Tranquilo. Adusto. Se manejaba sereno entre toda esa gente que completaba el semipiso del bar. No quería mostrarse excitado frente aquella muchedumbre. No era gente muy importante. Pero había algunos conocidos. Alguna vedette, corredores de autos, y hasta algún ex preparador físico de la Selección mayor de fútbol. “El Ambiente”. También, lógico en esos reductos, muchos gatos y falopa.
“Boludo, ahí esta la Fulanita” o “Mira quien esta ahí!!!”, de sus amigos lo empujaban a mostrarse sorprendido. Pero no. Él no quería exponerse como sapo de otro pozo. Adopto la actitud natural de quien se esta comiendo un pan con manteca en la cocina de su casa. Si los gatos miraban, él también lo hacía pero con confianza. La vedette le pedía permiso, se lo daba como a la señora de rulos que se subía al 152 antes que él.
Se reconocía, igualmente, más cómodo en esos antros, donde se baila apretujado, centellando avances femeninos, bajo el brillo de la transpiración traslucida de los flashes de neon.
Pero eso lo sabía él, nada mas. Y no estaba dispuesto a revelarse. En el bar de moda, sería uno mas y no mostraría la hilacha. Eso resultaría, pensó. En cualquier momento, alguien le haría algún comentario. Sería aceptado en esos círculos, al verse forma de conducirse en ese mundo. Como uno más de ellos.
Nada de eso ocurrió. Cuando estaba buscando la campera para irse, vio que uno de sus amigos le estaba rapiñando el cuello a una de estos yiros, como varias veces lo encontró en aquellas “seudo trincheras” federales de la conquista femenina.
Se fue buscando excusas para su fracaso y pensando que aquellas trolas habían perdido una oportunidad de oro. Camino tres o cuatro cuadras. Encontró un taxi y se fue a dormir solo.
1 comentario:
Me sentí igual, aunque a un par de gatos me los hubiera culeado sin miedo a contagiarme la toxoplasmosis.
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