Máximo es alto y delgado. Ronda los treinta años de vida. Es de tez blanca, aunque su rostro tiene en ocasiones pigmentaciones rosáceas. Por su juventud, suele anteponer sus bríos a la frialdad de su pensamiento. Es una persona de carácter duro pero bondadozo. Vive con culpa sus arranques de ira, motivo por el cual no mucha gente se acerca a él.
Lola tiene su misma edad. En su caso, su rostro es permanentemente colorado, a pesar que sus cabellos ensortijados son de colores castaños. Ella es retraída y no siempre esta de buen humor. En ocasiones, no tiene la más mínima intención de saber de Máximo, y hasta se crispa por los ánimos de éste. Sin embargo, lo ama como para asegurar que quiere vivir su vida con él.
Llueve en Buenos Aires. Máximo lo supo porque pudo escuchar el ruido de las gotas al caer sobre el aire acondicionado del living. “Es lo único que faltaba”, pensó sonriente mientras intentaba limpiar del piso una gota de cera que había caído de la vela encendida para la ocasión.
No parecía ser una de esas noches en las cuales tenían que pelear, por lo menos es lo que presagiaba la bebida espumosa que esperaba en el congelador. Tampoco las fresas sentían haber sido lavadas en vano.
El timbre contento y la respiración de Máximo se agitó como aquella primera vez en la estación de trenes, en la cual él se animó a darle el primer beso. Salió al pasillo y llamó al ascensor. Cuatro, cinco, seis segundos. "Tarda demasiado" pensó, por lo que resolvió impaciente bajar los cuatro pisos corriendo y salteando escalones de la amarilla escalera. Cuando estuvo pronto a la planta baja se dió cuenta que, entre la agitación por la llegada de ella y los cuatro pisos "saltados", su presentación no sería de la mejor. Calculó que ella igualmente lo entendería. Después de todo, ya eran más de cuatro años de novios.
Este pensamiento dejó de tener importancia en el mismo segundo en que la vió. Sabía - y aún lo hace - que es hermosa, pero todavía le asombraba como Lola podía arreglarse para sorprenderlo cuando quisiese. Su pelo ensortijado tenía una suavidad y un brillo que no había reconocido jamás. El vestido de razo - adivinó al pensar, ya que se reconocía ignorante en materia de telas - le daba una soltura a su figura que, sin embargo, le hacía pensar en la firmeza de sus piernas. El vestido era de un color pastel, parecido al color crema, estampado de pequeñas flores rosas que hacían juego con el tenue maquillaje elegido para la ocasión.
Como siempre, igualmente, los ojos de Lola se llevaban los mejores halagos.
Ella estaba contenta, se le veía vivaz. Le contó camino al ascensor que sus cosas en la facultad marchaban bien, mientras él parecía prestar más atención a sus contornos físicos que a las buenas noticias que Lola le auguraba.
Entrados en el departamento, él trató de reprimir sus instintos intentando seguir las conversaciones que ella proponía entre fresa y fresa. Pero su ansiedad lo denunciaba a cada mirada. Ella sabe, en definitiva, que hace diez días que no se ven, y eso es mucho tiempo para un hombre en estos días. De cualquier manera, Lola se divirtió un rato retirándole los labios cada vez que él pretendía encender febrilmente aquellos besos. Pensó, quizás, que de esa forma agitaba un poco más las cosas. No había que desaprovechar, después de todo, el marco de velas y tormenta.
La comodidad del gran sillón del living solo les duró un momento. Lola no era alguien muy aventurada a la hora de amar, al contrario de él, quien aún al día de hoy propone proezas sexuales. “Mejor la cama” musito ella entre dientes mientras él insistía en desprenderle el botón de la cremallera.
Insistiendo las gotas sobre la ventana y el aire acondicionado, ella optó por apagar "de pasada" el equipo de música. Al parecer, Arjona no era la mejor opción.
Los pliegos de la cama acompañaron los cuerpos sudorosos y jadeantes de los amantes. El sexo siempre es mejor si se hace con amor, y en ellos eso nunca ha faltado. Esa noche, como otras veces, se tomaron su tiempo y procuraron que la pasión no se consumara en poco tiempo. Otras veces, no era tan intenso. Otras tantas, hasta es un tanto regular. Pero esa noche no. Esa noche pudieron disfrutar cada minuto, de los tantos que fueron. Conectaron y siempre son aún más felices cuando lo hacen.
Resoplaron y se recostaron junto al otro sobre el colchon un tanto húmedo. Procuraron mirarse a los ojos y decirse algo. Sin embargo, sus sonrisas fueron la mejor explicación. No hubo mas que hacer que abrazarse por un rato, esperando que la respiración bajara su ritmo acelarado.
En esos momento, él penso que, pese a la buena comunión sexual vivida, ese abrazo final era lo mejor en cada uno de sus encuentros. Ella siempre lo supo.
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