Martes. Cinco y diecisiete de la mañana. Sé que es “y diecisiete” porque estoy mirando el reloj cada tres o cuatro minutos, prestando demasiada atención a esas últimas dos cifras del digital. Esos numeritos rojos en la cómoda izquierda de mi cama, rodeados de nada más que oscuridad. Tengo los ojos duros y, calculo, algo rojos.
No soy de tener insomnio pero hoy me ha atacado el problema. El reloj avanza pero atrás se queda mi sueño, esperando vaya a saber que. La cama ha sumado pliegos y temperatura, lo que en definitiva dificulta aún más mi sueño.
Cinco y veintidós. No se porque estoy desvelado. Me hubiese ido a dormir cuando me agarró esa modorra a las ocho y pico – ahí los minutos no me importaban -, después de tomarme esa cerveza mirando la tele. Pero no. Pensé “¿Cómo me voy a ir a dormir a las ocho de la noche? Ni siquiera mi abuelo se acuesta a esta hora”. Me cociné algo y me fui a la cama a ver tele hasta que se hiciera la hora de dormir. Pero ahora, y veintiséis, estoy con los ojos como el dos de oros, y las tres o cuatro pavadas que vi en la tele no parecieron hacer mella en mi atención.
¡Que ruido que hace el reloj de la cocina, che! Tic toc tic toc. Uno se empieza a dar cuenta de un montón de ruidos de su casa cuando no puede dormir. La mochila del baño. Los autos que pasan por la calle. El ruido de la compu que quedó prendida. ¡Pero la puta que lo parió, viejo! ¿Será posible que no me pueda dormir? Si todos y cada uno de los días en que me levanto a la mañana, cansado y sin ganas de ir a laburar pienso “¡cuando vuelva, a la cama la hago pelota!”. No, me quedo mirando La Mary por vigésima novena vez o veo como la neoprosti de la Cirio se parte la jeta contra el hielo o el mamarracho de Piazza se pelea con el impresentable de Lucho, hasta que se me hacen las doce y media, una, y me doy cuenta que la mañana me va a pasar la factura.
¿¿¡¡Cinco y treinta y uno!!?? Naaaa, me quiero morir. ¡Tengo que ir a la fábrica! Ahora si, una vuelta para acá. Tiro la pata esta para este otro costado, que esta un poco mas frío y pongo el brazo debajo de la almohada. Ahora si. Deja de pensar. No pienses más y dormí. Dormí…¡Dormí, pelotudo! ¡Que te parió!
Tic Toc Tic Toc…¿Quién me manda a poner una reloj en la cocina, no? Ya está. Mañana me levanto a las 8, llamo al laburo y digo que tengo tos convulsa, meningitis del tipo Omega o me “engangrené” la gamba jugando al metegol. Je je je. ¿Quién se va a enterar? Si el jefe esta de viaje y ahí son todos una manga de nabos…
Cinco cuarenta y cuatro ya…Y si, ya fue. Si en quince minutos va a sonar el despertador “guampudo” este para que me despierte. Quince para bañarme. Quince para el mate y media hora en el 33 hasta la fábrica para levantar cajas y rollos de aluminio todo el día. En cualquier momento me parto al medio la columna levantando esas cajas. ¿¿¡¡Cómo no seguí en el liceo, por Dios!!?? Tendría que haberle hecho caso a mi viejo cuando me puteaba por querer largar todo y ponerme a laburar en la ferretería del Turco.
Pero bueno, ya fue. No voy. Y seguro que con eso me relajo y me duermo. Me quito la presión de tener que dormir por el laburo y me duermo. ¿Qué hora es? Las seis menos diez pasadas? Ja ja. Dale nomás, dale nomás que a laburar va tu hermana. Yo me quedo en casa. Me levanto pasado el mediodía. Hago un par de cositas, tranquilo y después me voy al club a tomar un vermouth con los muchachos. ¡Ahí tenes “cinco menos cinco”!. ¡Que te parió¡
Pero, igual, que mal, che. Esto no lo puedo hacer todos los días. ¡Ojo que puedo estar “estresado”, ¿eh?!. A ver si me tengo que ir a hacer chequeos y toda la bola. Y mirá si me encuentran que tengo algo en el “marote” y me tengo que hacer curar. Ojo, eh…
¡Uh, como suena este loco! Lo apago y me duermo. Chau. Listo el pollo. A otra cosa mariposa. ¡Total! ¿Que me pierdo? ¿Los mates con el narigón Heredia a las ocho y media?. ¿La charla de fútbol con el Vasco Montagni y el Zurdo López? ¿Los chistes del pelotudo del Turco, que terminó igual que yo? No, no me pierdo nada. El Narigón va a tomar mate todos los días, y el Vasco y el Zurdo hablan todo el día de fútbol. Y el Turco, nada. El Turco me arruinó la vida convenciéndome de ir esa ferretería. No me pierdo nada. Y encima descanso la espalda que me duele una barbaridad al final del día, después de haber cargado setecientas mil cajas, cajitas y cajones. No me pierdo nada. Encima no esta el Jefe, así que va a estar todo tranquilo y nadie se va a dar cuenta. Se van a tirar todos a chanta. Los muchachos, los de seguridad, la secre del jefe, Martita la recepcionista…Martita la recepcionista...¡Pará!…¿Qué día es hoy? ¿Martes ya, no? ¡No! ¡Hoy Martita se pone sus pantalones blancos! Con lo buena que está. Y encima me pone esas caritas cuando le digo alguna “barbaridá” por ese pantalón blanco y lo que viene atrás...
¿Qué hora es? ¿Seis y diez? ¿Llego a pegarme un baño antes de tomarme el 33?
1 comentario:
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