los flacos resbaló y golpeó en una rodilla a la gorda del grupo, quien golpeó seca contra la pared y cayó finalmente en el rincón mas alejado de la curva.
Cuando llegaron finalmente a la puerta de salida, la abrieron de un golpe, pasando todos casi al mismo tiempo. Una vez en el pasillo del edificio, todos descartaron el ascensor prefiriendo la escalera. De nuevo, otro de los pibes resbaló en un escalón y golpeó a la colorada del grupo. Esta vez no fue la mujer quien sacó el peor partido: el flaco, a pesar que se paró y siguió corriendo, lo hizo cogeando como pudo. Se había roto el culo (el coxis le dirían en el hospital horas después) contra el puto escalón.
El portero del edificio quiso parar al más veloz y equipado de ellos, quien se había adelantado, pero al ver que detrás vería la maroma de cuerpos que lo seguían hacia la calle, optó por correrse y pensar “las cosas que pasan en un telo, por favor”.
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