Martes. Cinco y diecisiete de la mañana. Sé que es “y diecisiete” porque estoy mirando el reloj cada tres o cuatro minutos, prestando demasiada atención a esas últimas dos cifras del digital. Esos numeritos rojos en la cómoda izquierda de mi cama, rodeados de nada más que oscuridad. Tengo los ojos duros y, calculo, algo rojos.
No soy de tener insomnio pero hoy me ha atacado el problema. El reloj avanza pero atrás se queda mi sueño, esperando vaya a saber que. La cama ha sumado pliegos y temperatura, lo que en definitiva dificulta aún más mi sueño.
Cinco y veintidós. No se porque estoy desvelado. Me hubiese ido a dormir cuando me agarró esa modorra a las ocho y pico – ahí los minutos no me importaban -, después de tomarme esa cerveza mirando la tele. Pero no. Pensé “¿Cómo me voy a ir a dormir a las ocho de la noche? Ni siquiera mi abuelo se acuesta a esta hora”. Me cociné algo y me fui a la cama a ver tele hasta que se hiciera la hora de dormir. Pero ahora, y veintiséis, estoy con los ojos como el dos de oros, y las tres o cuatro pavadas que vi en la tele no parecieron hacer mella en mi atención.
¡Que ruido que hace el reloj de la cocina, che! Tic toc tic toc. Uno se empieza a dar cuenta de un montón de ruidos de su casa cuando no puede dormir. La mochila del baño. Los autos que pasan por la calle. El ruido de la compu que quedó prendida. ¡Pero la puta que lo parió, viejo! ¿Será posible que no me pueda dormir? Si todos y cada uno de los días en que me levanto a la mañana, cansado y sin ganas de ir a laburar pienso “¡cuando vuelva, a la cama la hago pelota!”. No, me quedo mirando La Mary por vigésima novena vez o veo como la neoprosti de la Cirio se parte la jeta contra el hielo o el mamarracho de Piazza se pelea con el impresentable de Lucho, hasta que se me hacen las doce y media, una, y me doy cuenta que la mañana me va a pasar la factura.
¿¿¡¡Cinco y treinta y uno!!?? Naaaa, me quiero morir. ¡Tengo que ir a la fábrica! Ahora si, una vuelta para acá. Tiro la pata esta para este otro costado, que esta un poco mas frío y pongo el brazo debajo de la almohada. Ahora si. Deja de pensar. No pienses más y dormí. Dormí…¡Dormí, pelotudo! ¡Que te parió!
Tic Toc Tic Toc…¿Quién me manda a poner una reloj en la cocina, no? Ya está. Mañana me levanto a las 8, llamo al laburo y digo que tengo tos convulsa, meningitis del tipo Omega o me “engangrené” la gamba jugando al metegol. Je je je. ¿Quién se va a enterar? Si el jefe esta de viaje y ahí son todos una manga de nabos…
Cinco cuarenta y cuatro ya…Y si, ya fue. Si en quince minutos va a sonar el despertador “guampudo” este para que me despierte. Quince para bañarme. Quince para el mate y media hora en el 33 hasta la fábrica para levantar cajas y rollos de aluminio todo el día. En cualquier momento me parto al medio la columna levantando esas cajas. ¿¿¡¡Cómo no seguí en el liceo, por Dios!!?? Tendría que haberle hecho caso a mi viejo cuando me puteaba por querer largar todo y ponerme a laburar en la ferretería del Turco.
Pero bueno, ya fue. No voy. Y seguro que con eso me relajo y me duermo. Me quito la presión de tener que dormir por el laburo y me duermo. ¿Qué hora es? Las seis menos diez pasadas? Ja ja. Dale nomás, dale nomás que a laburar va tu hermana. Yo me quedo en casa. Me levanto pasado el mediodía. Hago un par de cositas, tranquilo y después me voy al club a tomar un vermouth con los muchachos. ¡Ahí tenes “cinco menos cinco”!. ¡Que te parió¡
Pero, igual, que mal, che. Esto no lo puedo hacer todos los días. ¡Ojo que puedo estar “estresado”, ¿eh?!. A ver si me tengo que ir a hacer chequeos y toda la bola. Y mirá si me encuentran que tengo algo en el “marote” y me tengo que hacer curar. Ojo, eh…
¡Uh, como suena este loco! Lo apago y me duermo. Chau. Listo el pollo. A otra cosa mariposa. ¡Total! ¿Que me pierdo? ¿Los mates con el narigón Heredia a las ocho y media?. ¿La charla de fútbol con el Vasco Montagni y el Zurdo López? ¿Los chistes del pelotudo del Turco, que terminó igual que yo? No, no me pierdo nada. El Narigón va a tomar mate todos los días, y el Vasco y el Zurdo hablan todo el día de fútbol. Y el Turco, nada. El Turco me arruinó la vida convenciéndome de ir esa ferretería. No me pierdo nada. Y encima descanso la espalda que me duele una barbaridad al final del día, después de haber cargado setecientas mil cajas, cajitas y cajones. No me pierdo nada. Encima no esta el Jefe, así que va a estar todo tranquilo y nadie se va a dar cuenta. Se van a tirar todos a chanta. Los muchachos, los de seguridad, la secre del jefe, Martita la recepcionista…Martita la recepcionista...¡Pará!…¿Qué día es hoy? ¿Martes ya, no? ¡No! ¡Hoy Martita se pone sus pantalones blancos! Con lo buena que está. Y encima me pone esas caritas cuando le digo alguna “barbaridá” por ese pantalón blanco y lo que viene atrás...
¿Qué hora es? ¿Seis y diez? ¿Llego a pegarme un baño antes de tomarme el 33?
La liberación literaria de un sistema de estructuras, para volcar en palabras dislocadas las inspiraciones que quedan afuera de legales rigideces.
viernes, 30 de noviembre de 2007
Cabeza de Tacho
Vas a un kiosco a comprar golosinas y el señor te devuelve el cambio como corresponde. Pedís el diario en otro kiosco y también hay monedas exactas para tu billete de $5. Compras ropa en cualquier negocio y las matemáticas no fallan cerca de la caja registradora. Incluso en un megahipersuperguachisupermercados, verdaderos "moustros" de estos tiempos se hacen chiquitos a la hora de contar divisas para devolverte, con el cartel que dice que "en caso de diferencia mínima se debe redondear en favor del consumidor - Ley 24.240" como testigo.
¿Por qué corno entonces el taxista cabeza de tacho se cree con derecho a quedarse con 10, 20, 30 o hasta 50 centavos de diferencia al terminar el recorrido, todo porque "no llego con el cambio, pá"? ¿Por qué si le pido que me de la diferencia o que redondee en mi favor, como es su obligación, me pone cara de "sos una rata"? ¿Por qué carajo no tiene monedas si ese es su bendito trabajo? Yo tengo que tener matrícula. Tengo que tener facturas. Tengo que pagar impuestos, aportes a la caja de abogados, etc. etc. etc. y el señor se cree con derecho a - además de no poner guiños, de fumar en el auto, de pasar semáforos en rojo y hacer lo que se le canta el “tuges” - no darme la plata que me corresponde.
Señores, las quejas contra los taxistas son largas, y sobre todo, conocidas. Pero esta, me saca de quicio. Desde aquí, el desahogo de aquello que pienso cada vez que me bajo de un auto amarillo y negro.
¿Por qué corno entonces el taxista cabeza de tacho se cree con derecho a quedarse con 10, 20, 30 o hasta 50 centavos de diferencia al terminar el recorrido, todo porque "no llego con el cambio, pá"? ¿Por qué si le pido que me de la diferencia o que redondee en mi favor, como es su obligación, me pone cara de "sos una rata"? ¿Por qué carajo no tiene monedas si ese es su bendito trabajo? Yo tengo que tener matrícula. Tengo que tener facturas. Tengo que pagar impuestos, aportes a la caja de abogados, etc. etc. etc. y el señor se cree con derecho a - además de no poner guiños, de fumar en el auto, de pasar semáforos en rojo y hacer lo que se le canta el “tuges” - no darme la plata que me corresponde.
Señores, las quejas contra los taxistas son largas, y sobre todo, conocidas. Pero esta, me saca de quicio. Desde aquí, el desahogo de aquello que pienso cada vez que me bajo de un auto amarillo y negro.
Bitácora para Liniers
Perdón, no?, quizás seré muy superficial o un insensible, pero ¿alguien me puede decir que carajo le ven a las huevadas que escribe Liniers?
Todo bien con que Calamaro y K. Johannsen le hayan dado la artística de sus nuevos discos y demás...¿pero porque el éxito de este pibe? ¿Por que ese fetiche con un goma que escribe chistes que no son graciosos y dibuja con el codo? Todo bien con él. No digo que lo cuelguen en Plaza de Mayo. Debe ser un pibe super copado incluso y hasta debe tener mil amigos.
Pero solo quiero entender. Que alguien me explique, por favor, ya que quiero dejar de preguntarmelo cada vez que veo la última página del espectáculos de La Nación.
lunes, 26 de noviembre de 2007
Pasos vacíos
Camino solo en la calle, otra noche en mi soledad.
Espero poder encontrarte, y juntos, ignorar lo demás.
Pincho una nube dormida, vacío los lagos y el mar.
Ni rastros de tu figura, ¡Que no sea una noche más!
Descuelgo las estrellas del cielo, que el sol me ayude a buscar,
No consigo hallar tu cintura, y en ella por fin descansar.
Florezco las rosas de Octubre, y en su néctar tus ojos cristal.
A la luna le digo tu nombre, que a tus labios me sepa guiar.
La lluvia confunde mi rostro, con lágrimas de aquella soledad.
Tristeza es ahora mi nombre, la espera, mi voluntad.
Fausto Rudel
Espero poder encontrarte, y juntos, ignorar lo demás.
Pincho una nube dormida, vacío los lagos y el mar.
Ni rastros de tu figura, ¡Que no sea una noche más!
Descuelgo las estrellas del cielo, que el sol me ayude a buscar,
No consigo hallar tu cintura, y en ella por fin descansar.
Florezco las rosas de Octubre, y en su néctar tus ojos cristal.
A la luna le digo tu nombre, que a tus labios me sepa guiar.
La lluvia confunde mi rostro, con lágrimas de aquella soledad.
Tristeza es ahora mi nombre, la espera, mi voluntad.
Fausto Rudel
viernes, 23 de noviembre de 2007
Ella en la noche
Cierro los ojos y estas vos,
tan simple como bella.
Y siento que es solo eso.
Mi vida se queda en ti.
Cierro los ojos e imagino,
Un ángel entre mis sueños.
Mi alma no tuvo dueños,
Pero se entrega a vos.
A oscuras todo se aclara
No juega más la razón.
El tiempo se hace pequeño,
Si estás en mi corazón.
Fausto Rudel.
tan simple como bella.
Y siento que es solo eso.
Mi vida se queda en ti.
Cierro los ojos e imagino,
Un ángel entre mis sueños.
Mi alma no tuvo dueños,
Pero se entrega a vos.
A oscuras todo se aclara
No juega más la razón.
El tiempo se hace pequeño,
Si estás en mi corazón.
Fausto Rudel.
Una imagen vale más que mil palabras...
Ya he escrito sobre mi vieja en este blog, con lo cual no voy a decir nada nuevo. Pero ayer encontré esta foto. De vestido de la época esta mi treintañera madre y con el conjuntito del patito quien esto escribe, actualmente con una altura de 1,92 mts y 97 kgs.
Pero más allá de mi metamorfosis, no puedo encontrar una imagen mejor para explicar aquello que ya escribí en este mismo espacio.
jueves, 22 de noviembre de 2007
Enroque
Jerónimo la miró y no supo que responder. Entendió que no había forma para que Gabriela lo perdonara. Ella gritaba, puteaba, maldecía a su familia y el hecho de haberlo conocido. Agitaba una caja de pavadas y chucherías que él le había regalado en su momento. Él intentaba esbozar alguna explicación o respuesta pero los gritos de ella tapaban cualquier tipo de intento. Se sintió aturdido y atónito.
El estruendo de la puerta lo dejó solo en el pasillo, con la gran caja de recuerdos que ella le había estampado en el pecho, y preguntándose como había hecho ella para descubrir aquello que él le había ocultado. Sentía un sudor frío en la espalda. Por la situación vivida, por la crispación de su ex novia, por la vergüenza de haber sido insultado así.
Había conocido a otra mujer, es cierto. Paula. Pero la amaba y no solo se trataba de una aventura del momento o una noche. De hecho, era actualmente su novia, y nadie lo había hecho sentir tan bien en su vida. No quería sentir culpa de lo mejor que le había pasado en la vida.
Mientras tomaba el colectivo, con la caja de recuerdos en la mano, comenzó a pensar como pudo hacer Gabriela para saber de su nuevo amor. Después de todo, había planeado las cosas como para que su ex novia no se entere jamás que él amaba a otra persona.
Jerónimo había considerado en su momento que lo mejor era dilatar la ruptura de la relación hasta el día siguiente a la fiesta de la empresa donde trabajaban en ese momento. Él ya había conseguido trabajo en otro lugar, y ese alejamiento era la oportunidad ideal para evitar escenas en el trabajo, sufrimiento innecesario y, sobre todo, que Gabriela se entere de su nuevo amor. En definitiva, Jerónimo no quería que Gabriela sufriera. A pesar de no haber funcionado jamás aquella relación, ella siempre había sido buena con él, y en definitiva, tampoco ella tenía la culpa que él se haya enamorado de otra persona. Y él no quería que ella tenga que soportar esa carga.
Pero no resultó. Evidentemente. Ella lo había descubierto y lo había insultado como pocas veces alguien en su vida. Lo que le molestaba era no haber podido explicarle la verdad. No quería que ella se quede con la imagen que él la había traicionado. Por ella y por él también. Después de todo, no por nada había retrasado el inicio de su otra relación. No había querido serle infiel a Gabriela, aunque sea en lo físico, más allá que Jerónimo tenía conciencia del amor que sentía por Paula. Ni siquiera había querido besarla. Menos tocarla o hacerle el amor en la forma que él quería. No hasta hablar con Gabriela.
Dejó la caja apoyada en el piso del colectivo para poder marcar el celular. Llamó a un par de amigos, conocidos, familiares. Quería saber como se había enterado Gabriela. Llamó incluso al novio de una prima de ella, quien la había visto a Jerónimo pasear con Paula por Florida, tomados de la mano. Pero no. No había sido ella. No había tenido forma de avisarle, ya que desde aquellos días la prima de su ex novia estaba trabajando en Brasil. Nadie sabía nada. Tuvo que explicar en pocas palabras lo sucedido a cada uno de los que llamó, lo cual lo hizo sentirse revivir un poco la humillación. Se sintió que debía justificarse ante el resto y eso le molestó.
Llamó a Facundo, compañero de box de su anterior trabajo. Le pidió que se registre en su cuenta del servidor de la empresa. Después de todo, tardaban meses en dar de baja a los empleados que se alejaban. Le dictó la contraseña y ahí lo supo. “No entra, Jero. La cuenta sigue activada pero te cambiaron la clave, gordo”. “Ahí estaban los mails de Paula”, pensó. Ninguno decía nada explícito pero, sobre los últimos días de Jerónimo en esa empresa, los correos hablaban del encuentro de la pareja cuando Jerónimo arregle sus asuntos.
Primero, sintió pena por Gabriela. Mucha pena. Haberse enterado así. Incluso hasta pensó volver a llamarla para explicarle bien las cosas y que no se quede con eso. Pero después comprendió que ella había violado su correo. Sintió bronca, ira y sobre todo lástima. Mucha lástima. Había traspasado los límites de su privacidad. Quizás cegada por la tristeza o el despecho. Pero cegada al fin.
Cesó el sudor frío en su espalda. Si en definitiva ella se hubiese quedado con la explicación que él le había dado para cortar (“somos distintos, no nos veo futuro”, etc.), todos hubiesen vivido felices. En definitiva, ¿a quien no le fracasa una relación? Ahora, por su indiscreción, Gabriela debía seguir viviendo con la errónea idea que su ex novio le había sido infiel. No era la verdad, pero tampoco él sintió ganas de corregirla. Menos iba a sentirse culpable por enamorarse por primera vez de una mujer.
Bajó del colectivo, llegó a la puerta de su casa y sacó las llaves. Ahí se dio cuenta que no tenía la caja de recuerdos en la mano.
El estruendo de la puerta lo dejó solo en el pasillo, con la gran caja de recuerdos que ella le había estampado en el pecho, y preguntándose como había hecho ella para descubrir aquello que él le había ocultado. Sentía un sudor frío en la espalda. Por la situación vivida, por la crispación de su ex novia, por la vergüenza de haber sido insultado así.
Había conocido a otra mujer, es cierto. Paula. Pero la amaba y no solo se trataba de una aventura del momento o una noche. De hecho, era actualmente su novia, y nadie lo había hecho sentir tan bien en su vida. No quería sentir culpa de lo mejor que le había pasado en la vida.
Mientras tomaba el colectivo, con la caja de recuerdos en la mano, comenzó a pensar como pudo hacer Gabriela para saber de su nuevo amor. Después de todo, había planeado las cosas como para que su ex novia no se entere jamás que él amaba a otra persona.
Jerónimo había considerado en su momento que lo mejor era dilatar la ruptura de la relación hasta el día siguiente a la fiesta de la empresa donde trabajaban en ese momento. Él ya había conseguido trabajo en otro lugar, y ese alejamiento era la oportunidad ideal para evitar escenas en el trabajo, sufrimiento innecesario y, sobre todo, que Gabriela se entere de su nuevo amor. En definitiva, Jerónimo no quería que Gabriela sufriera. A pesar de no haber funcionado jamás aquella relación, ella siempre había sido buena con él, y en definitiva, tampoco ella tenía la culpa que él se haya enamorado de otra persona. Y él no quería que ella tenga que soportar esa carga.
Pero no resultó. Evidentemente. Ella lo había descubierto y lo había insultado como pocas veces alguien en su vida. Lo que le molestaba era no haber podido explicarle la verdad. No quería que ella se quede con la imagen que él la había traicionado. Por ella y por él también. Después de todo, no por nada había retrasado el inicio de su otra relación. No había querido serle infiel a Gabriela, aunque sea en lo físico, más allá que Jerónimo tenía conciencia del amor que sentía por Paula. Ni siquiera había querido besarla. Menos tocarla o hacerle el amor en la forma que él quería. No hasta hablar con Gabriela.
Dejó la caja apoyada en el piso del colectivo para poder marcar el celular. Llamó a un par de amigos, conocidos, familiares. Quería saber como se había enterado Gabriela. Llamó incluso al novio de una prima de ella, quien la había visto a Jerónimo pasear con Paula por Florida, tomados de la mano. Pero no. No había sido ella. No había tenido forma de avisarle, ya que desde aquellos días la prima de su ex novia estaba trabajando en Brasil. Nadie sabía nada. Tuvo que explicar en pocas palabras lo sucedido a cada uno de los que llamó, lo cual lo hizo sentirse revivir un poco la humillación. Se sintió que debía justificarse ante el resto y eso le molestó.
Llamó a Facundo, compañero de box de su anterior trabajo. Le pidió que se registre en su cuenta del servidor de la empresa. Después de todo, tardaban meses en dar de baja a los empleados que se alejaban. Le dictó la contraseña y ahí lo supo. “No entra, Jero. La cuenta sigue activada pero te cambiaron la clave, gordo”. “Ahí estaban los mails de Paula”, pensó. Ninguno decía nada explícito pero, sobre los últimos días de Jerónimo en esa empresa, los correos hablaban del encuentro de la pareja cuando Jerónimo arregle sus asuntos.
Primero, sintió pena por Gabriela. Mucha pena. Haberse enterado así. Incluso hasta pensó volver a llamarla para explicarle bien las cosas y que no se quede con eso. Pero después comprendió que ella había violado su correo. Sintió bronca, ira y sobre todo lástima. Mucha lástima. Había traspasado los límites de su privacidad. Quizás cegada por la tristeza o el despecho. Pero cegada al fin.
Cesó el sudor frío en su espalda. Si en definitiva ella se hubiese quedado con la explicación que él le había dado para cortar (“somos distintos, no nos veo futuro”, etc.), todos hubiesen vivido felices. En definitiva, ¿a quien no le fracasa una relación? Ahora, por su indiscreción, Gabriela debía seguir viviendo con la errónea idea que su ex novio le había sido infiel. No era la verdad, pero tampoco él sintió ganas de corregirla. Menos iba a sentirse culpable por enamorarse por primera vez de una mujer.
Bajó del colectivo, llegó a la puerta de su casa y sacó las llaves. Ahí se dio cuenta que no tenía la caja de recuerdos en la mano.
martes, 20 de noviembre de 2007
Temón...
Hoy a la mañana estaba caminando por la calle, yendo al trabajo, y puse en el Ipod “Whole lotta love” de Zeppelín. Caminaba con mi portafolios negro colgado al hombro, mi traje color café con leche, zapatos marrones y corbata colorada con pintitas amarillas. La camisa era de color celeste con cuello italiano. Los anteojos de sol redondeaban un cuadro, pienso, bastante formal…algo cancherón, onda “yuppie”.
Pero en mis oídos gritaba Chris Robinson (era la versión de los Black Crowes con Jimmy Page, legendario guitarrista de Zeppelín), y por dentro sentía que tenía ganas de tirar el maletín al oscuro río de Puerto Madero y empezar a aullar como desaforado. Ese riff rockanrolero como pocos, con esa voz aguda que parece partir una piedra en mil pedazos, se apoderaban de mis labios y me hacía repetir “Keep a-coolin, baby – Keep a-coolin - baby”, mostrando en mis ojos algo de esa furia.
En el puente de Estados Unidos, crucé con un par de estudiantes de la UCA ("lo se por su facha", diría alguna canción melosa). Eran dos. Medianos ambos. Venían conversando uno al lado del otro. El que caminaba sobre el lado de la calle, me dejó solo espacio para que pase por su lado pero debiendo ponerme de costado...Casi le arranco el hombro. La guitarra de Page me pedía que siga caminando firme, inmutable, petreo. Seguí haciéndolo, ya con cara de trastornado, escuchando que a mis espaldas decían “¡Pelotudo de mierda!”.
Hay temas como este o como “Welcome to the Jungle” de los Guns & Roses, que te transforman. Vas caminando por la calle y empezas a sentir que estas en un video clip y en cualquier momento sacas una pistola y empezas a “quemar” gente. O estas en tu casa y tenes ganas de bajar y cagarlo a trompadas al portero, solo por que la música te lo pide.
Chris Robinson terminó de aullar y entré a la empresa. “Buenos días, Doctor” me dicen en el ascensor. “Buenos Días” contesté, algo parco. Entré a una reunión y me puse a hablar de unos cambios en un contrato. Estaba mas tranquilo…aunque el riff de Page siguió martillando mi cabeza.
Pero en mis oídos gritaba Chris Robinson (era la versión de los Black Crowes con Jimmy Page, legendario guitarrista de Zeppelín), y por dentro sentía que tenía ganas de tirar el maletín al oscuro río de Puerto Madero y empezar a aullar como desaforado. Ese riff rockanrolero como pocos, con esa voz aguda que parece partir una piedra en mil pedazos, se apoderaban de mis labios y me hacía repetir “Keep a-coolin, baby – Keep a-coolin - baby”, mostrando en mis ojos algo de esa furia.
En el puente de Estados Unidos, crucé con un par de estudiantes de la UCA ("lo se por su facha", diría alguna canción melosa). Eran dos. Medianos ambos. Venían conversando uno al lado del otro. El que caminaba sobre el lado de la calle, me dejó solo espacio para que pase por su lado pero debiendo ponerme de costado...Casi le arranco el hombro. La guitarra de Page me pedía que siga caminando firme, inmutable, petreo. Seguí haciéndolo, ya con cara de trastornado, escuchando que a mis espaldas decían “¡Pelotudo de mierda!”.
Hay temas como este o como “Welcome to the Jungle” de los Guns & Roses, que te transforman. Vas caminando por la calle y empezas a sentir que estas en un video clip y en cualquier momento sacas una pistola y empezas a “quemar” gente. O estas en tu casa y tenes ganas de bajar y cagarlo a trompadas al portero, solo por que la música te lo pide.
Chris Robinson terminó de aullar y entré a la empresa. “Buenos días, Doctor” me dicen en el ascensor. “Buenos Días” contesté, algo parco. Entré a una reunión y me puse a hablar de unos cambios en un contrato. Estaba mas tranquilo…aunque el riff de Page siguió martillando mi cabeza.
sábado, 17 de noviembre de 2007
Sábado a la noche
Estamos en lo del Ruso. Todos en cuero. Vamos por el primer "champu". Quedan dos más. Murieron dos cervezas y un vino (“Caballero de la Cepa” de Flichmann, muy bueno). Es la una menos cuarto y hace tres horas que la estamos pasamos bien. El Ruso cocinó unas pizzas que apenas se podían comer. En realidad, se podían comer, pero estaban muy picantes. Como la mierda. Igual comí cuatro porciones. Como para tirar a la mierda los cuarenta y cinco minutos de trote, 180 abdominales y 45 flexiones de brazos que hice a la tarde.
En un rato vamos a ir a algún lado, porque a algún lado hay que ir. El Ruso se peleó con la novia y mi Petisa no está. Hay que aprovechar nuestra fugaz soltería para ir a hacer eso que hacíamos a los 20. Emborracharnos y papelonear por ahí.
Diega puso música, después se cansó. Ahora estoy yo. Trato de hacerlo lo mejor posible pero sé que jamás podré hacerlo como él. Tiene talento, el muy culeado. Te pone el tema que vos no esperabas pero que después sabes que es lo mejor que podes escuchar en ese momento. Arranqué con Jimmy Hendrix en “Voodoo Child”. Muy bueno. Ahora la rockea ACDC con “Back in Black”. Voy bien me parece.
Hablamos de todo. De mi relación con la petisa. Diego y sus cosas. El Ruso y su pelea. Estuvo bueno. Lo sigue estando. Hablamos con "Jerald" para que nos deje entrar gratis en algún lado, pero estaba en su casa de Pilar, preparando su último final...de abogacía. Ni sabía que estudiaba esa yegua. Igualmente está laburando con un diputado...que es lo mismo que no haber estudiado nada y haber entrado igual.
"Smoke on the water" de Purple, gran tema. Diego lo canta, pero igualmente me parece que el escocés pudo haber puesto algo mejor. No se. Inseguridades.
Mañana tenemos un asado. En lo de Ceci. En zona Oeste. Pileta y demás. Invité al Luppa para que venga, aunque no la conozca a Ceci. Igual, Ceci es tan buena que si le caigo con "Las Boquitas" un sábado a la noche más quince amigos, no te dice nada.
"Fijate el pronóstico para mañana" me dice Diega, que también viene al asado. “¿Para qué? No tienen radares para los aviones, van a tener para el pronóstico”, contesto yo, aunque es porque me da muchísima paja entrar a verlo en weather.com.
Empieza a sonar un tema de Nickelback. Pensé que era el punto flojo o riesgoso de todo el listado propuesto en el Winamp, pero Diego tiro "¡¡Buena, viejo, una voz moderna!!" y me puso muy contento. El Ruso lava los platos. Es el momento solitario en que cada uno boludea con lo que tiene ganas.
Están por abrir el segundo “champan”. Íbamos a pedir helado de limón pero quedó en la nada. De cualquier forma, tenemos Speed que acompaña al espumante y nos permite levantarnos mañana un poco más temprano. Y además, clavamos Falgos.
"¡¡Que ganas de garchar!!!", gritó el Ruso y se entiende. Hace dos meses que esta soltero, y muy tranquilo. No va a tener problemas de hacerlo en cuanto se lo proponga. Facha le sobra y, sin dudas, es el flaco con más levante que conozco. "All along the Watchover" de Hendrix empezó a sonar y fue mi primer error como DJ. Le bajó un cambio a la noche, aunque Diego me lo haya querido remar con un "es un sonido muy actual". Me pareció al tipo de comentario que te dan cuando preguntas "¿y que tal esta la mina?" y te dicen "es re simpática".
Por eso, empiezo a evaluar algunos cambios drásticos. De movida, como la lista rockanrolera de la compu del Ruso se acaba, metí un par de temas electro-rockers, para poder pasar luego a la sección electrónica de la noche. Espero que funcione. Si sigo escribiendo cuando eso llegue, calculo que se enteraran.
Ahora esta sonando "Mr. Jones" de Counting Crows, banda que me gusta muchísimo. No se, levanta un poco pero no del todo, igual. Tengo ganas de pasar al siguiente tema, aunque en unos segundos termina solo.
"King of New York" de Fun Loving Criminals. Buena elección. Te dan ganas de emitir sonidos anormales al compás de la música o bailar medio raro. Como sabe hacerlo Dieguito. Me encantaría contar algo que pasó con él esta noche, pero no puedo...secreto profesional...o de amigo. Pero me puso re contento. Tuve ganas de ir a meterle un abrazo y decirle que lo quiero mucho. No sé. Lo hago pero no se lo puedo terminar de decir del todo. Igual, él y yo sabemos que lee siempre mi blog. Calculo que con esto me estoy sacando las ganas. Diego, pajero, te quiero mucho.
Se acabó mi copa de Champagne. Esperaré un minuto, o hasta que me den ganas de tomar de nuevo, y sino vienen a servirme, me levantaré y me serviré yo solo.
Este texto ya excede en mucho lo que generalmente escribo en el blog, pero bueno, me chupa un huevo, tengo ganas de escribir y me parece que va a quedar algo bueno, por más que después nadie lo lea. Estoy algo “picado” y es más fácil expresarse, aunque de por si no me cueste demasiado hacerlo.
"Take me out" de Franz Ferdinand, levanta por mucho la reunión, incluso como para que el Ruso me festeje el tema. Diega levantó el volumen, se puso una gorra roja y empezó a bailar. Eso...¡que manera de haber gorras en lo del Ruso! Tiene como mil. Yo tengo una puesta, Diego otra y en su cuarto están las otras nueve mil novecientos noventa y ocho. De todos los colores y estilos. Cada vez que venís, tiene una nueva. Hoy llegué, y tenía dos: una escocés, horrible y otra Che Guevara fashion cuadriculado, horrible también. Igual, ya lo sabemos, el Ruso levanta igual aunque se ponga una caja de cartón tapándose las bolas.
"Sunday Morning" de No Doubt...un tema que no conoce mucha gente pero que me encanta. Levanta. Levanta. Me parece que levanta, aunque los chicos estén sacando fotos y pelotudeando con otra cosa.
Bueno, no sé, Diega me dice que deje de escribir. Que se aburrió. Me sugiere un final para este texto pero le digo que no. "¿Abro el Montchenot o el Mumm?", me pregunta. "El Montchenot, obvio", le digo. Abre el corcho al lado de mi oreja y me dice que esta helado, como para que largue el teclado y me vaya con ellos. Y así lo voy a hacer.
Este texto no lo va a leer NADIE. Es muy largo y lo entiendo. Yo no lo haría. Pero bueno...yo solo quería escribir y decir lo bien que lo estaba pasando con mi mejor amigo y mi hermano menor un sábado a la noche....Y ahí arranca Fat Boy Slim con "Smells Like Teen Spirit".
En un rato vamos a ir a algún lado, porque a algún lado hay que ir. El Ruso se peleó con la novia y mi Petisa no está. Hay que aprovechar nuestra fugaz soltería para ir a hacer eso que hacíamos a los 20. Emborracharnos y papelonear por ahí.
Diega puso música, después se cansó. Ahora estoy yo. Trato de hacerlo lo mejor posible pero sé que jamás podré hacerlo como él. Tiene talento, el muy culeado. Te pone el tema que vos no esperabas pero que después sabes que es lo mejor que podes escuchar en ese momento. Arranqué con Jimmy Hendrix en “Voodoo Child”. Muy bueno. Ahora la rockea ACDC con “Back in Black”. Voy bien me parece.
Hablamos de todo. De mi relación con la petisa. Diego y sus cosas. El Ruso y su pelea. Estuvo bueno. Lo sigue estando. Hablamos con "Jerald" para que nos deje entrar gratis en algún lado, pero estaba en su casa de Pilar, preparando su último final...de abogacía. Ni sabía que estudiaba esa yegua. Igualmente está laburando con un diputado...que es lo mismo que no haber estudiado nada y haber entrado igual.
"Smoke on the water" de Purple, gran tema. Diego lo canta, pero igualmente me parece que el escocés pudo haber puesto algo mejor. No se. Inseguridades.
Mañana tenemos un asado. En lo de Ceci. En zona Oeste. Pileta y demás. Invité al Luppa para que venga, aunque no la conozca a Ceci. Igual, Ceci es tan buena que si le caigo con "Las Boquitas" un sábado a la noche más quince amigos, no te dice nada.
"Fijate el pronóstico para mañana" me dice Diega, que también viene al asado. “¿Para qué? No tienen radares para los aviones, van a tener para el pronóstico”, contesto yo, aunque es porque me da muchísima paja entrar a verlo en weather.com.
Empieza a sonar un tema de Nickelback. Pensé que era el punto flojo o riesgoso de todo el listado propuesto en el Winamp, pero Diego tiro "¡¡Buena, viejo, una voz moderna!!" y me puso muy contento. El Ruso lava los platos. Es el momento solitario en que cada uno boludea con lo que tiene ganas.
Están por abrir el segundo “champan”. Íbamos a pedir helado de limón pero quedó en la nada. De cualquier forma, tenemos Speed que acompaña al espumante y nos permite levantarnos mañana un poco más temprano. Y además, clavamos Falgos.
"¡¡Que ganas de garchar!!!", gritó el Ruso y se entiende. Hace dos meses que esta soltero, y muy tranquilo. No va a tener problemas de hacerlo en cuanto se lo proponga. Facha le sobra y, sin dudas, es el flaco con más levante que conozco. "All along the Watchover" de Hendrix empezó a sonar y fue mi primer error como DJ. Le bajó un cambio a la noche, aunque Diego me lo haya querido remar con un "es un sonido muy actual". Me pareció al tipo de comentario que te dan cuando preguntas "¿y que tal esta la mina?" y te dicen "es re simpática".
Por eso, empiezo a evaluar algunos cambios drásticos. De movida, como la lista rockanrolera de la compu del Ruso se acaba, metí un par de temas electro-rockers, para poder pasar luego a la sección electrónica de la noche. Espero que funcione. Si sigo escribiendo cuando eso llegue, calculo que se enteraran.
Ahora esta sonando "Mr. Jones" de Counting Crows, banda que me gusta muchísimo. No se, levanta un poco pero no del todo, igual. Tengo ganas de pasar al siguiente tema, aunque en unos segundos termina solo.
"King of New York" de Fun Loving Criminals. Buena elección. Te dan ganas de emitir sonidos anormales al compás de la música o bailar medio raro. Como sabe hacerlo Dieguito. Me encantaría contar algo que pasó con él esta noche, pero no puedo...secreto profesional...o de amigo. Pero me puso re contento. Tuve ganas de ir a meterle un abrazo y decirle que lo quiero mucho. No sé. Lo hago pero no se lo puedo terminar de decir del todo. Igual, él y yo sabemos que lee siempre mi blog. Calculo que con esto me estoy sacando las ganas. Diego, pajero, te quiero mucho.
Se acabó mi copa de Champagne. Esperaré un minuto, o hasta que me den ganas de tomar de nuevo, y sino vienen a servirme, me levantaré y me serviré yo solo.
Este texto ya excede en mucho lo que generalmente escribo en el blog, pero bueno, me chupa un huevo, tengo ganas de escribir y me parece que va a quedar algo bueno, por más que después nadie lo lea. Estoy algo “picado” y es más fácil expresarse, aunque de por si no me cueste demasiado hacerlo.
"Take me out" de Franz Ferdinand, levanta por mucho la reunión, incluso como para que el Ruso me festeje el tema. Diega levantó el volumen, se puso una gorra roja y empezó a bailar. Eso...¡que manera de haber gorras en lo del Ruso! Tiene como mil. Yo tengo una puesta, Diego otra y en su cuarto están las otras nueve mil novecientos noventa y ocho. De todos los colores y estilos. Cada vez que venís, tiene una nueva. Hoy llegué, y tenía dos: una escocés, horrible y otra Che Guevara fashion cuadriculado, horrible también. Igual, ya lo sabemos, el Ruso levanta igual aunque se ponga una caja de cartón tapándose las bolas.
"Sunday Morning" de No Doubt...un tema que no conoce mucha gente pero que me encanta. Levanta. Levanta. Me parece que levanta, aunque los chicos estén sacando fotos y pelotudeando con otra cosa.
Bueno, no sé, Diega me dice que deje de escribir. Que se aburrió. Me sugiere un final para este texto pero le digo que no. "¿Abro el Montchenot o el Mumm?", me pregunta. "El Montchenot, obvio", le digo. Abre el corcho al lado de mi oreja y me dice que esta helado, como para que largue el teclado y me vaya con ellos. Y así lo voy a hacer.
Este texto no lo va a leer NADIE. Es muy largo y lo entiendo. Yo no lo haría. Pero bueno...yo solo quería escribir y decir lo bien que lo estaba pasando con mi mejor amigo y mi hermano menor un sábado a la noche....Y ahí arranca Fat Boy Slim con "Smells Like Teen Spirit".
martes, 13 de noviembre de 2007
Días grises
Llueve y el cielo está cerrado.
Días como estos no parecen tan felices.
El mate y una música lenta,
prescriben la tristeza.
Puede ser que los martes,
sufran los lunes y su firmeza.
Faltan días para que vengas,
y el tiempo nunca fue un amigo.
El silencio y la impaciencia,
resaltan esa espera, vacía, gris y eterna.
El cielo y sus contornos, resaltan este ahogo.
Las nubes y sus lágrimas frías,
en este vacua prórroga de Noviembre.
Fausto Rudel.
Días como estos no parecen tan felices.
El mate y una música lenta,
prescriben la tristeza.
Puede ser que los martes,
sufran los lunes y su firmeza.
Faltan días para que vengas,
y el tiempo nunca fue un amigo.
El silencio y la impaciencia,
resaltan esa espera, vacía, gris y eterna.
El cielo y sus contornos, resaltan este ahogo.
Las nubes y sus lágrimas frías,
en este vacua prórroga de Noviembre.
Fausto Rudel.
domingo, 11 de noviembre de 2007
Nuestro Maverick
Otra anécdota que tengo de aquella época, esta relacionada con un vecino de mi familia. Por aquellos años, vivíamos en el “Barrio Marina": un barrio de casas iguales destinada a los oficiales de la Marina Argentina. Durante la década del ochenta, mi viejo llegó hasta Capitán de Fragata, a pesar de ser ingeniero aeronáutico. Todo un contrasentido en las palabras, pero no en los hechos. Él estaba a cargo del Arsenal 4, lugar donde hacían el mantenimiento de aviones.
El barrio, como dije, era habitado por familias de militares. Sub-Oficiales u Oficiales como mi viejo, pilotos, etc. Alberto Arrobero se llamaba nuestro vecino, ocupando la casa izquierda, sobre la vieja y querida calle Ecuador. Promediaba la década del ochenta, con el reciente estreno de “Top Gun” en las salas argentinas. En aquellos tiempos, no existía la vorágine cinematográfica que existe hoy en día. No eran tantos los estrenos y los éxitos eran mundiales: el Padrino, Rocky, Rambo, y entre ellas, Top Gun.
La influencia de esta última en el ámbito militar era notoria. Los chicos jugábamos a pilotear F18s o Migs, emulando a Iceman, Wolf y otros. Incluso, en aquella película está la explicación por la cual mi hermano, un autentico y total rebelde carente de respeto por la autoridad, decida alistarse a los 18 en un cuerpo disciplinario como las Fuerzas Armadas; así le fue – por suerte para él -.
Nuestro vecino Arrobero era una suerte de Maverick con mezcla de Mario Sánchez, el querido y recientemente desaparecido cómico argentino. Morocho, algo morrudo, petizón, con pelo oscuro peinado con gomina para atrás. Actitud de duro, como si sus genitales fueran de amianto y hormigón. Jamás saludaba a lo chicos del barrio y con los más grandes, como mis viejos por ejemplo, tenía una actitud de “estuve a punto de ganar Malvinas, si no fuera por el cagón de Galtieri”. Obviamente, que su talante lo cerraba con una gafas “Ray Ban” y una campera de cuero marrón con piel en el cuello, atiborrada de imágenes militares del tipo “Arsenal 4”, “Armada Argentina”, “Las Mojarras del Cielo Raso” o “Amantes del Destornillador” con águilas mostrando los “dientes” y banderas argentinas flameando. Un estúpido, realmente.
Lamentablemente para nuestro vecino, le faltaba para completar la escena cinematográfica una pareja de la talla de la rubia que acompaña a Cruise en Top Gun. No recuerdo el nombre de ésta blonda, pero la mujer de Arrobero se llamaba Blanca. Morocha. Ochenta y cinco quilos de carácter fuerte. Era una de esas típicas mujeres de suboficiales de la Marina. Eran algo por él, nada más allá de eso. Gordas o morochonas que habían llegado a fiestas de uniformes blancos por haberse levantado a uno de estas “mojarras del cielo”.
Arrobero tenía un Renault 11. Cuando llegaba a su casa, descendía del automóvil, sin retirarse los lentes, y abría el portón. Nosotros, curiosos, aprovechábamos para “pispearle” el casco de aviador que lo tenía guardado por ahí. Como teníamos el aro de básquet colgado en la pared de al lado, con mi hermano podíamos disimular nuestra indiscreción. Sin embargo, nuestro Maverick vernáculo, siempre nos destinaba algún gruñido, reto o mirada desafiante.
Una noche estábamos en casa con mi familia. No recuerdo bien que estábamos haciendo, pero ya habíamos cenado. Supongo que habremos estado mirando televisión o algo así. En el silencio del programa que estábamos mirando, se escuchó nítida la voz dura y terminante de Blanca. “Arrobero, ¡¡mete el auto!!”. Al seudo ídolo aéreo se le derrumbó, al menos para nosotros, la imagen de duro. La mujer lo mandoneaba como al mejor pelele del barrio. “Papá”, dijo mi hermano, “¡¡ahí lo tenés al pelotudo!!”, remarcando las consonantes.
Calculo que fue ese día que dejamos de prestar atención a su brillante casco de piloto guardado coquetamente en el garaje, cada vez que nuestro Maverick metía el auto.
El barrio, como dije, era habitado por familias de militares. Sub-Oficiales u Oficiales como mi viejo, pilotos, etc. Alberto Arrobero se llamaba nuestro vecino, ocupando la casa izquierda, sobre la vieja y querida calle Ecuador. Promediaba la década del ochenta, con el reciente estreno de “Top Gun” en las salas argentinas. En aquellos tiempos, no existía la vorágine cinematográfica que existe hoy en día. No eran tantos los estrenos y los éxitos eran mundiales: el Padrino, Rocky, Rambo, y entre ellas, Top Gun.
La influencia de esta última en el ámbito militar era notoria. Los chicos jugábamos a pilotear F18s o Migs, emulando a Iceman, Wolf y otros. Incluso, en aquella película está la explicación por la cual mi hermano, un autentico y total rebelde carente de respeto por la autoridad, decida alistarse a los 18 en un cuerpo disciplinario como las Fuerzas Armadas; así le fue – por suerte para él -.
Nuestro vecino Arrobero era una suerte de Maverick con mezcla de Mario Sánchez, el querido y recientemente desaparecido cómico argentino. Morocho, algo morrudo, petizón, con pelo oscuro peinado con gomina para atrás. Actitud de duro, como si sus genitales fueran de amianto y hormigón. Jamás saludaba a lo chicos del barrio y con los más grandes, como mis viejos por ejemplo, tenía una actitud de “estuve a punto de ganar Malvinas, si no fuera por el cagón de Galtieri”. Obviamente, que su talante lo cerraba con una gafas “Ray Ban” y una campera de cuero marrón con piel en el cuello, atiborrada de imágenes militares del tipo “Arsenal 4”, “Armada Argentina”, “Las Mojarras del Cielo Raso” o “Amantes del Destornillador” con águilas mostrando los “dientes” y banderas argentinas flameando. Un estúpido, realmente.
Lamentablemente para nuestro vecino, le faltaba para completar la escena cinematográfica una pareja de la talla de la rubia que acompaña a Cruise en Top Gun. No recuerdo el nombre de ésta blonda, pero la mujer de Arrobero se llamaba Blanca. Morocha. Ochenta y cinco quilos de carácter fuerte. Era una de esas típicas mujeres de suboficiales de la Marina. Eran algo por él, nada más allá de eso. Gordas o morochonas que habían llegado a fiestas de uniformes blancos por haberse levantado a uno de estas “mojarras del cielo”.
Arrobero tenía un Renault 11. Cuando llegaba a su casa, descendía del automóvil, sin retirarse los lentes, y abría el portón. Nosotros, curiosos, aprovechábamos para “pispearle” el casco de aviador que lo tenía guardado por ahí. Como teníamos el aro de básquet colgado en la pared de al lado, con mi hermano podíamos disimular nuestra indiscreción. Sin embargo, nuestro Maverick vernáculo, siempre nos destinaba algún gruñido, reto o mirada desafiante.
Una noche estábamos en casa con mi familia. No recuerdo bien que estábamos haciendo, pero ya habíamos cenado. Supongo que habremos estado mirando televisión o algo así. En el silencio del programa que estábamos mirando, se escuchó nítida la voz dura y terminante de Blanca. “Arrobero, ¡¡mete el auto!!”. Al seudo ídolo aéreo se le derrumbó, al menos para nosotros, la imagen de duro. La mujer lo mandoneaba como al mejor pelele del barrio. “Papá”, dijo mi hermano, “¡¡ahí lo tenés al pelotudo!!”, remarcando las consonantes.
Calculo que fue ese día que dejamos de prestar atención a su brillante casco de piloto guardado coquetamente en el garaje, cada vez que nuestro Maverick metía el auto.
viernes, 9 de noviembre de 2007
¿Besito?
Banco a muerte a la Nación, y esta bien que se comente por lo bajo de ciertos excesos amatorios de nuestra futura Presidente, pero esta foto ya me parece de demasiado tendenciosa.
Etiquetas:
Pensamientos y misceláneas
Viaje
¿Me acompañas a vivirlo todo?
Quizás, hasta me puedas ayudar.
A descubrir en cada paso cual es la realidad.
Podes incluso hasta traer contigo un sueño o dos,
Así sentir que es también tu viaje, en el que estoy yo.
Pero yo te traigo conmigo para ver cual es la realidad.
Espero que te diviertas, y lo puedas disfrutar.
Y que al fin de la vuelta, me pidas otra más.
¿Sabes bien lo que quiero hacer?
No es muy complicado, solo ver la realidad.
Quiero que me acompañes. Te voy a necesitar.
Fausto Rudel
Quizás, hasta me puedas ayudar.
A descubrir en cada paso cual es la realidad.
Podes incluso hasta traer contigo un sueño o dos,
Así sentir que es también tu viaje, en el que estoy yo.
Pero yo te traigo conmigo para ver cual es la realidad.
Espero que te diviertas, y lo puedas disfrutar.
Y que al fin de la vuelta, me pidas otra más.
¿Sabes bien lo que quiero hacer?
No es muy complicado, solo ver la realidad.
Quiero que me acompañes. Te voy a necesitar.
Fausto Rudel
jueves, 8 de noviembre de 2007
El Abrazo Final
Máximo es alto y delgado. Ronda los treinta años de vida. Es de tez blanca, aunque su rostro tiene en ocasiones pigmentaciones rosáceas. Por su juventud, suele anteponer sus bríos a la frialdad de su pensamiento. Es una persona de carácter duro pero bondadozo. Vive con culpa sus arranques de ira, motivo por el cual no mucha gente se acerca a él.
Lola tiene su misma edad. En su caso, su rostro es permanentemente colorado, a pesar que sus cabellos ensortijados son de colores castaños. Ella es retraída y no siempre esta de buen humor. En ocasiones, no tiene la más mínima intención de saber de Máximo, y hasta se crispa por los ánimos de éste. Sin embargo, lo ama como para asegurar que quiere vivir su vida con él.
Llueve en Buenos Aires. Máximo lo supo porque pudo escuchar el ruido de las gotas al caer sobre el aire acondicionado del living. “Es lo único que faltaba”, pensó sonriente mientras intentaba limpiar del piso una gota de cera que había caído de la vela encendida para la ocasión.
No parecía ser una de esas noches en las cuales tenían que pelear, por lo menos es lo que presagiaba la bebida espumosa que esperaba en el congelador. Tampoco las fresas sentían haber sido lavadas en vano.
El timbre contento y la respiración de Máximo se agitó como aquella primera vez en la estación de trenes, en la cual él se animó a darle el primer beso. Salió al pasillo y llamó al ascensor. Cuatro, cinco, seis segundos. "Tarda demasiado" pensó, por lo que resolvió impaciente bajar los cuatro pisos corriendo y salteando escalones de la amarilla escalera. Cuando estuvo pronto a la planta baja se dió cuenta que, entre la agitación por la llegada de ella y los cuatro pisos "saltados", su presentación no sería de la mejor. Calculó que ella igualmente lo entendería. Después de todo, ya eran más de cuatro años de novios.
Este pensamiento dejó de tener importancia en el mismo segundo en que la vió. Sabía - y aún lo hace - que es hermosa, pero todavía le asombraba como Lola podía arreglarse para sorprenderlo cuando quisiese. Su pelo ensortijado tenía una suavidad y un brillo que no había reconocido jamás. El vestido de razo - adivinó al pensar, ya que se reconocía ignorante en materia de telas - le daba una soltura a su figura que, sin embargo, le hacía pensar en la firmeza de sus piernas. El vestido era de un color pastel, parecido al color crema, estampado de pequeñas flores rosas que hacían juego con el tenue maquillaje elegido para la ocasión.
Como siempre, igualmente, los ojos de Lola se llevaban los mejores halagos.
Ella estaba contenta, se le veía vivaz. Le contó camino al ascensor que sus cosas en la facultad marchaban bien, mientras él parecía prestar más atención a sus contornos físicos que a las buenas noticias que Lola le auguraba.
Entrados en el departamento, él trató de reprimir sus instintos intentando seguir las conversaciones que ella proponía entre fresa y fresa. Pero su ansiedad lo denunciaba a cada mirada. Ella sabe, en definitiva, que hace diez días que no se ven, y eso es mucho tiempo para un hombre en estos días. De cualquier manera, Lola se divirtió un rato retirándole los labios cada vez que él pretendía encender febrilmente aquellos besos. Pensó, quizás, que de esa forma agitaba un poco más las cosas. No había que desaprovechar, después de todo, el marco de velas y tormenta.
La comodidad del gran sillón del living solo les duró un momento. Lola no era alguien muy aventurada a la hora de amar, al contrario de él, quien aún al día de hoy propone proezas sexuales. “Mejor la cama” musito ella entre dientes mientras él insistía en desprenderle el botón de la cremallera.
Insistiendo las gotas sobre la ventana y el aire acondicionado, ella optó por apagar "de pasada" el equipo de música. Al parecer, Arjona no era la mejor opción.
Los pliegos de la cama acompañaron los cuerpos sudorosos y jadeantes de los amantes. El sexo siempre es mejor si se hace con amor, y en ellos eso nunca ha faltado. Esa noche, como otras veces, se tomaron su tiempo y procuraron que la pasión no se consumara en poco tiempo. Otras veces, no era tan intenso. Otras tantas, hasta es un tanto regular. Pero esa noche no. Esa noche pudieron disfrutar cada minuto, de los tantos que fueron. Conectaron y siempre son aún más felices cuando lo hacen.
Resoplaron y se recostaron junto al otro sobre el colchon un tanto húmedo. Procuraron mirarse a los ojos y decirse algo. Sin embargo, sus sonrisas fueron la mejor explicación. No hubo mas que hacer que abrazarse por un rato, esperando que la respiración bajara su ritmo acelarado.
En esos momento, él penso que, pese a la buena comunión sexual vivida, ese abrazo final era lo mejor en cada uno de sus encuentros. Ella siempre lo supo.
Lola tiene su misma edad. En su caso, su rostro es permanentemente colorado, a pesar que sus cabellos ensortijados son de colores castaños. Ella es retraída y no siempre esta de buen humor. En ocasiones, no tiene la más mínima intención de saber de Máximo, y hasta se crispa por los ánimos de éste. Sin embargo, lo ama como para asegurar que quiere vivir su vida con él.
Llueve en Buenos Aires. Máximo lo supo porque pudo escuchar el ruido de las gotas al caer sobre el aire acondicionado del living. “Es lo único que faltaba”, pensó sonriente mientras intentaba limpiar del piso una gota de cera que había caído de la vela encendida para la ocasión.
No parecía ser una de esas noches en las cuales tenían que pelear, por lo menos es lo que presagiaba la bebida espumosa que esperaba en el congelador. Tampoco las fresas sentían haber sido lavadas en vano.
El timbre contento y la respiración de Máximo se agitó como aquella primera vez en la estación de trenes, en la cual él se animó a darle el primer beso. Salió al pasillo y llamó al ascensor. Cuatro, cinco, seis segundos. "Tarda demasiado" pensó, por lo que resolvió impaciente bajar los cuatro pisos corriendo y salteando escalones de la amarilla escalera. Cuando estuvo pronto a la planta baja se dió cuenta que, entre la agitación por la llegada de ella y los cuatro pisos "saltados", su presentación no sería de la mejor. Calculó que ella igualmente lo entendería. Después de todo, ya eran más de cuatro años de novios.
Este pensamiento dejó de tener importancia en el mismo segundo en que la vió. Sabía - y aún lo hace - que es hermosa, pero todavía le asombraba como Lola podía arreglarse para sorprenderlo cuando quisiese. Su pelo ensortijado tenía una suavidad y un brillo que no había reconocido jamás. El vestido de razo - adivinó al pensar, ya que se reconocía ignorante en materia de telas - le daba una soltura a su figura que, sin embargo, le hacía pensar en la firmeza de sus piernas. El vestido era de un color pastel, parecido al color crema, estampado de pequeñas flores rosas que hacían juego con el tenue maquillaje elegido para la ocasión.
Como siempre, igualmente, los ojos de Lola se llevaban los mejores halagos.
Ella estaba contenta, se le veía vivaz. Le contó camino al ascensor que sus cosas en la facultad marchaban bien, mientras él parecía prestar más atención a sus contornos físicos que a las buenas noticias que Lola le auguraba.
Entrados en el departamento, él trató de reprimir sus instintos intentando seguir las conversaciones que ella proponía entre fresa y fresa. Pero su ansiedad lo denunciaba a cada mirada. Ella sabe, en definitiva, que hace diez días que no se ven, y eso es mucho tiempo para un hombre en estos días. De cualquier manera, Lola se divirtió un rato retirándole los labios cada vez que él pretendía encender febrilmente aquellos besos. Pensó, quizás, que de esa forma agitaba un poco más las cosas. No había que desaprovechar, después de todo, el marco de velas y tormenta.
La comodidad del gran sillón del living solo les duró un momento. Lola no era alguien muy aventurada a la hora de amar, al contrario de él, quien aún al día de hoy propone proezas sexuales. “Mejor la cama” musito ella entre dientes mientras él insistía en desprenderle el botón de la cremallera.
Insistiendo las gotas sobre la ventana y el aire acondicionado, ella optó por apagar "de pasada" el equipo de música. Al parecer, Arjona no era la mejor opción.
Los pliegos de la cama acompañaron los cuerpos sudorosos y jadeantes de los amantes. El sexo siempre es mejor si se hace con amor, y en ellos eso nunca ha faltado. Esa noche, como otras veces, se tomaron su tiempo y procuraron que la pasión no se consumara en poco tiempo. Otras veces, no era tan intenso. Otras tantas, hasta es un tanto regular. Pero esa noche no. Esa noche pudieron disfrutar cada minuto, de los tantos que fueron. Conectaron y siempre son aún más felices cuando lo hacen.
Resoplaron y se recostaron junto al otro sobre el colchon un tanto húmedo. Procuraron mirarse a los ojos y decirse algo. Sin embargo, sus sonrisas fueron la mejor explicación. No hubo mas que hacer que abrazarse por un rato, esperando que la respiración bajara su ritmo acelarado.
En esos momento, él penso que, pese a la buena comunión sexual vivida, ese abrazo final era lo mejor en cada uno de sus encuentros. Ella siempre lo supo.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Perdón Ana
Es la una treinta de un domingo de sol. Estoy en casa y tengo que estudiar para el postgrado. Rindo el jueves. De fondo juega Nalbandian la final del Master de Paris.
Pensando acerca del almuerzo, se me ocurrió hacer pollo a la parrigas. Éste se trata de un adminículo culinario, consistente en una especie de olla, que permite el ingreso de la llama directa por dentro formando una suerte de vacío. En ella, las cocciones resultan secas y crocantes. Fue un regalo de mi abuela Ana, la mejor cocinera que yo he conocido.
Ana es la madre de mi mamá. Hace un poco más de dos años que nos dejó. Una persona bondadosa y sacrificada. Es inevitable para mí recordarla en ciertos momentos, aunque sea mínimos como un pollo a la parrigas o un café con leche de filtro.
Cuando recuerdo a Ana siempre me quedo con un sabor agridulce en la garganta. Tengo hermosos recuerdos de jugar a sus pies con autitos de plástico, mientras ella cocinaba o acompañarla al gallinero a recoger huevos para el mediodía o hasta el fondo del patio para que cuelgue la ropa. Ella me daba una bolsa de agua caliente para que introduzca en la cama fría del campo. También jugaba a ocultarse la boca sin sus dientes postizos. Extraño mucho a mi abuela.
Pero también siento la impotencia de haber perdido ese avión para el 9 de Julio, quince días antes de su muerte, que me impidió verla por última vez. Todavía me reprocho aquel sueño pesado y sufro como puñales cuando se me hacen chistes sobre ese olvido. Nadie repara, quizás, en la culpa que me recuerda aquel hecho. Desearía tanto pedirle perdón.
De igual manera, aunque no en forma de reproche personal, siento con pesar el congestionamiento de transporte aéreo y terrestre que no me permitió viajar para aquel fin de Julio del 2005, y darle a Anita un último adiós. Cada tanto descargo con lágrimas estos dolores, al visitar su lápida en el coqueto cementerio de Trelew o al ver una crujiente parrigas. Ojalá pudiera decirle adiós.
Ana se va a llamar mi primera hija, como se lo prometí en vida. Espero que con esto mi abuela sienta mi amor por ella, que la extraño, mis disculpas y despedida. También poder yo perdonarme las heridas.
Pensando acerca del almuerzo, se me ocurrió hacer pollo a la parrigas. Éste se trata de un adminículo culinario, consistente en una especie de olla, que permite el ingreso de la llama directa por dentro formando una suerte de vacío. En ella, las cocciones resultan secas y crocantes. Fue un regalo de mi abuela Ana, la mejor cocinera que yo he conocido.
Ana es la madre de mi mamá. Hace un poco más de dos años que nos dejó. Una persona bondadosa y sacrificada. Es inevitable para mí recordarla en ciertos momentos, aunque sea mínimos como un pollo a la parrigas o un café con leche de filtro.
Cuando recuerdo a Ana siempre me quedo con un sabor agridulce en la garganta. Tengo hermosos recuerdos de jugar a sus pies con autitos de plástico, mientras ella cocinaba o acompañarla al gallinero a recoger huevos para el mediodía o hasta el fondo del patio para que cuelgue la ropa. Ella me daba una bolsa de agua caliente para que introduzca en la cama fría del campo. También jugaba a ocultarse la boca sin sus dientes postizos. Extraño mucho a mi abuela.
Pero también siento la impotencia de haber perdido ese avión para el 9 de Julio, quince días antes de su muerte, que me impidió verla por última vez. Todavía me reprocho aquel sueño pesado y sufro como puñales cuando se me hacen chistes sobre ese olvido. Nadie repara, quizás, en la culpa que me recuerda aquel hecho. Desearía tanto pedirle perdón.
De igual manera, aunque no en forma de reproche personal, siento con pesar el congestionamiento de transporte aéreo y terrestre que no me permitió viajar para aquel fin de Julio del 2005, y darle a Anita un último adiós. Cada tanto descargo con lágrimas estos dolores, al visitar su lápida en el coqueto cementerio de Trelew o al ver una crujiente parrigas. Ojalá pudiera decirle adiós.
Ana se va a llamar mi primera hija, como se lo prometí en vida. Espero que con esto mi abuela sienta mi amor por ella, que la extraño, mis disculpas y despedida. También poder yo perdonarme las heridas.
viernes, 2 de noviembre de 2007
El mundo Nalbandian
El Gordo va y bien, de un lado al otro. Llega y le pega con fuerza. Pero más que eso le pega con dirección y, sobre todo, autoridad. La cara del número uno muestra su desazón e incredulidad. "Será posible otra vez?". Igual que hace un par de días atrás.
En el verano el Gordo estuvo de fiesta. Corriendo autos de rally. Comiendo de más. Él es así. Juega cuando tiene ganas y nadie lo espera.
Me da pena que maneje así su carrera, pudiendo reinar el mundo del encordado. Pero después pienso que es su vida y no la nuestra.
Y él es feliz así...y está bien que así lo sea.
En el verano el Gordo estuvo de fiesta. Corriendo autos de rally. Comiendo de más. Él es así. Juega cuando tiene ganas y nadie lo espera.
Me da pena que maneje así su carrera, pudiendo reinar el mundo del encordado. Pero después pienso que es su vida y no la nuestra.
Y él es feliz así...y está bien que así lo sea.
jueves, 1 de noviembre de 2007
Aquellas sonrisas
Oscar era liciado. Andaba en silla de ruedas, producto de un accidente de tránsito. Yo era chico y de tanto en tanto me dejaba ver la herida que tenía en la base de su columna. Fumaba todo el día y era el dueño de los “jueguitos electrónicos” del barrio.
Recuerdo que Oscar juntaba las etiquetas de los cigarrillos para poder adquirir un nuevo modelo de silla. Claro que, a pesar de mis escasos años, ya me daba cuenta del contrasentido: para cuando juntase la sideral cantidad requerida, probablemente iba a tener que lidiar con un cáncer de pulmón mayúsculo.
Oscar tenía una hija. Creo que tenía doce o trece años. Hoy en día, diría que era muy chica para la anécdota que cuento, pero en aquella época era toda una mujer para mis cinco años. No recuerdo bien como se llamaba, pero si que era rubia y bastante gorda. A pesar de eso, lograba ingresar en unos blue jean bastante ajustados, que no dejaban mucho a la imaginación.
Dani tenía trece años. Era de la barrita del barrio. Éramos varios. Mas de veinte. De diversas edades: Además del Dani, estaba mi hermano, seudo Dios de la patineta y mío, de 12 años. Estaban también el Crico, Diego, Eliceche, Cristian y otros. Cerrábamos el círculo el Bebú y yo.
Un día empezamos a ver al Dani y a la rubia (creo que se llamaba Silvia), haciendo arrumacos por ahí. Por cierto, a mi edad, aquello no llamaba la atención, aunque si a los mas grandecitos de la barra. Con el correr de los días, los arrumacos comenzaron a transformarse en verdaderos aprietes. No consideré en aquellos tiempos que las hormonas podían estar haciendo efectos en aquellos jóvenes, aunque si pude notar desde mis infantiles ojos que la manija de los escarceos era llevada por la fogoza señorita.
En ocasiones, parecía que - a esta altura - el “pobre” Dani era fagocitado por la marea rubia. Verdaderas ráfagas amatorias en la puerta de los Jueguitos de Oscar, a plena luz del día, que dejaban al precoz del grupo totalmente desorientado y colorado por los labios siempre pintados de Silvia.
La escena podía verse con facilidad y en reiteradas ocasiones, ya que los tórtolos no hacían mucho para ocultarlo y, sobre todo, no hacían muchas otras cosas. Consecuencia de ello fue, como podía de esperarse, la reacción envidiosa de sus amigos de la barra: uno menos para el fútbol, uno menos para la escondida, no daban los números para el metegol y, más que nada, el hecho de avanzar más de un casillero en el “juego de la vida”.
Recuerdo, y he aquí la historia, una noche en mi casa que cenábamos tranquilamente. No retengo la ocasión pero se trataba de un festejo: había Coca en la mesa. No obstante ello, mi hermano no pasaba por uno de sus mejores momentos: su amigo persistía en ser “violado” por la hija de Oscar. Es por ello que comentaba, mediante improperios, los errores de su compinche por caer en las “garras” de aquella blonda ninfómana.
Puedo acordarme las risas por lo bajo de mis viejos. Incluso en la retina conservo la imagen de mi vieja con su vestido a rayas verde, cucharón en mano y sonrisa de lado. Ella fue la que intentó hacer una explicación a mi colérico hermano sobre la situación, disimulando el nacer de la pasión, la explosión de la juventud y el nacimiento de la lujuria. Pero fue mi viejo quien dijo lo que aún hoy recuerdo ante cada situación similar: “Y…las gordas aman”.
En aquel momento no pude entender estas palabras. Hoy, imito aquellas sonrisas.
Recuerdo que Oscar juntaba las etiquetas de los cigarrillos para poder adquirir un nuevo modelo de silla. Claro que, a pesar de mis escasos años, ya me daba cuenta del contrasentido: para cuando juntase la sideral cantidad requerida, probablemente iba a tener que lidiar con un cáncer de pulmón mayúsculo.
Oscar tenía una hija. Creo que tenía doce o trece años. Hoy en día, diría que era muy chica para la anécdota que cuento, pero en aquella época era toda una mujer para mis cinco años. No recuerdo bien como se llamaba, pero si que era rubia y bastante gorda. A pesar de eso, lograba ingresar en unos blue jean bastante ajustados, que no dejaban mucho a la imaginación.
Dani tenía trece años. Era de la barrita del barrio. Éramos varios. Mas de veinte. De diversas edades: Además del Dani, estaba mi hermano, seudo Dios de la patineta y mío, de 12 años. Estaban también el Crico, Diego, Eliceche, Cristian y otros. Cerrábamos el círculo el Bebú y yo.
Un día empezamos a ver al Dani y a la rubia (creo que se llamaba Silvia), haciendo arrumacos por ahí. Por cierto, a mi edad, aquello no llamaba la atención, aunque si a los mas grandecitos de la barra. Con el correr de los días, los arrumacos comenzaron a transformarse en verdaderos aprietes. No consideré en aquellos tiempos que las hormonas podían estar haciendo efectos en aquellos jóvenes, aunque si pude notar desde mis infantiles ojos que la manija de los escarceos era llevada por la fogoza señorita.
En ocasiones, parecía que - a esta altura - el “pobre” Dani era fagocitado por la marea rubia. Verdaderas ráfagas amatorias en la puerta de los Jueguitos de Oscar, a plena luz del día, que dejaban al precoz del grupo totalmente desorientado y colorado por los labios siempre pintados de Silvia.
La escena podía verse con facilidad y en reiteradas ocasiones, ya que los tórtolos no hacían mucho para ocultarlo y, sobre todo, no hacían muchas otras cosas. Consecuencia de ello fue, como podía de esperarse, la reacción envidiosa de sus amigos de la barra: uno menos para el fútbol, uno menos para la escondida, no daban los números para el metegol y, más que nada, el hecho de avanzar más de un casillero en el “juego de la vida”.
Recuerdo, y he aquí la historia, una noche en mi casa que cenábamos tranquilamente. No retengo la ocasión pero se trataba de un festejo: había Coca en la mesa. No obstante ello, mi hermano no pasaba por uno de sus mejores momentos: su amigo persistía en ser “violado” por la hija de Oscar. Es por ello que comentaba, mediante improperios, los errores de su compinche por caer en las “garras” de aquella blonda ninfómana.
Puedo acordarme las risas por lo bajo de mis viejos. Incluso en la retina conservo la imagen de mi vieja con su vestido a rayas verde, cucharón en mano y sonrisa de lado. Ella fue la que intentó hacer una explicación a mi colérico hermano sobre la situación, disimulando el nacer de la pasión, la explosión de la juventud y el nacimiento de la lujuria. Pero fue mi viejo quien dijo lo que aún hoy recuerdo ante cada situación similar: “Y…las gordas aman”.
En aquel momento no pude entender estas palabras. Hoy, imito aquellas sonrisas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)