Tomás es un toro. “Tiene una moral de acero” dicen por ahí. Me descoloca permanentemente: te desafía desde su metro diez con ojos firmes pero después se acuesta con vos a ver tele y te hace “mimitos” mientras se duerme. El poder de convencimiento.
Su único ídolo es la misma persona con la cual compite todo el tiempo, quien además ejerce el papel de mejor amigo, maestro, tutor y enemigo acérrimo. Me hace acordar a mi mismo cuando perseguía a mi hermano por todo el barrio.
Tomás me dan ganas de ser padre, y que mis hijos sean como él (calculo que “Pedrito” no se le va a diferenciar mucho). Me sigue doliendo no poder decirle “ahijado” aunque las palabras después me lo reconocieran. Igualmente, hoy solo sería un título.
A él le escribo entonces – para cuando aprenda a leer y el sur me reciba con sus vientos – que será un placer seguir teniéndole el “si fácil”.
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