Mi viejo siempre me dijo: “En la vida, uno tiene dos preguntas importantes para contestar: ¿a que la voy a dedicar? y ¿con quien la voy a compartir?”. Hace seis años contesté una de ellas.
Lo fui a visitar a él en realidad. Una vez por año, viajaba a Córdoba para visitar a mi mejor amigo. Esas cosas que tiene vivir en el interior hacen que uno termine perdiendo y ganando amistades de acuerdo a la ciudad que se elige para estudiar.
Aquel lunes era feriado – 17 de Agosto – por lo que era buena ocasión para viajar. Llegué el sábado a la mañana temprano. No recuerdo mucho de la llegada y diversas partes del fin de semana. Si recuerdo que al mediodía llegó ella de rendir un examen en la facultad.
Cruzamos dos palabras – había aprobado y se iba a Alta Gracia un par de días con una amiga – y decidimos que lo mejor era ir a buscar comida a la rotisería de la vuelta. Te digo que no me acuerdo que hacía él a todo esto: tenía que estudiar, trabajar, no se, no importa.
Hecho el pedido en la Rotisería – milanesas o pollo con algo, creo, no se, no importa –, salimos a la vereda para esperar y escapar a la fritanga del cuestionable lugar. Me acuerdo – eso si me acuerdo – que se paró en el escalón de la entrada del negocio para quedar más a mi altura. Le pregunté como andaba de novios y demás (Siempre lo hacía. Si bien generalmente jodía al hermano con ella, jamás existieron segundas intenciones: de hecho, la llevaba a la casa de los novios, tenía buena relación con los pibes, etc). Me comentó que había alguien que le gustaba pero no le daba bola. Que estaba de novio y no se podía hacer mucho por ello. Me acuerdo – eso si me acuerdo – que defendí de palabra al pibe (una defensa corporativa: yo también estaba de novio), mientras pensaba lo imbécil que era al perderse alguien como ella. Fue la primera vez que pensé algo así. También de eso me acuerdo bien.
El fin de semana pasó muy tranquilo. Creo. No me acuerdo mucho. Habremos salido los dos días, calculo. El lunes al mediodía él se fue a trabajar y ella volvió de Alta Gracia. Se fue a bañar, mientras yo miraba una película. No me acuerdo que película era.
Ahí fue cuando las cosas cambiaron decididamente. Salió de su cuarto con un pantalón corto, una remera que le quedaba grande….y el pelo mojado. Su pelo rubio mojado. Terminó sentada a mi derecha en el sillón, mirando la película con sus ojos verdes (entenderán por que no recuerdo el nombre). Entre una cosa y otra, tuve el coraje de tomarle la mano. Solo lo hice, sin pensar demasiado en el siguiente paso. Es una realidad que jamás volví a estar tan nervioso como en ese momento. No sabía si decirle algo, intentar un beso, soltarle la mano (Comprenderán que era la hermana de mi mejor amigo y lo mío era una empresa arriesgada, por lo menos. Años después ella me confesaría que también atravesó el mismo camino pero claro, el movimiento tenía que ser mío).
En ese diálogo interno entre conciencia y exaltación – no me olvido más -, escuché el ruido del ascensor. Era el hermano, naturalmente. En pocos segundos tuve que decidir si soltarle la mano – y mostrar mi cobardía – o mantenerme en mi osadía – bajo riesgo que mi amigo, su hermano, se moleste-. No solté su mano, lógicamente.
Después no pasó mucho más. No me acuerdo mucho. Volví a Buenos Aires y manejé la mentira que allí vivía de la mejor forma posible para todos. Comencé a escribirle más mail y llamar a mi amigo mas seguido.
El 16 de Noviembre, ella bajó en Retiro y nos dimos nuestro primer beso. Pasamos el fin de semana juntos. De eso si me acuerdo bien.
1 comentario:
Y nos vamos de paseo!
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