Cesar tiene veinte años y esta siendo trasladado de urgencia hacia el hospital municipal. Sufrió quemaduras de extrema gravedad, producto de una explosión de gas. Había estado cocinando para sus hermanas, y en un descuido dejo la perilla de la cocina abierta. No obstante ello, jamás alcanzó a darse cuenta de todo esto cuando prendió el cigarrillo.
La ambulancia surca las calles de la ciudad en forma demoníaca. Los minutos son cruciales en esta carrera por la vida. El conductor lo sabe y por ello agrega la bocina a la ya virulenta sirena. No obstante lo apremiante de la situación, el chofer tiene confianza en su pericia. Jamás ha perdido un paciente, al menos por su culpa.
Es miércoles y son las tres y media de la tarde. Ha sido una semana difícil en la capital de la provincia. Estamos a semanas de las elecciones y el clima político se esta tornando insoportable. Ha habido algunas muestras de violencia, tanto de parte de los gremios como de las fuerzas de seguridad.
Venancio Cardozo (el conductor de la ambulancia) viene trayendo al paciente en un muy buen tiempo y confía en el éxito de su empresa. Había tomado la Av. 25 de Mayo y luego un atajo por el pasaje Tucumán, lo cual le había ahorrado algunos minutos. Solo quedaba encontrar a la Av. San Martín sin demasiado tráfico y el resto estaría hecho.
Sin embargo, raudo por Manuel Belgrano, al encontrar aquella avenida, advierte que el panorama se le complicaba. Cesar Manual Alderete, cabeza principal del “gremio” de desocupados en la Provincia, ha llevado a sus muchachos frente al Ministerio de Trabajo provincial, con el objeto de solicitar un aumento en los planes sociales. En realidad, todos saben que se trata de un apriete, ya que el grupo de presión responde al candidato del gobierno nacional, que aspira a desbancar a la cabeza del ejecutivo, quien representa al partido provincial.
Los señores gremialistas portan palos y sus caras se encuentran tapadas con pañuelos algo sucios. Muchos de ellos son gordos que superan las tres décadas de vida, pero muchos mas son jóvenes que no superan los veinte años, y Venancio apuesta a que jamás en su vida han intentado buscar trabajo.
No obstante ese panorama, el chofer sin cesar la sirena, se acerca el grupo a una velocidad prudente, confiado en la excepción del piquete por parte del gremio transportista para el vehiculo médico. Dos o tres “gordos” se le paran adelante, desafiantes. Alguno golpea el capot con su machete. Venancio pide clemencia y humanismo. Del otro lado no responden como esperaban, y siente como la chapa de la ambulancia repica ante cada piedrazo. Cardozo siente la ira e impotencia explotando por su frente, y dispara un insulto en el guaraní de sus ancestros. Los gremialistas sospechan que es una maniobra argüida por el Gobernador para disipar el piquete, por lo que resuelven arrojar nafta sobre la ventana del acompañante. Segundo se introduce el fósforo encendido desde el mismo espacio.
La explosión conmueve al conductor paraguayo, quien queda atontado por el estruendo. Temeroso de su propia vida – ya que alguna llama había logrado alcanzar una de las bocamangas de su uniforme verde agua -, Venancio Cardozo desciende de la unidad de emergencias y comienza a correr por San Martín en mano contraria, mientras algún veinteañero encapuchado lo azota con su macana.
El grupo de treinta personas que ocupaban el frente del ministerio festeja el incidente, bailando en derredor de la ambulancia en llamas, la cual poco a poco fue apagándose.
Los violentos solo se enteraron que había alguien en la parte posterior del vehículo asistencial, cuando se los confió por lo bajo el Jefe del Departamento de Bomberos.
Tres semanas después, se llevaron a cabo las elecciones provinciales, y el resultado no fue influido por aquel incidente olvidado.
(NdA: Uno puede escandalizarse por el punto de vista elegido y criticar la idea plasmada en esta historia, tildando a quien suscribe de diversos y variados epítetos. Pero estas cosas pasan...y es una vergüenza).
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