jueves, 22 de noviembre de 2007

Enroque

Jerónimo la miró y no supo que responder. Entendió que no había forma para que Gabriela lo perdonara. Ella gritaba, puteaba, maldecía a su familia y el hecho de haberlo conocido. Agitaba una caja de pavadas y chucherías que él le había regalado en su momento. Él intentaba esbozar alguna explicación o respuesta pero los gritos de ella tapaban cualquier tipo de intento. Se sintió aturdido y atónito.

El estruendo de la puerta lo dejó solo en el pasillo, con la gran caja de recuerdos que ella le había estampado en el pecho, y preguntándose como había hecho ella para descubrir aquello que él le había ocultado. Sentía un sudor frío en la espalda. Por la situación vivida, por la crispación de su ex novia, por la vergüenza de haber sido insultado así.

Había conocido a otra mujer, es cierto. Paula. Pero la amaba y no solo se trataba de una aventura del momento o una noche. De hecho, era actualmente su novia, y nadie lo había hecho sentir tan bien en su vida. No quería sentir culpa de lo mejor que le había pasado en la vida.

Mientras tomaba el colectivo, con la caja de recuerdos en la mano, comenzó a pensar como pudo hacer Gabriela para saber de su nuevo amor. Después de todo, había planeado las cosas como para que su ex novia no se entere jamás que él amaba a otra persona.

Jerónimo había considerado en su momento que lo mejor era dilatar la ruptura de la relación hasta el día siguiente a la fiesta de la empresa donde trabajaban en ese momento. Él ya había conseguido trabajo en otro lugar, y ese alejamiento era la oportunidad ideal para evitar escenas en el trabajo, sufrimiento innecesario y, sobre todo, que Gabriela se entere de su nuevo amor. En definitiva, Jerónimo no quería que Gabriela sufriera. A pesar de no haber funcionado jamás aquella relación, ella siempre había sido buena con él, y en definitiva, tampoco ella tenía la culpa que él se haya enamorado de otra persona. Y él no quería que ella tenga que soportar esa carga.

Pero no resultó. Evidentemente. Ella lo había descubierto y lo había insultado como pocas veces alguien en su vida. Lo que le molestaba era no haber podido explicarle la verdad. No quería que ella se quede con la imagen que él la había traicionado. Por ella y por él también. Después de todo, no por nada había retrasado el inicio de su otra relación. No había querido serle infiel a Gabriela, aunque sea en lo físico, más allá que Jerónimo tenía conciencia del amor que sentía por Paula. Ni siquiera había querido besarla. Menos tocarla o hacerle el amor en la forma que él quería. No hasta hablar con Gabriela.

Dejó la caja apoyada en el piso del colectivo para poder marcar el celular. Llamó a un par de amigos, conocidos, familiares. Quería saber como se había enterado Gabriela. Llamó incluso al novio de una prima de ella, quien la había visto a Jerónimo pasear con Paula por Florida, tomados de la mano. Pero no. No había sido ella. No había tenido forma de avisarle, ya que desde aquellos días la prima de su ex novia estaba trabajando en Brasil. Nadie sabía nada. Tuvo que explicar en pocas palabras lo sucedido a cada uno de los que llamó, lo cual lo hizo sentirse revivir un poco la humillación. Se sintió que debía justificarse ante el resto y eso le molestó.

Llamó a Facundo, compañero de box de su anterior trabajo. Le pidió que se registre en su cuenta del servidor de la empresa. Después de todo, tardaban meses en dar de baja a los empleados que se alejaban. Le dictó la contraseña y ahí lo supo. “No entra, Jero. La cuenta sigue activada pero te cambiaron la clave, gordo”. “Ahí estaban los mails de Paula”, pensó. Ninguno decía nada explícito pero, sobre los últimos días de Jerónimo en esa empresa, los correos hablaban del encuentro de la pareja cuando Jerónimo arregle sus asuntos.

Primero, sintió pena por Gabriela. Mucha pena. Haberse enterado así. Incluso hasta pensó volver a llamarla para explicarle bien las cosas y que no se quede con eso. Pero después comprendió que ella había violado su correo. Sintió bronca, ira y sobre todo lástima. Mucha lástima. Había traspasado los límites de su privacidad. Quizás cegada por la tristeza o el despecho. Pero cegada al fin.

Cesó el sudor frío en su espalda. Si en definitiva ella se hubiese quedado con la explicación que él le había dado para cortar (“somos distintos, no nos veo futuro”, etc.), todos hubiesen vivido felices. En definitiva, ¿a quien no le fracasa una relación? Ahora, por su indiscreción, Gabriela debía seguir viviendo con la errónea idea que su ex novio le había sido infiel. No era la verdad, pero tampoco él sintió ganas de corregirla. Menos iba a sentirse culpable por enamorarse por primera vez de una mujer.

Bajó del colectivo, llegó a la puerta de su casa y sacó las llaves. Ahí se dio cuenta que no tenía la caja de recuerdos en la mano.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me suena a una historia real bastante familiar....