domingo, 11 de noviembre de 2007

Nuestro Maverick

Otra anécdota que tengo de aquella época, esta relacionada con un vecino de mi familia. Por aquellos años, vivíamos en el “Barrio Marina": un barrio de casas iguales destinada a los oficiales de la Marina Argentina. Durante la década del ochenta, mi viejo llegó hasta Capitán de Fragata, a pesar de ser ingeniero aeronáutico. Todo un contrasentido en las palabras, pero no en los hechos. Él estaba a cargo del Arsenal 4, lugar donde hacían el mantenimiento de aviones.

El barrio, como dije, era habitado por familias de militares. Sub-Oficiales u Oficiales como mi viejo, pilotos, etc. Alberto Arrobero se llamaba nuestro vecino, ocupando la casa izquierda, sobre la vieja y querida calle Ecuador. Promediaba la década del ochenta, con el reciente estreno de “Top Gun” en las salas argentinas. En aquellos tiempos, no existía la vorágine cinematográfica que existe hoy en día. No eran tantos los estrenos y los éxitos eran mundiales: el Padrino, Rocky, Rambo, y entre ellas, Top Gun.

La influencia de esta última en el ámbito militar era notoria. Los chicos jugábamos a pilotear F18s o Migs, emulando a Iceman, Wolf y otros. Incluso, en aquella película está la explicación por la cual mi hermano, un autentico y total rebelde carente de respeto por la autoridad, decida alistarse a los 18 en un cuerpo disciplinario como las Fuerzas Armadas; así le fue – por suerte para él -.

Nuestro vecino Arrobero era una suerte de Maverick con mezcla de Mario Sánchez, el querido y recientemente desaparecido cómico argentino. Morocho, algo morrudo, petizón, con pelo oscuro peinado con gomina para atrás. Actitud de duro, como si sus genitales fueran de amianto y hormigón. Jamás saludaba a lo chicos del barrio y con los más grandes, como mis viejos por ejemplo, tenía una actitud de “estuve a punto de ganar Malvinas, si no fuera por el cagón de Galtieri”. Obviamente, que su talante lo cerraba con una gafas “Ray Ban” y una campera de cuero marrón con piel en el cuello, atiborrada de imágenes militares del tipo “Arsenal 4”, “Armada Argentina”, “Las Mojarras del Cielo Raso” o “Amantes del Destornillador” con águilas mostrando los “dientes” y banderas argentinas flameando. Un estúpido, realmente.

Lamentablemente para nuestro vecino, le faltaba para completar la escena cinematográfica una pareja de la talla de la rubia que acompaña a Cruise en Top Gun. No recuerdo el nombre de ésta blonda, pero la mujer de Arrobero se llamaba Blanca. Morocha. Ochenta y cinco quilos de carácter fuerte. Era una de esas típicas mujeres de suboficiales de la Marina. Eran algo por él, nada más allá de eso. Gordas o morochonas que habían llegado a fiestas de uniformes blancos por haberse levantado a uno de estas “mojarras del cielo”.

Arrobero tenía un Renault 11. Cuando llegaba a su casa, descendía del automóvil, sin retirarse los lentes, y abría el portón. Nosotros, curiosos, aprovechábamos para “pispearle” el casco de aviador que lo tenía guardado por ahí. Como teníamos el aro de básquet colgado en la pared de al lado, con mi hermano podíamos disimular nuestra indiscreción. Sin embargo, nuestro Maverick vernáculo, siempre nos destinaba algún gruñido, reto o mirada desafiante.

Una noche estábamos en casa con mi familia. No recuerdo bien que estábamos haciendo, pero ya habíamos cenado. Supongo que habremos estado mirando televisión o algo así. En el silencio del programa que estábamos mirando, se escuchó nítida la voz dura y terminante de Blanca. “Arrobero, ¡¡mete el auto!!”. Al seudo ídolo aéreo se le derrumbó, al menos para nosotros, la imagen de duro. La mujer lo mandoneaba como al mejor pelele del barrio. “Papá”, dijo mi hermano, “¡¡ahí lo tenés al pelotudo!!”, remarcando las consonantes.

Calculo que fue ese día que dejamos de prestar atención a su brillante casco de piloto guardado coquetamente en el garaje, cada vez que nuestro Maverick metía el auto.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Imaginar a tu hermano en las FFAA es como imaginar al Diego jugando de arquero.